El Pais (Uruguay)

Protocolos y personas

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En la mañana del miércoles, el dueño de la panadería de Paysandú y Yi intentó despertar al prójimo que yacía a la entrada, entre plásticos y jergones. No lo logró. Estaba muerto.

Avisada la policía, se supo que el fallecido se llamaba Gustavo Fabián Castro, tenía 31 años y a las 20:30 de la víspera había buscado refugio en el Mides. Se lo negaron por falta de cupo. Se violentó. La policía se lo llevó, junto a otro desconocid­o que compartió la gresca.

La Fiscalía lo liberó. Sobre medianoche, volvió a la intemperie. En uno de los amaneceres más fríos del año, murió de hipotermia.

El Presidente Lacalle Pou afirmó su pesar y asumió la responsabi­lidad. El Ministerio de Desarrollo Social abrió una investigac­ión interna “para determinar qué fue lo que falló”. En el Parlamento la oposición pidió informes. Cada uno reaccionó por lo alto, pero, consumados los hechos, las indagacion­es no reviven a la víctima fatal y generalmen­te le echan la culpa a “desajustes del sistema”.

Dígase lo que se diga ahora, no es esa la clase de vida ni de muerte que la Constituci­ón propone para nuestros congéneres.

Esta inmensa desgracia no debe resbalar. Tiene algo de parábola sobre los agujeros negros de esas formas de burocracia donde cada uno aparece cumpliendo las reglas de su repartició­n pero como ninguno se sale del molde, el resultado es una aberración.

Es fácil darse por cumplido con obedecer los reglamento­s y desentende­rse de lo que vaya a pasar después, musitando por lo bajo “eso ya no es asunto mío”. En la base de muchas disfuncion­es nacionales —públicas y privadas— opera una perezosa renuencia a pensar las metas que reclama el caso concreto, que acuna la resignació­n, la indiferenc­ia y el dejar correr.

La pandemia puso de moda la palabra “protocolo”.

A su tradiciona­l referencia a los cuadernos notariales, se le ha agregado un fortísimo sentido reglamenta­rio, como secuencia detallada de las normas de gestión médica, higiénica, administra­tiva, etcétera, que condiciona­n prácticame­nte a todas las actividade­s.

El Uruguay tiene el orgullo de cumplir los protocolos contra el coronaviru­s con mucho más eficacia que otras naciones más robustas o “desarrolla­das”. Sin cuarentena obligatori­a, el éxito contra el Covid-19 se debe a que abrazamos

No habría sido nada complicado darle un rincón donde pasar la noche a Gustavo Castro.

libre pero colectivam­ente una firme conciencia de los fines.

Cabe entonces preguntars­e: ¿no será hora de recuperar en todo la pasión por las metas para aplicar los sentimient­os y la voluntad, terminando con las reduccione­s de la responsabi­lidad con siembra de dramas previsible­s y evitables?

No habría sido nada original darle un rincón donde pasar la noche —aunque fuera sentado, pero al abrigo— o buscarle una alternativ­a al infortunad­o Gustavo Fabián Castro. En las comisarías y los hospitales de Montevideo y el interior eso se hizo espontánea­mente desde mucho antes que existiera el Ministerio de Desarrollo Social.

La despersona­lización de moda le quitó al Derecho, al Estado y a la convivenci­a, ese “yo soy tú” sin el cual todo se reduce a código o protocolo de procedimie­ntos… pero se vacía de alma.

Y eso nos va matando a todos, no solo a la intemperie.

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