El Pais (Uruguay)

El Archivo Judicial se llueve por “desidia”

Mantendrán partida de US$ 1 millón para salvarlo

- PAULA BARQUET

▃▃ En plena emergencia por la pandemia el gobierno mantendrá una partida de un millón de dólares, resuelta por la administra­ción anterior, para salvar el Archivo Judicial que agoniza con cada lluvia. El edificio que lo alberga, en la calle San Martín, no recibía una inversión desde hace 50 años y es urgente arreglar su sistema pluvial y eléctrico, así como cambiar el techo de chapa. Según la historiado­ra Ana Ribeiro, subsecreta­ria del MEC, el deterioro “es una tragedia” culpa de “la desidia de todos los gobiernos anteriores”.

Historia de un abandono. En plena emergencia por la pandemia el gobierno mantendrá una partida de un millón de dólares, resuelta por la administra­ción anterior, para salvar el Archivo Judicial que agoniza con cada lluvia. El edificio que lo alberga no recibía una inversión desde hace 50 años. Según la historiado­ra Ana Ribeiro, subsecreta­ria del MEC, es “una tragedia”.

El truculento divorcio de Delmira Agustini, junto con uno de los 24 legajos que conforman la intrincada sucesión de Francisco Piria, que se discutió durante 50 años y hasta hace no mucho todavía concitaba la atención de algún curioso descendien­te lejano. A su lado, conservado como un libro de tapa dura, uno de los expediente­s civiles más antiguos: el Protocolo n°3, de 1755, de la época del Cabildo de Montevideo. Más allá, en la misma mesa, la sucesión del escritor Juan Zorrilla de San Martín, y el homicidio del presidente Juan Idiarte Borda, el único magnicidio uruguayo. De milagro, o por puro esmero de los funcionari­os, se llega a leer en la carátula el año 1897 y el juzgado que lo tramitó: “Crimen 2°”, como se le llamaba entonces a la justicia penal.

Los paquetes funcionan como muestra de lo que puede encontrars­e en el Archivo Judicial del Archivo General de la Nación (AGN). Pero, sobre todo, están a la vista en la sala de lectura a modo de advertenci­a, para que los visitantes perciban la importanci­a de lo que hay en juego si el imponente deterioro del archivo sigue avanzando.

De tan reseco, el papel de los legajos acordonado­s podría romperse con solo tocarlo. Su manipulaci­ón es un arte librado a los ocho funcionari­os que trabajan allí, contando al fotocopiad­or —cuya tarea es esencial, porque nada de lo que tenga más de 30 años de existencia se puede retirar de allí, y porque los originales ocupan más espacio que los tamaños de papel convencion­ales—. Los documentos han sufrido el paso del tiempo, pero más han sufrido por la forma en la que ese tiempo ha transcurri­do.

La mayor parte del Archivo Judicial está alojada en el local de una antigua fábrica de bebidas sobre la calle San Martín, en el barrio La Aguada de Montevideo. Fue adquirido por el Estado uruguayo en 1973 para albergar los documentos judiciales del pasado de todo el país. Se estima que hay 125 kilómetros lineales de material en papel, que va de 1730 hasta 2003, y que está clasificad­o en 15 tipos de fondos documental­es en función de los diferentes juzgados y tribunales. Una pequeña parte se encuentra en un local anexo a media cuadra de allí, pero el grueso se guarda en ese edificio de 5 mil metros cuadrados y tres pisos, estructura­lmente sólido pero anticuado en el diseño de sus pluviales, su techo y su eléctrica. El archivo —la memoria que contiene— sufre con cada lluvia y se arruina de forma lenta y sostenida.

Dice Alberto Umpiérrez, el recienteme­nte nombrado director del AGN, que desde que se ocupó, en la década del 70, nunca más se invirtió dinero allí. A su lado, Mauricio Vázquez, quien se desempeñó durante 15 años como secretario técnico de la dirección que encabezó Alicia Casas de Barrán, y que ahora sigue en su rol pero junto a Umpiérrez, acota que lo único que recibió el edificio en esos períodos fueron “arreglos paliativos”. En diciembre de 2018 fue el más reciente. El intento por frenar la filtración de agua duró cuatro meses.

Hace algunas semanas, la subsecreta­ria de Educación y Cultura, Ana Ribeiro, tomó contacto con esta realidad. “Es una tragedia. Cómo se llegó a este punto es inexplicab­le”, dijo Ribeiro a El País.

Como historiado­ra, Ribeiro frecuentó

el Archivo Judicial muchos años atrás. Se toma unos segundos para hacer memoria, y de a poco fluye: lo usó para reconstrui­r algunas causas judiciales del período de José Artigas, su especialid­ad. En particular recuerda la historia de una mujer que fue prisionera en medio de la revolución artiguista. “La juzgaban por rebelde y por haber dejado al marido y a sus hijos en el éxodo oriental”, dice Ribeiro, que comenta que no pudo encontrar aquel expediente.

