La gran pregunta
E nConversación en La Catedral, la novela de Mario Vargas Llosa que el año pasado cumplió medio siglo de publicada, su personaje principal el periodista Santiago Zavala, Zavalita, se formula y nos formula la pregunta sobre la cual gira la obra: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. La interrogante se plantea en el contexto de la dictadura del general Manuel A. Odría, que gobernó la nación entre 1948 y 1956. La respuesta a esa pregunta crucial da pie a más de setecientas páginas en las que el autor busca las razones de esa especie de cráter de la historia peruana. Esa reflexión le llevó a Vargas Llosa diez años de trabajo y fue su tercera novela publicada. Aclamada por la crítica, el autor ha dicho que si tuviera que salvar del fuego una sola de sus novelas esta sería Conversación en La Catedral.
El diccionario de la RAE define el verbo joder como “molestar o fastidiar mucho a alguien una cosa, una persona o una situación”. Sin embargo, en la acepción que le da la novela de Vargas Llosa, su significado apunta a algo más profundo y dañino y a una condición casi trágica al tratarse de un país. Cuando toda una nación se “jode” sus integrantes lo padecen y pueden llegar a asumirlo como un sino tan agobiante como imposible de enmendar.
En Latinoamérica la pregunta puede aplicarse no solo al Perú, porque desde que fue formulada, antes y después, las naciones del sur han vivido suficientes frustraciones y crisis como para planteársela, cada una desde perspectivas distintas y a la vez similares. ¿Y por casa cómo andamos? ¿Podemos preguntarnos en que momento se “jodió” el Uruguay?
Desde los comienzos de la nacionalidad el mito de la excepcionalidad nos persigue porque el Uruguay fue creado antes que los uruguayos. El siglo XIX vivió la gesta independentista, el eclipse del proyecto artiguista, las invasiones extranjeras, las luchas fratricidas y el surgimiento de las colectividades políticas. El crisol de la nación transitó la barbarie y luego la lenta modernización a impulsos del militarismo que, paradójicamente, posibilitó la extraordinaria obra del héroe José Pedro Varela. El siglo XX, que empieza después de Masoller, se moldea bajo la impronta del impulso del primer batllismo que luego deviene en freno, dictadura de Terra incluida. Grosso modo lo que sigue es un constante declinar desde mediados de siglo del país optimista de “como el Uruguay no hay”. El fin del sistema colegiado, el regreso al presidencialismo cuando la imposible aventura guerrillera cuestionaba la propia democracia y el autoritarismo golpista la clausuraba por doce años, completaron el declive. El cuarto de siglo posterior a la apertura fue más de restauración que de cambio. Las dos primeras décadas del actual se resumen en el colapso de 2002, la llegada de la izquierda al poder en lo nacional y su inevitable desgaste y caída como las últimas elecciones lo indican.
Esta apretada síntesis es el contexto para formular la pregunta de Zavalita. Las respuestas pueden ser muchas y con seguridad dependen de quien responde. Sin embargo, esa pregunta nunca se ha hecho con una mirada objetiva y por lo general fue respondida desde parámetros políticos partidarios y muchas veces hemiplégicos. A ello se suma que en las últimas décadas la academia se ha dedicado a reescribir la historia. Decir, por ejemplo, que la guerrilla surge para combatir la dictadura es el tipo de manipulación que invalida cualquier abordaje serio sobre el devenir histórico. O difundir la idea de que antes de 2004 los niños comían pasto en Uruguay es algo que nunca pudo probarse, pero que se cita en contratapas de libros y se repite como leyenda urbana
Desde los comienzos de la nacionalidad el mito de la excepcionalidad nos persigue.
cada vez que le cuadra a ciertos agitadores, lo que impide un análisis veraz sobre nuestra condición.
Hoy, con un país políticamente dividido en mitades y a poco de empezar a transitar bajo el gobierno de una nueva coalición de partidos, la pregunta cobra vigencia y se potencia porque las respuestas dadas anteriormente no han servido para identificar nuestros problemas, agravados en el nuevo siglo.
Si Vargas Llosa escribió setecientas treinta y cinco páginas buceando en la historia y revisando con minucia un contexto social y político para responder la pregunta de Zavalita, ¿cuántas páginas serían necesarias para contestar sobre lo mismo en Uruguay?
Pese a ello no es difícil esbozar posibles respuestas a la gran pregunta. Sugiero algunas: cuando se idealizaron fines sin que importaran los medios para obtenerlos, la República se debilitó. Cuando la democracia fue cuestionada, despreciada y luego agredida por visiones antepuestas y radicales, el país perdió su esencia. Cuando la educación vareliana y la Escuela Pública que integraba e igualaba el punto de partida dejó de incidir, el tejido social empezó a deshilacharse. Cuando pasamos de ser una sociedad con ascenso social a pregonar la lucha de clases como atajo hacia el progreso, se instaló la brecha clasista. Cuando la cultura dejó de ser plural y abierta a todas las ideas y se convirtió en expresión hegemónica de un grupo iluminado, el pensamiento devino en dogma.
No importa el momento en que pasó todo esto ni de quién es la culpa, pero fue ahí que el Uruguay perdió la brújula. El rumbo de país integrado, tolerante y capaz de procesar sus diferencias sin desviarse del norte democrático parece empezar a recuperarse con la ejemplar transición que estamos viviendo. Las metas inmediatas son recuperar la convivencia combatiendo el delito y la inseguridad y recuperar el rol de la educación igualitaria que ataque las diferencias sociales desde su base. Un desafío que, como nunca antes, nos involucra a todos sin distinción de colores políticos.