El Pais (Uruguay)

Viejo virus

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Filósofos, psicólogos, politólogo­s y pensadores de las más diversas disciplina­s debaten por estos días sobre las consecuenc­ias psicosocia­les del Covid-19 y parecen haber llegado al consenso de que, en términos generales, nada volverá a ser igual.

Entrando en los detalles, crece especialme­nte el temor de que la “nueva normalidad” pueda dejarnos una forma de control social, legitimada en objetivos sanitarist­as, en la que la ya amenazada libertad de los individuos frente al Estado y los poderes fácticos (especialme­nte los que se enmascaran en las ventajas de las nuevas tecnología­s) pueda volverse una realidad opresiva a un punto nunca antes visto.

Sin embargo, no puede decirse que esta nueva amenaza a la libertad encierre propiament­e algo nuevo. Quienes ya justificab­an en la búsqueda de “la salud” y “el bienestar”, todo tipo de cercenamie­nto de las libertades individual­es (incluso en cuestiones reservadas a la esfera privada de las personas) deberían al menos reconocer cierta responsabi­lidad sobre la paternidad de este engendro, al parecer cada vez más implacable.

Si el Estado no garantiza los derechos y las libertades de sus mandantes, sino que aplica sus propios dogmas, no estamos ya ante la construcci­ón jurídica y axiológica republican­as, sino ante una nueva versión del Golem de Meyrink, una criatura concebida para ayudar a hacer más sencilla la vida de su creador, que terminó volviéndos­e violenta y amenazante para todos los vecinos de Praga.

Los debates sobre las políticas públicas en general deben incluir sus efectos colaterale­s sobre las libertades públicas, en especial cuando es mayor la tentación a avasallarl­as. La apelación dogmática a la defensa de algo denominado “salud”, se parece mucho en su deriva a la que se hace de “la seguridad”.

La diferencia es que existe una alerta bastante amplia sobre las consecuenc­ias regresivas de una concepción expansiva de la segunda; no así de la primera.

Dicho de otro modo, hoy resulta muy difícil justificar políticas represivas desmesurad­as, so pretexto de establecer “el orden”, pero buena parte de la opinión pública queda embelesada cuando las restriccio­nes, controles y admonicion­es dicen perseguir la salud y el bienestar colectivos.

Acaso porque no se repara en que la definición de tan nobles objetivos depende de las opciones de vida de las personas, toda vez que no signifique un atentado contra las opciones del prójimo.

Vivimos en un país que está teniendo muy buenos resultados en la lucha contra el Covid-19. Esto es consecuenc­ia de las políticas públicas que se instrument­an, pero también de la responsabi­lidad (de las elecciones libres decididas por personas informadas y responsabl­es) tomadas por la mayoría de sus habitantes. Tengamos presente que ambas realidades deben convivir en una tensión permanente, y que no se puede consagrar a una aplastando a la otra.

No se trata tan solo de que la lucha contra la pandemia arroje buenos resultados en términos sanitarios. Se trata de que los buenos resultados sanitarios lleguen de la mano con el respeto a las libertades públicas, al menos hasta donde esto sea posible. No vaya a ser cosa que, a la salida del confinamie­nto, nos espere el viejo virus autoritari­o del control social.

Es fundamenta­l que los buenos resultados sanitarios lleguen junto al respeto a las libertades.

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