Su acercamien­to al archivo había llegado, como el de todos los usuarios, hasta la sala de lectura. “El usuario ve la antesala, no sale de allí. El personal es amable, dedicado. Tú ves que es un edificio viejo, pero no ves lo que hay atrás”, dice Ribeiro. “Me desayuné cuando asumí este cargo”.

De hecho, una de las primeras cosas que hizo Ribeiro como subsecreta­ria del MEC fue visitar el edificio de la calle San Martín, porque entre los pendientes que recibió de la transición se encontró con una partida de $ 48.360.000 (algo más de un millón de dólares) para la sede central del Archivo Judicial, de la cual ya se habían ejecutado $ 20.000.000 en diciembre.

Ahora se acerca la fecha en la que se vuelve necesario otro desembolso. Ribeiro quiso saber si, en plena emergencia sanitaria y en tiempos de austeridad extrema, justificab­a mantener el gasto. De la visita se fue convencida de que sí, y junto con el ministro Pablo da Silveira resolviero­n darle absoluta prioridad.

VIVO, PERO AGONIZANTE. De la sala de lectura bajamos un piso por escalera hasta el nivel de calle, para empezar una recorrida ordenada. La puerta que se abre descubre un galpón oscuro y lleno de polvo, en el que enseguida aparecen las primeras estantería­s y los carteles que avisan: “Juzgado Letrado de Maldonado”, y algunos metros más adelante “Juzgado Letrado de Rivera”. Los expediente­s, apretados en repisas de madera o de metal, llegan literalmen­te hasta el techo. Extraer un paquete de ahí parece imposible.

La abogada Lucía Salvia, directora desde hace dos años del Archivo Judicial, acompaña la recorrida y no se cansa de repetir que el desorden es circunstan­cial. Se debe a la obra que ya empezó y de la cual hay muestras en abundancia, empezando por una máquina excavadora en el medio del lugar, y siguiendo con el capataz que merodea entre los documentos.

El polvillo de la obra es una amenaza extra que se intenta combatir con aspiradora­s a las que se les adhiere una gasa para evitar que se dañe el documento. Esto se agrega a las condicione­s de temperatur­a y humedad, tan importante­s en la conservaci­ón. Vázquez, el secretario técnico que demuestra su conocimien­to y meticulosi­dad de archivólog­o con cada intervenci­ón, dice que el ambiente ideal incluye entre 18 y 20 grados (“temperatur­a documental”, dice), y entre 45 y 50 por ciento de humedad relativa. Y, más relevante todavía, es la estabilida­d de esas condicione­s. Nada de eso ocurre en el edificio central del Archivo Judicial.

Para llevar a cabo la obra, que implica cambiar el techo de chapa del piso superior, debieron vaciar de documentos el área de 1.800 metros cuadrados. El material se dividió en tres: una parte se repartió en los otros dos niveles; otra fue al anexo, donde se acomodó en estantería­s o directamen­te en el piso; y un último tercio fue a parar a un depósito arrendado.

El día de la visita de El País cae una lluvia

suave pero alcanza para que se generen charcos en el tercer nivel, donde hoy solo hay estantería­s vacías y cajones de mudanza. El estado de conservaci­ón de lo que hasta hace pocos meses estaba dispuesto allí es, según Vázquez, “de fragilidad”. “Todavía existe, es legible, puede tener alguna mancha. Pero la oscilación de temperatur­a y humedad deteriora el papel y la legibilida­d, y a la larga te lo puede destruir”, explica.

En el segundo piso, buena parte de los paquetes están en cajas impermeabl­es o envueltos en nylon, para protegerlo­s del agua que resbala por las escaleras desde el tercer nivel cuando la lluvia es copiosa. Ninguno de esos mecanismos es eficiente porque, a pesar de que evitan el contacto con la lluvia, acumulan humedad y favorecen la creación de hongos. Además, son muy inflamable­s. En realidad, todo allí lo es y —quién lo hubiera dicho— el local no tiene habilitaci­ón de Bomberos.

Hay paquetes que nunca se abrieron. Salvia lo sabe por las etiquetas metálicas que los delatan. Señala unas de Flores de 1944, pero advierte que son una excepción. Aunque cueste imaginar para qué, dice la directora, “¡se pide mucho!”.

Hace un par de años encontraro­n documentac­ión sobre el padre de Gardel, procedente de Tacuarembó. Fue una sorpresa descubrir algo tan valioso en esa montaña de papeles. “La de joyas que tendremos acá sin saber”, exclama Salvia.

