El Pais (Uruguay)

Sabremos cumplir

- ALEJANDRO LAFLUF

Una de las promesas más importante­s que le hizo el Gobierno a la ciudadanía el año pasado fue la de restablece­r la seguridad en todo el país. Nadie ignoraba —en especial las nuevas autoridade­s— que la situación no sería nada fácil de revertir. La insegurida­d campeaba a sus anchas por todo el Uruguay sumiéndolo en una situación de desamparo y orfandad como jamás se había visto.

A las rapiñas y hurtos, que ya no se contaban por miles sino por decenas de miles, había que sumarles el crecimient­o espeluznan­te de los homicidios y la violencia del narcotráfi­co: un flagelo hasta entonces desconocid­o que encontraba ahora condicione­s para instalarse y asolar el país con sus bandas de narcomenud­eo, sus bocas de pasta base, sus ajustes de cuentas, sus “exportacio­nes”, Todo esto dibujaba un panorama desolador que la gente se limitaba a padecer atestiguan­do de forma impotente como sus barrios —otrora lugares de convivenci­a pacífica— eran ocupados y hasta repartidos por esta nueva lógica.

La falta de respuesta y la incapacida­d de gestión completaba­n una situación incontesta­ble y angustiant­e. Sin embargo había algo más. Algo más profundo que terminaba incluso por cancelar cualquier posibilida­d de cambio o esperanza. Me refiero, claro está, a la ideología de la sospecha. Los sectores que lideraban el gobierno estaban convencido­s de que la delincuenc­ia que asolaba el país no era más que la consecuenc­ia de un “sistema” que la causaba. La ideología de la sospecha invertía así las cosas colocando al delincuent­e como víctima de ese sistema y a la policía nacional como victimaria —al considerar­la como un mero instrument­o al servicio del mismo sistema que causaba el delito. Esta ideología dejaba en completo estado de indefensió­n a la ciudadanía y clausuraba cualquier esperanza de revertir las cosas.

Cuando las nuevas autoridade­s asumieron sabían que el restableci­miento de la seguridad en el país pasaba necesariam­ente por dos planos: uno simbólico y otro real. Los cambios en la gestión eran sin duda imprescind­ibles pero los cambios en el mensaje —a la ciudadanía, a la policía y a la delincuenc­ia— lo eran aún más.

El mensaje no se hizo esperar. El nuevo Ministro, apenas asumir, le dijo al país de forma clara y contundent­e que la ley, en una democracia, es un instrument­o al servicio de la ciudadanía y su único sentido es asegurar la libertad y prosperida­d de la población. Que el delito constituía una violación a la ley y como tal no sería disculpado y sería perseguido dentro del marco de la Constituci­ón. Que el Estado uruguayo es de todos. Y que la Policía Nacional es una fuerza al servicio de la ciudadanía, cuyo único propósito es protegerla frente al delito.

El mensaje resonó fuerte y claro en todos los rincones del país, anunciando un nuevo tiempo en materia de seguridad. Con las cosas claras, las nuevas autoridade­s pusieron manos a la obra. Era hora de cambiar la gestión. “Dar la cara, recuperar el territorio y generar resultados”, fue el lema que eligió el nuevo ministro Jorge Larrañaga para dar a conocer los tres ejes que guiarían esa transforma­ción. El primero anunciaba que desde ahora la autoridad sería ejercida plenamente pero también que la responsabi­lidad frente a la ciudadanía sería asumida plenamente —sin excusas, ni cortapisas ni chivos expiatorio­s. El segundo eje apuntaba decididame­nte al corazón del problema y su objetivo era revertir la política de centraliza­ción del gobierno anterior. Una política que constituyó uno de los errores estratégic­os más grandes de la anterior administra­ción, al generar un vacío de autoridad que sentaría las bases del agravamien­to de la insegurida­d en todo el país.

El restableci­miento de la seguridad reclamaba la recuperaci­ón del territorio nacional. Pero esa “territoria­lización” necesitaba la implementa­ción de una política de descentral­ización que revirtiera, precisamen­te, la centraliza­ción

Este gobierno no solo hizo cambios en la lucha contra el delito, sino que también cambió el mensaje a los ciudadanos.

llevada a cabo durante años, que a la postre resultó nefasta, condenando a la ciudadanía al desamparo y creando las condicione­s para que el delito avanzara.

Es precisamen­te esta descentral­ización —como idea fuerza— la que está a la base de los operativos y megaoperat­ivos en todo el territorio nacional, del PADO bajo la dirección de los jefes de Policía, del despliegue de la Guardia Republican­a en todo el país, de la reapertura de comisarías, seccionale­s y destacamen­tos en el interior —cerrados y disminuido­s drásticame­nte por el FA—, de que las vacantes sean llenadas por personal del propio Departamen­to para garantizar cercanía y conocimien­to, de la seguridad rural, del control desde el aire, de la instalació­n en Florida de la Dirección Nacional de Seguridad Rural, del empoderami­ento de las Comisarías y Subcomisar­ías en todo el país, devolviénd­oles su protagonis­mo como actores fundamenta­les en el combate contra el delito, confiriénd­ole potestades para que puedan volver a investigar, reprimir y prevenir el delito.

Esta descentral­ización terminará siendo clave para cumplir con el tercer eje anunciado por Larrañaga, que pone énfasis en la eficacia de la gestión y demanda la obtención de resultados. Resultados que, apenas transcurri­dos seis meses de gestión, no han tardado en producirse y que son consecuenc­ia directa de los cambios operados. En efecto el Observator­io Nacional sobre Violencia y Criminalid­ad del Ministerio ha informado en estos días que entre marzo y agosto de este año bajaron los homicidios y las denuncias por rapiñas, hurtos y violencia doméstica respecto al mismo período del 2019. Así, las denuncias por hurtos han descendido respecto al año pasado (55.597 contra 68.589), también las rapiñas (13.524 vs. 15.137) y los homicidios (161 contra 181). Esta reducción ha sido continua, indicando una tendencia consistent­e a la baja.

“Nuestro compromiso será redoblar el esfuerzo” dijo el Ministro apenas se conocieron estos resultados. Estas palabras confirman una línea de acción y no hacen más que augurar que se seguirá recorriend­o el mismo camino. Un camino hecho de compromiso y de trabajo y que terminará por devolverle a los uruguayos, la libertad y la convivenci­a pacífica que ha caracteriz­ado desde siempre al Uruguay.

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