MARKETING PARA SALVAR EL LEGADO
Pueblos fundados por inmigrantes a fines del siglo XIX luchan para conservar las tradiciones de los colonos. Con la ayuda de embajadas y municipios, ven en el turismo una oportunidad para crecer y estimular el apego de las nuevas generaciones.
▃ Las colonias de inmigrantes luchan por mantener sus tradiciones, pero sus referentes se enfrentan a la emigración de los más jóvenes y su magro interés por aprender el idioma e integrar las agrupaciones culturales. El rol protagónico para asegurar el rescate histórico es de municipios y alcaldes. El caso de Nueva Helvecia es emblemático y un ejemplo a seguir por otras localidades como Colonia Valdense, La Paz Colonia Piamontesa y la colonia rusa San Javier.
Este es un agosto amargo en Nueva Helvecia. A los pies del monumento que homenajea a sus fundadores —donde la leyenda negra indica que habría enterrada una bandera nazi— reposa la ofrenda floral que el sábado pasado se colocó para honrar un nuevo aniversario de la fundación de la Confederación Helvética. Fue un evento protocolar, limitado por la pandemia, incomparable con el habitual despliegue de un mes entero de festejos a toda pompa que conquistó el corazón del embajador Martin Strub cuando descubrió que en esta colonia, a 11.120 kilómetros de distancia, la independencia de Suiza se celebra con más entusiasmo que en su pueblo.
La suspensión de las actividades entristeció a los descendientes comprometidos a que la memoria de los colonos no pierda vigencia. Misión que en los últimos años disfrutó de una creciente atención por parte de las autoridades municipales, que diseñaron políticas para desarrollar el turismo y el comercio local aprovechando su particular identidad. Así, la experiencia de Nueva Helvecia se convirtió en un modelo exitoso que otras colonias ansían replicar para gestionar su memoria histórica. La fórmula es: exponerse para conservar.
El 1° de agosto, fecha en que se festeja la Fiesta Nacional de Suiza, fue durante décadas un día feriado en este pueblo. Ya no. En la víspera, el 31 de julio, la Sociedad Tiro Suizo organiza una cena con comida, música y bailes típicos. Cuando llega la medianoche, cantan el himno suizo y el nacional. Con una copa de vino caliente con canela en la mano, ven arder una fogata. Luego, tiran cañonazos de salva. “Nos vestimos con unos chalecos rojos y unos gorros antiguos que nos donó la embajada”, cuenta Pablo Oronoz, uno de los custodios de esta institución deportiva, la más antigua del Uruguay.
Durante los tres fines de semana siguientes, distintos clubes organizan fiestas multitudinarias. En los calendarios de los tataranietos y bisnietos de los colonos que llegaron en 1862 —desde Suiza, y en menor medida de Alemania, Austria y Francia— estos son días añorados para demostrar que la llama de la tradición sigue viva. No siempre fue así. Héctor Prieto, del grupo de danzas Los alegres alpinos, cuenta que para no “chocar” con los criollos se solía bailar puertas adentro.
Un vecino, desde el anonimato, dice que antes había una grieta entre quienes tenían raíces helvéticas y los que no: “Unos iban a unas fiestas y los otros iban a otras, eran dos carriles culturales en paralelo”. Esta división se mantenía hasta en el cine, donde se sentaban separados y de vez en cuando se tiraban piedras de una punta a la otra de la sala.
El paso del tiempo y los matrimonios cruzados entre europeos y criollos fueron dejando atrás estas desavenencias sociales y los apellidos germánicos. Tal es así que dos de los referentes culturales más importantes de la descendencia helvética se llaman Nelson y Jorge y se apellidan primero Barreto y después Bratschi. “Los genes tiran”, dicen, y los tres cantones de descendencia germánica que llevan en las venas se estampan en la camisa bordada con la flor de edelweiss —símbolo de los Alpes suizos— que viste Jorge y la música tradicional que se escucha de fondo en el hogar de su hermano, Nelson.
“Este es un pueblo con una identidad fuerte y los que vienen desde afuera se van plegando y al final los ves desfilando con los trajes típicos”, dice Jorge. El entusiasmo de los no helvéticos es clave para mantener el hilo cultural de generación en generación y alejar el temor a que estas tradiciones se pierdan.
