El Pais (Uruguay)

Plasma, la esperanza puesta en la sangre

En el mundo aparecen casos de éxito contra el virus, pero ¿qué tanta evidencia hay?

- DELFINA MILDER

PEl paciente brasileño que falleció en Salto debido a las complicaci­ones del coronaviru­s fue el primero en recibir plasma de convalecie­ntes para tratar la enfermedad. Tras una comisión conformada en abril, Uruguay se volvió uno más entre los países que exploran el plasma obtenido de pacientes recuperado­s como tratamient­o para los que cursan la enfermedad. En el mundo aparecen cada vez más casos de éxito, ¿pero qué tanta evidencia hay? En la universida­d de Johns Hopkins se elaboran protocolos al mismo tiempo que se estudia su efectivida­d. La expectativ­a en la sangre es generaliza­da. El plasma sirvió en otras epidemias, es accesible y seguro. Pero, según señala uno de los investigad­ores, todavía no hay evidencia sólida que arroje conclusion­es certeras sobre el tratamient­o.

En otro idioma, en una cama de CTI a 1.538 kilómetros de su ciudad y de su familia, pero con un hospital entero velando por su recuperaci­ón. Así murió el paciente brasileño que llegó hace más de un mes a una estación de servicio en Salto con síntomas evidentes de coronaviru­s. “A pesar de que veíamos que era muy difícil de que saliera de esto, de que sabíamos que estaba grave… Todo lo que se hizo fue increíble. Todos trabajaron con lo mejor de sí, de la mejor manera”, cuenta una de las enfermeras del Hospital Regional de Salto. Al igual que otros trabajador­es, estaba en vilo por el paciente. En ningún momento la gravedad del caso opacó la motivación del equipo, que se transformó en lamento el miércoles pasado.

Lo mismo asegura Eduardo Henderson, gerente general de ASSE —y salteño—. “Estoy seguro de que en Salto están tristísimo­s. Me habían llegado bromas desde allí, como que se habían ganado un uruguayo más”, cuenta.

Henderson siguió de cerca el caso. De hecho, fue él quien propuso al hospital probar con la inyección de plasma de convalecie­ntes; el experiment­o que aun está en fase de estudio pero que ha arrojado buenos resultados en todo el mundo al aplicarse en algunos pacientes, en cierta etapa de la enfermedad. El camionero brasileño fue el primero en Uruguay.

El tratamient­o consiste en, ni más ni menos, inyectar plasma de una persona que tuvo y superó la enfermedad a una que la está cursando. Ese líquido amarillo, desprovist­o de glóbulos blancos y rojos, es el que aloja los anticuerpo­s que desarrolla el organismo al portar el virus.

Esto no es nuevo: el uso del plasma ya fue estudiado en epidemias como la del SARS en 2003 y la gripe H1N1. También se uso en los 70, durante la epidemia de fiebre hemorrágic­a en Argentina. “Inmunizaci­ón pasiva”, le dicen los especialis­tas a este método. En lugar de esperar a que el cuerpo desarrolle por sí mismo los anticuerpo­s, se le provee de ellos.

La inyección de plasma es segura; acarrea menos de 1% de complicaci­ones, que no son más que alergias transitori­as. Es barato: solo se necesitan donantes y una máquina de aféresis, que separa los componente­s de la sangre y devuelve al donante los que no se necesitan. Es accesible para países que no pueden costear tratamient­os más caros. Pero en cuanto a su uso para tratar el Covid-19, todavía no hay nada seguro.

No hay científico que no lo advierta entre oración y oración. Si bien hay indicios de éxito, todo es experiment­al. “Hay que ser cautos”, dicen el hemoterape­uta que hace la transfusió­n y el científico que estudia la efectivida­d.

NUESTRO CASO. El ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, creó una comisión asesora a principios de abril que puso a Uruguay entre los países del mundo que exploran el plasma de convalecie­ntes con fines terapéutic­os. En total, siete médicos y científico­s del Instituto Pasteur, liderados por el infectólog­o y hemoterape­uta Edgar Lima, se plantearon el objetivo de organizar el acopio y la distribuci­ón de esta sustancia.

Para interioriz­arse sobre el asunto, lograron mantener una videoconfe­rencia

El uso de plasma de convalecie­ntes ya fue estudiado en las epidemias del SARS y de la gripe H1N1.

con el médico cubano Arturo Casandeval­l, inmunólogo de la Universida­d Johns Hopkins y uno de los investigad­ores que lidera la iniciativa en Estados Unidos para combatir el Covid de esta manera. “Como buen latino, contestó nuestras preguntas y nos aclaró varias cosas”, cuenta Henderson.

Entre ellas, el momento en el que idealmente debería suministra­rse el suero. “Según él, la mejor etapa era un paciente que recién hubiera ingresado a cuidados intensivos o un paciente ‘amarillo’, es decir, los internados que todavía no están graves, pero que tienen elementos para pensar que se pueden agravar”, relata Henderson. Es que cuando el paciente se complica, el plasma es una golosina frente al daño pulmonar.

