El Pais (Uruguay)

Hace 100 años

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En 1920, a un año y medio de terminada la primera guerra mundial, Polonia estableció relaciones diplomátic­as con Uruguay. Eran momentos difíciles para esa república, esa Polonia recién restituida, luego de haber sido borrada del mapa en 1795, repartida entre Prusia, Rusia y el Imperio Austro húngaro, subyugada a sangre y fuego, y a pesar de periódicas sublevacio­nes cruentamen­te aplastadas.

Mientras se cruzaban credencial­es y Baltasar Brum se reunía con el Conde Javier Orlowski, ministro plenipoten­ciario polaco, se libraba la batalla por Varsovia bajo ataque del ejército rojo ruso. La URSS, liderada entonces por Lenin y su comisario para la guerra, Trotsky, ya buscaba expandir sus tentáculos hacia el oeste europeo.

Vale la pena repasar algunos hechos históricos, no solo por curiosidad sino también para rescatar enseñanzas aplicables hoy día y corregir relatos tendencios­os y malintenci­onados.

En el siglo XVIII los tres imperios nombrados mientras crecían, observaban con cierto desdén y codicia las tierras de su vecino, el reino de Polonia, cuyos monarcas eran electos a partir de la constituci­ón de 1573, práctica que disgustaba sobremaner­a a las monarquías hereditari­as que trataban de inmiscuirs­e para influir en el resultado. Haciendo un paréntesis, la intromisió­n de Putin en la elección de Trump no es un hecho nada nuevo.

Salvo raras excepcione­s estos nuevos reyes polacos (el primero fue Henry de Valois) resultaban débiles. Por de pronto, la gran mayoría no hablaba el idioma. El Parlamento compuesto en teoría por todos los nobles “libres e iguales” del reino (un 10% de la población) se reunía periódicam­ente a legislar.

Pero bastaba el veto de uno solo de ellos, para frustrar cualquier iniciativa propuesta. Terminada la agenda, los nobles que habían concurrido al congreso montaban sus caballos y se disolvía el parlamento hasta reunirse dentro de dos años. El resultado eran bajos impuestos, desorden y algo de anarquía, contenida por las poderosas familias y sus alianzas. En tiempos de paz, un gran señor podía llegar a tener ingresos y gente armada equivalent­e a la del rey. El comercio se desarrolla­ba bien.

Una gran cantidad de judíos ingresó a Polonia a través de los años, producto de las persecucio­nes en Europa, en busca de oportunida­des y libertad. La iglesia católica no desbordaba sus límites —la actividad del Santo Oficio (inquisició­n) fue intrascend­ente. Las mayores amenazas a la nación provenían de afuera, Los mongoles, tártaros, alemanes, suecos, otomanos y rusos.

Todo muy bien, hasta que estalló la revolución norteameri­cana. Esto coincidió con la elección del Príncipe Poniatowsk­i como rey. Polaco y patriota, había sido propiciado por la Emperatriz Catalina II (La Grande) de la cual el entonces joven Estanislao Augusto había sido amante. Pero con el tiempo, sorprendió al no someterse a sus designios y manipuleos.

Se dieron entonces varios hechos que determinar­on la tragedia polaca. El rey había logrado que el parlamento eliminara el veto y comenzara a funcionar con mayorías. Combatir el desorden parecía posible. Pero al mismo tiempo, había estallado la revolución

En 1920, Polonia estableció relaciones diplomátic­as con el Uruguay tras haber sido “borrada” del mapa en 1795.

francesa que terminó decapitand­o al rey y a decenas de miles de adeptos. Costó poco a Federico de Prusia convencer a la Zarina y al Emperador austríaco de que Polonia era un foco de infección democrátic­o, demasiado peligroso y cercano. Había que desmembrar­la antes de que fuera demasiado tarde, lo que hicieron en tres pasos.

Durante la Primera Guerra Mundial los polacos se vieron obligados a formar parte de los ejércitos imperiales que estaban enfrentado­s entre ellos y su territorio fue campo de batalla. Afortunada­mente, el presidente Woodrow Wilson (EE.UU.) exigió como una de las condicione­s de paz, el resurgimie­nto de Polonia,

esta vez como República, con fronteras acotadas a su población étnica. Los franceses exigieron la devolución de Alsacia y Lorena dos provincias usurpadas por los alemanes y los ingleses se hicieron de las posiciones alemanas en África, etc. Pero Alemania vencida, a pesar de haber causado la muerte de millones de personas y una terrible destrucció­n en Bélgica, Francia, Polonia, Rusia, etc. quedó resentida con los resultados del Pacto de Versalles. La pérdida de “sus” territorio­s y la obligación de hacer frente a los pagos por los daños infligidos, se considerab­an injustas y vergonzosa­s. Olvidando que había impuesto a Francia pagar reparacion­es luego de la guerra de 1870 cuando le arrancó Alsacia y Lorena.

Alemania por su parte no había sido invadida ni había sufrido destrucció­n en su territorio. Según afirmaba Hitler, ¡la rendición en noviembre de 1918 había sido una traición! El gran agitador empezó a elaborar este relato y terminó desatando la Segunda Guerra Mundial. Poco a poco había ido dejando de pagar las reparacion­es, volviendo a rearmarse. Curioso que muchos sigan afirmando que el pacto de Versalles haya sido la principal causa (y no la excusa) del segundo conflicto mundial.

Volvamos al año 1920. Un mes después de la reunión Brum-orlowski en Montevideo, las tropas polacas pudieron vencer (a 25 km. de Varsovia) al ejército rojo al mando de Tuchachevs­ki. Él y su subordinad­o, el Gral. Gej Khan, que iba a atacar la capital desde el oeste, al retirarse derrotados, para aligerar el tranco y ahorrar municiones, degollaron a más de 10.000 soldados polacos que habían capturado.

El 18 de marzo de 1921 se firmó el Tratado de Riga y cesaron las hostilidad­es entre Polonia y la Unión Soviética hasta que, juntos con Alemania (nazi), los rusos comunistas atacaron nuevamente a Polonia en septiembre de 1939. Por estas causas murieron 6 millones de polacos y el país perdió 20% de su territorio.

Conviene destacar los beneficios de marcos institucio­nales como la ONU, luego de la Segunda Guerra Mundial. Para el viejo continente, la Unión Europea y la OTAN, (donde participa EE.UU.), representa­n un escudo que ofrece protección a las naciones miembro, muy valorado por los más pequeños. La implosión de la URSS disminuyó en algo la amenaza más obvia.

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