Si en la generación de los descendientes que rondan los 30 a 40 años se notó un desinterés —algún padre llegó a pagarles a sus hijos para que desfilaran con su familia en la concurrida Bierfest—, ahora la ilusión está puesta en conquistar a los niños pequeños: tengan orígenes de
Europa central o no. En el liceo público ya hay un coro germánico, pero Vanesa Celio dio un paso más y creó el grupo de danzas An unsere Schweiz con la pícara intención de que la tradición hecha rutina les haga revalorizar —una vez que crezcan— “la sangre suiza que les corre por las venas”. Y por el corazón. Porque, aclara el embajador Strub, la inmensa mayoría de estos parientes lejanos no tienen la nacionalidad ni podrán conseguirla puesto que los colonos no se preocuparon por registrar a sus hijos en el consulado. “¿Por qué pensarían en volver si acá habían encontrado el paraíso”, plantea Strub.
Las dos caras de la moneda se juntan en el Tiro Suizo. Así como Oronoz recibe mensualmente el pago de afiliados que nunca pisan el club pero quieren mantener erguida la tradición del tiro con su aporte económico, una vecina le entregó una colección de medallas antiguas —de esta misma institución— que encontró en un contenedor, junto a la basura.
Ante la emigración hacia la capital de los jóvenes, la progresiva pérdida del idioma y el interés en cuenta gotas de las nuevas generaciones para aprender músicas y bailes típicos, ¿qué aliados tienen las colonias de inmigrantes del tipo de Nueva Helvecia para evitar que sus tradiciones estén condenadas a desaparecer?
TAREA PARA EL ALCALDE. “La llave es el merchandising de la tradición”, dice la periodista local Luciana Demaría. Y en el desarrollo de esta estrategia tienen un rol clave los municipios y la ambición de los alcaldes.
La historia con el resurgir de Nueva Helvecia empezó así. El principal diferencial de esta comunidad es su forma de organizarse en torno a las comisiones de las Fuerzas Vivas, un compendio de 22 instituciones que se reúnen una vez al mes para discutir qué necesita el pueblo y planificar cómo conseguirlo, sobre todo en base a la colaboración privada. Es que las fiestas tradicionales también tienen el cometido de ayudar al bolsillo comunitario. Con la ganancia de la Bierfest, por poner un caso, los centros educativos reúnen el dinero para pagarles a sus funcionarios no docentes (cocineros, limpiadores, porteros).
Frente a esta impronta, la primera alcaldesa de Nueva Helvecia, María de Lima, visualizó que el camino que debía seguir era el de “vender a la comunidad hacia afuera”, para así “empoderarla con sus costumbres”. Era 2011 y faltaba un año para celebrar el 150 aniversario de la fundación del pueblo. Tras viajar a un encuentro de extranjeros por el mundo y exponer el afán de los neohelvéticos por mantener vivas las costumbres de sus ancestros, de Lima consiguió el hermanamiento con dos cantones y la colaboración de otros cuyos aportes ayudaron a levantar una policlínica y un centro cultural, a restaurar una casa histórica y a crear un refugio para alojar a víctimas de incendios, inundaciones y de violencia doméstica. Se concretaron decenas de proyectos más, que implicaron la visita de numerosas delegaciones y una excursión para que al menos 60 pobladores conocieran la tierra de sus bisabuelos.
“Ver el interés que esta idiosincrasia despertaba en el exterior nos abrió muchísimo la cabeza y visualizamos la oportunidad que representaba el rescate histórico para atraer al turismo. Involucramos a privados y generamos proyectos
que propusimos a la Agencia de Desarrollo del Este de Colonia”. Así nació la Fiesta del Chocolate, que convoca a unos 10.000 visitantes y propició la apertura de empresas dedicadas a esta mercadería. También empezaron a llegar los primeros turistas europeos, fascinados por encontrar los nombres de sus parientes en el cementerio, revelando un interés por conocer la ruta histórica de los colonos.
El turismo se convirtió en un dinamizador económico de la comunidad. El marketing, a su vez, reavivó el orgullo de la pertenencia. En el Espacio Artesanal aseguran que tras la celebración de los 150 años se disparó la venta de escudos cantonales que los pobladores compran para poner en la fachada de sus hogares, indicando su lugar de procedencia. Un rumor dice que algunos los colocan aunque no tengan los apellidos en su árbol genealógico, por una cuestión de estatus. El único proveedor de estas artesanías tuvo que empezar a hacer pegotines porque la demanda de escudos para el termo se volvió avasallante.
También las agrupaciones de baile y música consiguen más invitaciones y contrataciones desde el exterior y a nivel local; participan en festividades de otras localidades y fiestas tradicionales como La patria gaucha y presentan sus shows en los shoppings de Montevideo.
El desarrollo turístico como la receta mágica para poner en vidriera las localidades del interior es el eje de trabajo de una red de municipios que estudia el rescate del valor histórico y su potencial para conformar rutas específicas, como la del raid o la de la leche. Desde su nuevo rol de directora del Área de Descentralización y Desarrollo de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, de Lima considera que a la hora de definir la planificación
Embajadas tienen poco presupuesto pero ayudan a cerrar apoyos económicos y acuerdos de intercambio.
