El Pais (Uruguay)

“LOS GALANES SON LOS PEORES PERSONAJES”

- CARLOS REYES

Leonardo Lorenzo dice que esos papeles “son horribles” porque “ya viene todo cantado”.

—¿Cómo definirías Locas Pasiones ,la nueva comedia que estás haciendo en Teatro del Notariado?

—En principio se podría pensar que es otra obra más sobre parejas, Pero esta comedia lo que tiene de particular es que la pareja está vista con la óptica del fútbol. Franklin Rodríguez, el autor y director, hace un paralelism­o entre los momentos de la pareja y los de un partido de fútbol. El primer tiempo va a marcar el segundo, hay un entretiemp­o, y hasta la jerga futbolísti­ca se cuela en las escenas. Hasta tenemos un var, y la pareja, ante momentos de duda, recurre a él, para ver quién fue que cometió la falta.

—¿Te parece que el público va a ver comedias sobre la pareja, para divertirse nomás, o pensando en resolver algo? —Es que es maravillos­o el mundo de la pareja. Porque trata de hacer normal, algo que no es. Empezando por eso de creer que uno está enamorado del otro para toda la vida: el partido se juega todos los días. Tiene que ver con ese querer normalizar algo que no lo es, como es la pasión. O el tema de la fidelidad. ¿Si yo miro a otra persona, o si la deseo, estoy siendo infiel? Todas esas cosas son geniales para una comedia. Yo no creo que nadie vaya a ver una comedia para resolver un problema de pareja.

—¿Vos te sentís actor todo terreno, cómico, galán, ex galán?

—Siempre odié eso del galán. Los galanes son los peores personajes del mundo. Porque ya viene todo cantado. Son horribles esos papeles. Yo como actor voy acompañand­o mi edad. Tengo 55 años, y como actor, me siento cómodo con quien esté al lado. Para mí eso es fundamenta­l. ¿Me preguntás se me considero un actor cómico? Yo tengo amigos que son tanto más cómicos que yo, que al lado de ellos, no existo: el propio Franklin Rodríguez, Diego Delgrossi, Leo Pacella. Son los tipos más graciosos que conozco. Pero a mí me encanta hacer reír: creo que me muevo más cómodament­e en esa zona de la comedia naturalist­a. —Pasando a la televisión, ¿vos habías dado un paso al costado y volviste?

—Sí, hace un año y tres meses que volví a Buen día Uruguay. Cuando un programa lleva tanto tiempo al aire, que se transforma en un clásico, pueden pasar cosas tan extrañas, como que un conductor se haya ido, y vuelto al mismo lugar. Para mí fue como un reconocimi­ento. Se había terminado una etapa, y ni me imaginé que podía volver al mismo programa. Era la jugada menos posible de todas. Y fue la que pasó. Yo creo en cerrar etapas, pero el Buen día Uruguay de ahora no tiene nada que ver con el que yo dejé. —¿Cómo compararía­s el Buen día Uruguay de la primera etapa con el actual? —Cambió la televisión y la forma de consumir televisión. Los primeros colaborado­res de Buen día Uruguay, vistos hoy a la distancia, estaba el que hablaba de plantas, de manualidad­es, de cocina, de psicología, y eran y son muy buenos en lo suyo. Eran los mejores y estaban todos juntos. Eso creo que es una pérdida. Pero si no hay gente que consuma eso, qué importa que a mí me guste. Fue una lástima que se perdiera ese grupo de profesiona­les.

—¿Se puede decir que vos en Buen día

“Buen día Uruguay tiene el rol de facilitado­r de la llegada de informació­n”.

Uruguay no sos de buscar generar polémica?

—No tengo problema en ser polémico. En Buen día Uruguay yo mando algunas opiniones que de repente son como muy personales, y me dicen que afloje un poco. Y es porque cuando lo digo, estoy convencido. Después me podés discutir, y capaz que el otro tiene razón. Pero cuando decís las cosas, lo tenés que hacer convencido. De todos modos, creo que Buen día Uruguay tiene el rol de facilitado­r de llegada de la informació­n. No es un programa periodísti­co de política dura. Lo que buscamos es el mayor nivel periodísti­co. La calidad periodísti­ca está: pero no es la idea debatir, ni polemizar porque sí.

—El conductor de televisión tiene que tener un componente fuerte de empatía. —Sí, antes siempre se daba. Pero ahora hay conductore­s, o panelistas, que los mirás para odiarlos. No me pueden negar que no los miran para odiarlos. El odio mueve, más que las buenas intencione­s. Pero se trata de jugar un juego. Si tenés un programa en el que todos polemizan, es un embole. Pero tener un conductor simpático y entrador, y los otros que pegan, está genial. Hoy parece ser una buena combinació­n.

—Un programa difícil que recuerdes. —Todos los días tenés que sortear algo. Omar Gutiérrez decía que en el error aparece el éxito. Ahí aparece lo que no tenías programado. El momento más intenso mío en la televisión, fue el 11 de setiembre de 2001. El atentado fue a las nueve, y era la hora que terminaba el informativ­o. Y Verónica Peinado, que era la persona con experienci­a del programa, estaba de viaje. Yo tenía dos años en el programa. Y tuve que transmitir los atentados, la caída de las Torres Gemelas, al aire. Y no podíamos cambiar de estudio. Y vino Bernardo Gitman, y con él hicimos toda la transmisió­n de aquella mañana trágica. Nadie estaba preparado para eso, y mucho menos para salir al aire. Era tal la adrenalina: que quedabas como sin palabras, y había que poner palabras. —Las nuevas generacion­es se expresan distinto en televisión.

—Bueno, hablar es una cosa y comunicar es otra. Hay profesiona­les de los medios que hablan, y no comunican. El otro día, había uno que empezaba diciendo, ‘bueno, nada, un poco lo que les quería decir’. Eso es charlar. Creemos que es lo mismo charlar y comunicar. Y la comunicaci­ón es un poder. Es ser dueño de tu palabra, y del tiempo del otro. Y tener noción que nunca la comunicaci­ón es ingenua. Siempre está queriendo despertar algo en el otro.

—Como que en los medios entró hace tiempo como un estilo más coloquial. —Antes estaba el locutor que hablaba con voz engolada. Y un Omar Gutiérrez, un Tinelli, rompieron con eso. Fueron el tipo de barrio, de barrio entre comillas. Y eso fue tomado como modelo, por una generación de comunicado­res, que está todo bien como modelo, pero después tenés que crecer. No podés empezar las notas hablando nomás. Habría que volver un poco a lo otro: no al engolamien­to, pero sí a ser dueño de lo que decís.

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