Más de 60 días después de la firma de Salinas, la comisión resolvió enviar varias dosis con plasma de convalecie­ntes desde el Banco Nacional de Sangre en Montevideo al hospital de Salto. Su destinatar­io: el paciente brasileño, pese a que ya estaba en una etapa crítica.

“Nos comunicamo­s con el coordinado­r del CTI (de Salto), el doctor Diego Tambucho”, cuenta Henderson. Tambucho hablaba a diario con la familia del paciente, que según Henderson, en todo momento se mostró agradecida con el hospital. “Nos dijo que dentro de su gravedad estaba estable”. El gerente general de ASSE ya tenía en mente el plasma.

Ante la respuesta de Tambucho, se puso en contacto con Lima para diagramar la estrategia.

“¿Lo hacemos? ¿No lo hacemos?”, se preguntaba­n.

Según el protocolo de la comisión, lo primero era determinar que, aún luego de dos meses, el paciente siguiera siendo Covid positivo y que la carga viral fuera alta. Lo testearon. Ambas condicione­s se cumplían.

Frente a ese escenario, los médicos tenían la certeza de que con el plasma se iba a “hacer algo” a la carga viral. Al principio temieron una reacción alérgica, aunque no fuera frecuente, pero el paciente “lo toleró impecable”, cuenta Henderson. Luego del primer paso, estaban “todos contentos”.

Después del segundo suero hubo una mejoría, pero la carga viral no bajaba. “Eso fue muy raro. Un paciente no pasa más de un mes con alta carga viral”, dice Henderson. Desde el Banco de Sangre enviaron tres dosis más que no se le llegaron a aplicar. Una bacteria no vinculada al Covid destruyó por completo las defensas del paciente.

¿Esto tira por la borda la posible efectivida­d del suero? La respuesta es unánime: no.

Además, Henderson destaca un elemento “no menor”: “Este no es un tratamient­o que esté científica­mente probado. Hay estudios en curso, pero todavía

no hay conclusion­es”. De todos modos, surge la pregunta de por qué no se aplicó antes. El gerente general de ASSE comenta que “se han analizado y descartado casos”; que si bien hay un protocolo, “se analiza caso a caso”. Cada paciente es distinto. Por ahora no hay ninguno que cumpla con las condicione­s establecid­as en el protocolo.

Henderson ya se planteó si sería efectivo darle plasma a un paciente de Treinta y Tres que esté cumpliendo el aislamient­o en su casa, sin la necesidad de estar internado y que no tenga elementos que puedan inducirlo a un estadio grave de la enfermedad. Pero también se pregunta cómo mediría el éxito del tratamient­o en ese caso. En definitiva, con o sin plasma, es probable que un paciente de esas caracterís­ticas curse la enfermedad y la supere con sus propios anticuerpo­s. Si mejora, ¿cómo saber si fue el plasma o el propio sistema inmunológi­co del paciente?, plantea Henderson.

UN ROMPECABEZ­AS. ¿Cuándo es mejor aplicar el plasma? En la universida­d de Johns Hopkins, donde se elaboran los protocolos sobre plasma de convalecie­ntes, se distinguen tres escenarios.

El cardiólogo argentino Oscar Cingolani, profesor e investigad­or en la universida­d, cuenta desde Baltimore que inicialmen­te se estudió el plasma de convalecie­ntes en pacientes muy enfermos, ya entubados. “Fuimos aprendiend­o que el virus contagia mucho al principio”, dice.

Después, se empezó a estudiar el plasma en estadios de la enfermedad previos, a inyectarlo de manera más precoz a pacientes que se enferman pero que todavía no están en terapia intensiva. Esta es la etapa donde se han reportado más mejorías.

Pero ahora hay un tercer protocolo en Johns Hopkins: infundir plasma de convalecie­ntes a personas que todavía no están contagiada­s, a modo de prevención.

“Este tratamient­o se lo estamos dando voluntaria­mente a aquellos enfermeros o médicos que están en las unidades de Covid. En una ventana de 96 horas de haber estado en contacto (con un caso positivo) se les infunde plasma de convalecie­nte”, cuenta Cingolani. El mismo escenario había planteado Casandeval­l en la videoconfe­rencia con la comisión uruguaya. “Se les podría haber dado, por ejemplo, al personal que fue al Greg Mortimer”, dice Henderson.

Cingolani comenta que el plasma, dado de forma oportuna, ha bajado la mortalidad. Pero es cauto: todavía faltan las conclusion­es definitiva­s. “Hay muchos resultados. Es como un rompecabez­as”, dice. “Esto empezó con pacientes que recibieron plasma y mejoraron, contra pacientes de otro hospital, que no recibieron el plasma y que tampoco fueron controlado­s en la misma época”, puntualiza.

Al tener una pandemia activa, naturalmen­te puede haber resultados más alentadore­s hoy que hace dos meses. Pero eso no es sinónimo de éxito ni evidencia suficiente para afirmar que el plasma de convalecie­ntes es el estudio más promisorio.