Candidatos a alcaldes se reúnen en los ministerios; especialmente se interesan por la cartera de Turismo.
quinquenal los municipios deberán empezar por identificar de qué se nutre la cadena económica de cada territorio. “Ahí comenzará el trabajo para potenciar la identidad de cada uno”, plantea.
Según comunicó Presidencia, las transferencias económicas a los municipios crecerá 60% con respecto al quinquenio pasado, aunque de Lima saca cuentas de otras modificaciones que el gobierno definió en pos de la descentralización y estima que este incremento podría llegar hasta el 90%. “Esto sucede porque los municipios se impusieron y están fortalecidos. Ahora, alcaldes se sientan a negociar con intendentes y proponen sus propios intereses que van más allá del ABC de llevarle alumbrado, poda y limpieza al vecino. Por eso, para las elecciones que se vienen vemos que hay nombres que buscan la reelección y que los candidatos visitan los ministerios”.
Uno de los más concurridos es el de Turismo. La semana pasada, Remo Monzeglio, subsecretario de esta cartera, recibió a varios referentes y candidatos a la alcaldía. ¿La promoción de las colonias de inmigrantes es una de las líneas de trabajo que prevé desarrollar el ministerio en conjunto con los municipios? “Es de especial interés para nosotros desarrollar turismo en aquellas localidades con características bien definidas y de fuerte personalidad”, confirma el jerarca.
Nueva Helvecia, Colonia Valdense, La Paz o Colonia Piamontesa y San Javier, entre otras, están en la agenda del ministerio. “Las ricas y coloridas tradiciones de estas colonias constituyen un atractivo insoslayable para turistas nacionales y extranjeros”, dice Monzeglio.
RELIGIÓN Y FUEGO. A seis kilómetros de Nueva Helvecia está ubicada Colonia Valdense, fundada en 1858 por 11 colonos religiosos oriundos de Piamonte, en Italia. A meses de terminar su mandato, Analí Bentancur, la primera alcaldesa de la ciudad, reconoce que todavía “les falta formación” para delinear de qué forma explotar su riqueza turística, en la que conviven la tradición valdense y la piamontesa, pero a la que le falta un elemento tan valioso como un hotel.
Algunos de los primeros pasos que se dieron para mostrarse ya están a la vista del visitante. Además de la cuestión relacionada a la producción agrícola —como las queserías—, en la denominada Ciudad Jardín —en la que quien no corta el pasto es señalado con el dedo— hay carteles que indican las edificaciones icónicas de un circuito histórico religioso llamado “Caminos de tolerancia” en torno a la Iglesia Evangélica Valdense. También está incluido el liceo que inauguró la iglesia en 1888, el primero del interior del país, y mixto, toda una novedad en aquella época; y las escuelas de oficios.
Además hay un museo valdense en el que se conservan carruajes, utensilios domésticos y herramientas de trabajo, y un cementerio con esplendorosos panteones que causan furor entre el turismo social. “Hay una vuelta al interés histórico pero no desde el punto de vista de la celebración como hacen los suizos, sino de la recuperación de la memoria”, opina el pastor Oscar Geymonat. Y agrega: “Hay sí un turismo, pero estamos muy atrás y nos damos cuenta de que tenemos una historia riquísima que debemos mostrar.” Por eso planean abrir una tienda en el museo con venta de materiales.
Para esta comunidad religiosa, representa un desafío mantener el lazo con las generaciones más jóvenes que cuestionan por primera vez la herencia adquirida. Lo sabe Geymonat y lo sabe la historiadora Juanita Bertinat; dice: “Es un desafío visualizarse en los próximos 30 años en un mundo tan cambiante. Debemos tratar de revalorizar nuestras raíces pero abriéndonos e incorporando a los pobladores que se han ido instalando aquí”.
El relato oral de este pueblo —y su antigua rivalidad con los helvéticos —, forma parte de una colección de fascículos que prepara la Dirección de Turismo departamental con el fin de conservar las particularidades de sus colonias, como el concurso de “En Conchillas el té se toma así” en honor a sus pobladores ingleses, o la tradición del carnaval en la española localidad de Rosario. Un destaque especial tendrá La Paz, la colonia piamontesa surgida tras la Segunda Guerra Mundial que comparte el origen geográfico con los valdenses pero no necesariamente su religión.
Con el ánimo de mostrarse para no perder sus tradiciones, los piamonteses ubicados en Colonia Valdense constituyeron la Familia Piamontesa cuya principal celebración es la fiesta de la Bagna Cauda, un evento en torno a un plato a base de anchoas, queso y ajo que hace tres años empezó a promocionarse en redes sociales, consiguió patrocinadores y es transmitido en vivo por una radio local.
