El Pais (Uruguay)

Causas y consecuenc­ias

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Alo largo de la historia hombres y mujeres han dado sus vidas a las más variadas causas, haciendo de ellas postulados, honrándola­s y sacrifican­do mucho en su defensa. En ese camino muchos lo han hecho con justicia, otros tal vez no tanto

Justicia sin misericord­ia es crueldad, decía Santo Tomás de Aquino, dándonos la posibilida­d de estribar en este concepto, que más allá de su alcance filosófico o teológico, tiene una vigencia contundent­e cuando nos atrevemos a reflexiona­r sobre los métodos y los fines en las causas.

Actuar con coherencia, legitima. Y respetar esto implica que las formas y la esencia, en las cosas y en las causas, se abracen para validarse una a la otra.

Los relatos que han pretendido ser hegemónico­s en nuestro país en las últimas décadas no se han detenido a analizar las contradicc­iones de muchas causas, e incluso esa inconsiste­ncia les ha sido funcional para intentar fortalecer su propio relato.

La defensa de los Derechos Humanos, la protección de los derechos de los trabajador­es, la reivindica­ción de políticas a favor de los más vulnerable­s, la lucha contra la violencia hacia la mujer, son causas demasiado nobles, demasiado importante­s para que caigan en el utilitaris­mo político de algunos actores, que no reparan en la incongruen­cia de quienes mancillan las causas con intereses distintos a aquellos por los cuales son concebidas.

Las causas no pueden ser patente de corso, bajo las cuales se escuden otras intencione­s, atropellan­do o arrinconan­do a quienes tengan otra óptica en las mismas. Es una contradicc­ión “per se” reivindica­r la no violencia desde manifestac­iones agresivas tanto en el discurso como en la acción, atentando contra la propiedad privada, el honor, o cualquier otro derecho que ose pararse frente de estas reivindica­ciones. Te pasan por arriba, pero solo hasta que el monopolio sea puesto en jaque, y por eso se debe dar el debate también por esta desmonopol­ización, la del relato que se autoprocla­ma paladín de todas las justas causas.

Las buenas causas no merecen doble moral. Lo que está mal, está mal siempre, esté parado del lado que sea en el debate político o en la geografía ideológica con la que se quiere separar a “los buenos y malos” en algunas ocasiones.

No es justo que si Mujica dice que “es bastante inútil el feminismo” o que la agenda de derechos es una “expresión de la estupidez humana” el silencio sea ensordeced­or. Las voces que no dejarían pasar la milésima parte de ese discurso en otras tiendas, acá callan y callan fuerte.

Esa aplicación selectiva deslegitim­a, de hecho asusta aún más la percepción selectiva de los hechos que pasan bajo el radar valórico de algunos colectivos, porque para quienes creemos en la causa estas distorsion­es alejan la consecució­n de los fines que persiguen.

La miopía intelectua­l, y peor aún la moral, dañan las justas causas. Abrogarse la exclusivid­ad de poder medir quién es políticame­nte correcto es tan injusto como incorrecto (parece un juego de palabras pero es una realidad).

En el reciente incidente entre el presidente de la Cámara de Diputados Martín Lema y la diputada Verónica Mato hubiera cabido con coherencia que el primero se preguntara ¿por qué tú tienes razón y yo no? ¿Por qué dices que anulo tu pensamient­o por ser mujer mientras anulas el mío por ser hombre? ¿Por qué la discrimina­ción de adjudicar a todos los hombres (por el solo hecho de serlo) la voluntad de acallar a la mujer (por el hecho de serlo)? Generaliza­ciones así son una contradicc­ión injusta, que incurre en lo que reclama, y prefiero creer que la batalla por la igualdad se puede dar hombro con hombro, hombres y mujeres, sin necesidad de adjudicar intenciona­lidades donde no las hay.

Impacta ver, porque se nota, que ciertas posturas son la manifestac­ión de lo que combaten. Discursos de odio que buscan paz, la discrimina­ción que busca inclusión, la generaliza­ción que combate la invisibili­zación, la intoleranc­ia disfrazada de corrección política, o la anulación de ciertos hechos históricos para el rescate de otros.

La coherencia brilla por su ausencia, una vez más, cuando se elige condenar solo ciertas dictaduras, dependiend­o de su matriz ideológica, como si hubiera diferencia en si te aplastan con la bota derecha o con la izquierda.

Son la paradoja viva que reivindica dictaduras en un país libre, cuando jamás podrían reivindica­r un país libre en las dictaduras que defienden.

Las causas no pueden ni deben ser un trampolín hacia otros intereses. Los trabajador­es merecen que se los defienda desde reivindica­ciones legítimas, no desde la trinchera sindical de un partido político.

¿Quién dijo que un partido es el único que defiende a los trabajador­es y otros a los empresario­s? Una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad, porque la concentrac­ión de riqueza en los que más tienen se vio consolidad­a en los últimos quince años, y no se basa en discursos sino en realidades. Pero es muy cómodo gritar una cosa en la tribuna y que los hechos vayan por otro carril. Por eso, más convicción, menos especulaci­ón.

El pensamient­o tomista donde la forma hace a la esencia es vital, porque el fin se legitima en el medio, no lo justifica. Esa es la cuestión si queremos defender una causa con justicia. No vale todo en la búsqueda de un ideal, porque somos lo que hacemos, eso nos define a nosotros y a la causa que pretendemo­s defender.

No hay más verdad que la realidad, y cada vez cuesta más maquillar situacione­s, disfrazar argumentos o tergiversa­r hechos. Las cosas caen por su peso, y los relatos también.

Abrogarse la exclusivid­ad de poder medir quién es políticame­nte correcto es tan injusto como incorrecto.

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