Al respecto, Vázquez dice que cuando historiado­res e investigad­ores van al archivo a pedir algo, y luego eso se convierte en un hallazgo, suele decirse que es “gracias a ellos”, algo que él siente injusto: “¡Gracias a los archivólog­os! El único valor del investigad­or es haber encontrado el número de archivo, que no es el mismo que el número de expediente”.

El principal usuario es el propio Poder Judicial. Constantem­ente hay pedidos de desarchivo, que luego vuelven con agregados y ampliacion­es que se deben registrar. Por eso Ribeiro cree que parte del mantenimie­nto debería provenir directamen­te de los juzgados: “Una pequeña cuota, algo que devengue del uso, un aporte ínfimo que no lo notes pero que vaya acumulando a un fondo”, sugiere.

Al archivo lo consultan abogados, escribanos, jueces, fiscales. Lo ha investigad­o el poder político en busca de datos sobre los desapareci­dos en dictadura y sus agresores. Y lo usa, también, la población en general, ya sea para escriturar una antigua casa, para conocer la historia de inmigració­n familiar, para reconstrui­r una sucesión o incluso, en aplicación de una ley reciente, hay quienes recurren a él por sus partidas de nacimiento originales, para saber su verdadera identidad.

Es un archivo de valor histórico, dice Vázquez, pero también de valor jurídico y legal. Es “un archivo vivo”. Por ahora.

EL AGUA AL CUELLO. El presupuest­o del AGN es, desde 2005, $ 524.000. No se ajustó nunca; no existe IPC para el resguardo de la memoria.

Durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez se logró, con dinero presupuest­al, acomodar la sede de Convención, donde se alojan viejos documentos de la administra­ción central. “Primero se atendió al bebé; después, al monstruo”, dice Vázquez en referencia al tamaño.

En la presidenci­a de José Mujica se puso el foco en el anexo del Archivo Judicial, un local de 500 metros que había funcionado como garaje del ministerio y que luego fue sede de una ONG a la que llevó tiempo desalojar, de acuerdo a la versión de Vázquez. El proceso demoró cinco años (2012 a 2017, aunque recién se habilitó en 2019), y costó 500 mil dólares que proviniero­n del MEC.

Luego empezaron las gestiones con el Ministerio de Economía (MEF) para recuperar el local de San Martín, que según varias fuentes, no fueron sencillas. El País quiso consultar a Alicia Casas al respecto, pero ella prefirió no hacer declaracio­nes.

Vázquez cuenta que la elaboració­n del proyecto técnico y la estimación de costos que hizo el Ministerio de Transporte y Obras Públicas llevó tres o cuatro meses, y se considera que fue en “tiempo récord”. Con el proyecto en mano, a mediados de 2019 se fue a negociar al MEF, que finalmente dio su aval en octubre. Los fondos salieron directamen­te de ese ministerio. “Hace 15 años que veníamos esperando esto. Hubo que llegar a un límite para que sucediera. Creo que han visto las consecuenc­ias de no mantener y recuperar cosas que son necesarias”, sostiene Vázquez.

Ribeiro, indignada, echa culpas a “la desidia de todos los gobiernos anteriores” pero destaca la labor de Casas. A diferencia de lo que uno imagina, la gestión de la exdirector­a estuvo, en palabras de Ribeiro, no tanto entre documentos como sí entre caños, obreros y sanitarios. “Con las cortedades que el Estado dispone para los archivos, hay que insistir mucho para conseguir recursos. Ella lo hizo”, afirma.

Este jueves, Ribeiro amaneció con las fotos en su celular de lo que un fuerte temporal puede llegar a causar en el Archivo Judicial. Los estragos alcanzaron también al anexo, donde a pesar de ser una obra reciente constataro­n filtracion­es, y especialme­nte se extendió a los paquetes que se habían tenido que apoyar en el suelo. El daño es irreversib­le.

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Un archivo de 125 km lineales.
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CARGO. Alberto Umpiérrez es el nuevo director del Archivo General de la Nación. Es conocido por su aporte al archivo Artigas.
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ATRACTIVO PAPEL. Cuentan los funcionari­os que aun los profesiona­les más respetados “mueren por un pedacito” de un documento histórico. Debido a las faltantes recurrente­mente detectadas, el archivo tiene un sistema de seguridad que implica que el personal vigile constantem­ente a los usuarios en la sala de lectura. Hace tres años comenzó la digitaliza­ción del archivo. Se arrancó por lo más antiguo.
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 ??  ?? RESGUARDO. Cuando llueve, el agua desciende por la escalera y se filtra por todos lados. Así, con nylon, intentan proteger los documentos.
RESGUARDO. Cuando llueve, el agua desciende por la escalera y se filtra por todos lados. Así, con nylon, intentan proteger los documentos.

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