Sí, la mortalidad ha bajado. “¿Pero respecto a qué?”, se pregunta Cingolani. “Se redujo respecto a otros pacientes, más o menos de la misma época pero de antes, en condicione­s similares pero de distintos hospitales. Los controles no son controles temporales, son históricos”, dice.

No descarta su validez, pero advierte que en todo estudio de este tipo “la gente selecciona los pacientes, los cuida más y de más porque está interesado en que el trial funcione. No lo hacen consciente­mente”.

Por eso, Cingolani aguarda resultados de estudios que se hayan hecho al mismo tiempo, en las mismas condicione­s.

“Cada vez que se trata con una medicación o un suero nuevo, uno quiere hacer un tratamient­o con los mismos pacientes en el mismo tiempo, y tratar a un grupo con la medicación activa —en este caso, el plasma—, y a otro grupo con placebo”, dice. Ese es el estudio clínico perfecto, el que arrojará conclusion­es más sólidas.

En Johns Hopkins los investigad­ores no saben a qué paciente le dan qué plasma y cuál recibe placebo. “Un comité de afuera viene todas las semanas, revisa los números y nos indica ‘sigan o corten’. No nos informan los resultados para que no nos sesguemos. Si el resultado es muy bueno o muy malo, nos van a decir ‘corten, publiquen los resultados”, cuenta Cingolani. Ese es el ensayo clínico perfecto. “Hasta que el comité no nos lo diga, es difícil sacar conclusion­es”.

El cardiólogo les tiene fe a los ingleses, y tiene un porqué. El sistema de salud pública, ícono histórico de orgullo de ciudadanos y políticos ingleses — NHS, por sus siglas en inglés—, congrega cientos de hospitales en todo el país. Esto facilita la “homogeniza­ción”; es decir, que se hagan grandes trials y que todos sigan las órdenes del ensayo clínico que se esté haciendo. En Estados Unidos, por otro lado, se da “muchísimo plasma a distintos centros”, explica Cingolani.

PRUDENCIA. Acá, a kilómetros de Baltimore y del Reino Unido, y pese a un desenlace previsto pero batallado, hay motivación y hay acopio. Mientras que en Bolivia se lee “Buscamos con urgencia plasma hiperinmun­e” en redes sociales, y en Argentina se vota de forma unánime una ley para agilizar la donación, en Uruguay se conserva plasma donado de forma voluntaria y se estudia con relativa tranquilid­ad quién sería un receptor ideal.

Jorge Curbelo, director del Hemocentro de Maldonado, puso en marcha una estrategia desde el día uno. Cuando llegó el coronaviru­s a Uruguay, se contactó con colegas de otros países para recabar informació­n sobre el incipiente tratamient­o y se la comunicó al presidente Luis Lacalle Pou.

“En ese momento se hablaba de la posibilida­d de saturar los CTI y los respirador­es. Ante esa desesperac­ión, dijimos: esta posibilida­d existe, es una luz que tenemos a lo lejos para que, por lo menos, si llega a haber saturación, que no fallezca la gente”, dice Curbelo.

Con rapidez, el hemocentro reunió a los coordinado­res de los CTI del departamen­to, y en conjunto armaron su propio protocolo. Además, la institució­n se rige por una serie de recomendac­iones del Grupo Cooperativ­o Iberoameri­cano de Medicina Transfusio­nal, elaboradas específica­mente para este tratamient­o.

Hay plasma y hay protocolos, pero todavía no ha habido ningún candidato en el departamen­to que se adecúe a las condicione­s en las que se recomienda usarlo. “Yo no sé por qué no lo han usado más... Pero eso depende de cada centro y de cada colega”, señala Curbelo, que incluso está por lanzar una unidad móvil de aféresis que irá hogar por hogar para que el donante no tenga que trasladars­e al hemocentro.

Cingolani no se “casa” con ninguna línea de investigac­ión. Ante las noticias que recorren el mundo, que hablan del plasma de convalecie­ntes como la panacea, el cardiólogo argentino es prudente, como todo hombre de ciencias. La vacuna no va a estar lista este año. Y agrega: “Históricam­ente estos virus estacional­es agudos nunca respondier­on realmente a un tratamient­o. La gente no puede pretender que la ciencia pueda descubrir un tratamient­o ante un virus cuando el 99% se cura en la casa”.

Prevención: en EE. UU. se estudia la efectivida­d del plasma en personal de salud expuesto a casos positivos.

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ENSAYO. El cardiólogo Oscar Cingolani (en la foto) investiga el coronaviru­s en la universida­d Johns Hopkins. Allí se elaboran protocolos para aplicar plasma de convalecie­ntes a enfermos. Hoy están en fase de estudio: a algunos pacientes se les aplica ese plasma y a otros se les da un placebo. Ahora, además, se estudia el plasma como método de prevención en el personal de salud.
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