“En este mundo globalizado se buscan aquellos nichos especiales de la cultura, en este caso el gastronómico y lo hemos comprobado porque vienen otras colectividades italianas y turistas atraídos por este sabor distinto. Si bien lo que hacemos es tratar de separarnos de los demás a través de la cultura, en sí nos unimos todos bajo un mismo paraguas para difundir una cultura coloniense”, dice Diego Dotti, presidente de la agrupación.
Los piamonteses de La Paz, en tanto, tienen la esperanza puesta en la inminente creación de su municipio para revalorizar sus cinco monumentos históricos — uno de ellos, el Templo Evangélico, está en plena restauración—, desarrollar un turismo religioso, recreativo y de aventura. Los 150 años de la fundación se celebraron a lo grande con un show de No te va gustar, dice José Enrique Long, y a su fiesta tradicional del 17 de octubre, La Noche de las Antorchas, llegan cientos de personas que desfilan alumbradas por el fuego y luego se reúnen en torno a un fogón gigante. Sin embargo, el grupo de baile típico se disolvió y el dialecto francés patois dejó de enseñarse. “Sucede que en La Paz a nadie le interesa explotar esto porque no tenemos desocupación; acá el trabajo es lo que sobra y esa es la prioridad”, dice Long.
LA HUELLA RUSA. La buena convocatoria del corredor turístico Río de los Pájaros Pintados que desarrolló el Ministerio de Turismo; la conformación de un city tour histórico sumado al interés estudiantil; el éxito de las excursiones que organizan las agencias de viajes para la celebración de la Fiesta del Girasol; y la curiosidad de los uruguayos suscitada por el último Mundial, han logrado que la tradición en la colonia rusa San Javier, en Río Negro, no se apague. A pesar de que la población residente disminuyó a unos 2.000 habitantes. “Es el estímulo del turismo lo que nos ayuda a seguir, porque cada vez quedan menos descendientes y es más difícil no bajar los brazos”, dice Nely Subotin, directora del Centro Cultural Máximo Gorki.
Para la embajada de Rusia la existencia de San Javier es sinónimo “calidez”. “Encontrar del otro lado del globo una ciudad donde hay mamushkas en la calle es algo que uno no se espera”, dice en un perfecto castellano la diplomática Ekatherina Guermanovich. Después de todo, es el único pueblo fundado por rusos en la región. Por eso en los últimos años el relacionamiento se estrechó. La embajada trabajó en uniones con algunas ciudades originarias de los colonos y afianzó el intercambio entre países.
Por un lado, se están llevando a cabo intercambios de estudiantes y un programa de repatriación; por el otro, con fondos de pensiones rusas se inauguró un hogar de ancianos y también se apoya la preservación de la cultura financiando las visitas anuales de una coreógrafa que trabaja con el conjunto de danzas Kalinka, perfeccionando los bailes y el diseño del vestuario, ya que esta agrupación fue elogiada cuando se presentó en el Kremlin.
“La mayor preocupación que tenemos es cómo mantener el idioma, porque los ancianos están muriendo y las generaciones que les siguen lo abandonaron por la persecución política durante la dictadura militar. Este es uno de los planteos hacia nuestra cancillería, pero luego de la caída de la Unión Soviética la intensidad de la colaboración económica con Latinoamérica disminuyó”, explica Guermanovich.
El que tomó la posta entonces fue el municipio, cubriendo el costo de una profesora de ruso que complementa las clases que dicta el centro cultural Gorki. A la par, se restauró un galpón de piedras reconocido como una de las primeras construcciones de los inmigrantes y en este momento se recupera otro ícono de la zona: el edificio de la cooperativa. “A medida que se acercaron más turistas, fundamentalmente uruguayos pero también desde Argentina y Brasil, se desarrolló una oferta inmobiliaria y gastronómica. Es un destino incipiente, pero que creció muy rápido”, dice la directora de Turismo de Río Negro, Andrea Schunk.
En Montevideo, Olga Sanin dirige la primera sede del centro Máximo Gorki. Su oficina es un escritorio con un pizarrón, una pequeña platea con pupitres, un mapa de Rusia y una biblioteca con libros desde el techo hasta el piso. Su padre, cuenta, nació en el barco en el que en 1913 llegaron 300 familias siguiendo a un líder religioso del que luego se distanciaron por autoritario. Su misión en la vida es mantener el legado vivo. Por eso está arreglando el club y les enseña el idioma ruso a unas 15 personas, sobre todo uruguayas, porque al final de cuentas su tradición y la de todos los colonos que ayudaron a fundar nuestro país es también la nuestra.