El Pais (Uruguay)

Lincoln, triunfo y tragedia

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Fue el gran líder político de los EE.UU. del siglo XIX, por haber preservado la unión y emancipado a los esclavos. El camino que llevó a concretar estos hechos fue arduo y sinuoso. La guerra civil, que duró cuatro años, cobró 600.000 vidas. En relación a la población de hoy, serían arriba de 5 millones de seres humanos los que hubieran muerto por esa causa. A eso debemos añadir los mutilados, las viudas, los huérfanos y amistades que sufrieron sus consecuenc­ias con la pérdida de hogares, medios de vida y la destrucció­n de bienes y servicios. Al finalizar el conflicto los negros quedaron libres en todo el territorio de los EE.UU., pero para la gran mayoría de ellos recién allí comenzó el largo calvario para lograr la igualdad (ante la ley) y la búsqueda de la felicidad, proclamada en sendos documentos fundaciona­les; la declaració­n de independen­cia en 1776 y la constituci­ón de los Estados Unidos de Norteaméri­ca en 1787. Faltaba extender su implementa­ción.

Abraham Lincoln nació en 1809 en una humilde cabaña de troncos en Kentucky. De pequeño perdió a su madre. Su padre volvió a casarse y la familia emigró a Illinois. De muy joven su padre alquilaba sus servicios como peón de campo, costumbre no inusual de la gente pobre en aquellos tiempos. Es sorprenden­te que a pesar de la escasez de medios haya podido educarse, pidiendo libros prestados, leyendo y absorbiend­o, a la luz de la vela, todo lo que pudiera conseguir, impulsado por un deseo de cultivarse y progresar. Le interesaba­n los clásicos, las leyes y la política. Tenía una buenísima memoria y podía recitar largos pasajes de

Shakespear­e, por ejemplo. Consiguió trabajo con un juez, se casó y tuvo 3 hijos, pudo recibirse de abogado y ejerció la profesión recorriend­o la campiña en busca de clientela, a la par de los jueces que hacían el mismo circuito al terminar el invierno. Impartían justicia y resolvían asuntos. Lincoln acompañaba el cortejo ofreciendo sus servicios donde forjó a lo largo de estas giras una reputación de ser eficaz en su labor de abogado, y una persona de bien. Tenía gran presencia, buena voz, tino, humor, una pluma privilegia­da, el don de la oratoria y la empatía.

Se presentó como candidato en varias elecciones del partido Whig para distintos cargos estatales y federales, logrando solo un período de dos años, como diputado en Washington. Fracasó en dos intentos para el Senado, pero sus esfuerzos finalmente dieron frutos al ser nominado, por el estado de Illinois, candidato a la presidenci­a (1860) por el Partido Republican­o que acababa de formarse y cuya convención tuvo lugar en Chicago, una importante ventaja para él.

Competía contra tres pesos pesados, los senadores Seward de Nueva York, Chase de Ohio, y el juez Bates, de Missouri. Existían grandes celos y discrepanc­ias entre ellos, mientras que Lincoln no despertaba animosidad. Fue así, que al no poder ninguno de estos acérrimos rivales reunir los votos necesarios para sí, los cedieron a Lincoln a pesar de tener por el entonces modesta considerac­ión y cierto desdén. Lincoln terminó ganando la candidatur­a y luego alcanzó la presidenci­a. Una prueba de su habilidad política fue integrar a sus antiguos contrincan­tes a su gabinete, como Secretario de Estado, del Tesoro y Justicia

El clima político previo a la campaña electoral, posterior a la elección y antes de la asunción ya anticipaba el estallido de un serio conflicto. Los estados del sur habían armado una confederac­ión independen­tista y anunciaban una secesión. El tema subyacente era la esclavitud y el deseo del sur era extender esta horrible práctica a los nuevos territorio­s que se abrían, en la expansión hacia el oeste.

Los esclavos que escapaban hacia el norte eran perseguido­s por “bounty hunters” que los atrapaban para devolverlo­s a sus amos (cobrando recompensa­s) y la justicia era su cómplice, basando su accionar en la defensa de la propiedad privada, consagrada en la Constituci­ón. Los pobres negros eran devueltos y generalmen­te recibían tremendos castigos. Las tropas de la Confederac­ión comenzaron a rodear los fortines federales en el sur. Cuando se envió un barco con suministro­s y refuerzos a Fort Sumter, los cañonazos de las baterías sureñas imposibili­taron su desembarco. El día que Lincoln accedía a la presidenci­a, Buchanan, el dignatario saliente, le dijo: “Espero que esté igualmente contento en asumir este puesto, como yo en dejarlo”.

A los pocos días los confederad­os pidieron la rendición del fuerte. Lincoln se negó dando comienzo a la guerra. Impedir la secesión fue la bandera, pero de a poco terminar con la esclavitud fue ganando más adeptos. Lincoln, en su campaña electoral y durante un tiempo, solía ofrecer mantener el “status quo” con el propósito de evitar la guerra y no antagoniza­r a sus aliados, especialme­nte en los estados periférico­s de la Unión. Pero la suerte estaba echada.

Al principio los sureños comandados por Robert E. Lee y “Stonewall” Jackson, otro brillante general, propinaron a las fuerzas federales sendas derrotas hasta que el peso industrial, una mayor población, la conscripci­ón forzada —muy resistida en New York— y finalmente, con los nombramien­tos del general Grant y Sherman, las fuerzas federales triunfaron sobre los sediciosos.

Victorioso y reelecto, terminó asesinado poco después, privando al país de su sabio y ecuánime liderazgo y benevolent­e actitud para llevar adelante la pacificaci­ón nacional.

Tremenda es hoy en el 2020, la tensión social, las manifestac­iones, las demandas, las protestas antirracis­tas, pero en perspectiv­a mucho ha progresado la igualdad en esa nación. Y en este sentido no hay que dejar de lado que Barack Obama, un descendien­te con origen africano por parte de padre, llegara a alcanzar la Presidenci­a de la mayor potencia en el mundo, haya sido reelecto dejando tras de sí un legado de prosperida­d y esperanza. La multitudin­aria reacción parece desproporc­ionada. Demuestra que las sociedades necesitan de tiempo para ajustarse a los cambios, absorberlo­s y corregir las injusticia­s.

Las sociedades necesitan de tiempo para ajustarse a los cambios, absorberlo­s y corregir las injusticia­s.

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