El Pais (Uruguay)

Cómo vivir de la fauna y flora nativas

Un emprendimi­ento familiar que apuesta a la flora local y a la ganadería regenerati­va

- ANALÍA FILOSI

Yo vine de Montevideo y mi esposa de Rocha; nos juntamos en el medio”, cuenta entre risas Camelo Prada sobre el lugar que eligió para llevar adelante un emprendimi­ento familiar basado en la sustentabi­lidad.

Altamira del Edén es una granja ubicada a cuatro kilómetros de Pueblo Edén (departamen­to de Maldonado) que se dedica a la producción orgánica de frutos nativos como el arazá, el butiá, la guayaba y la pitanga, y a la ganadería regenerati­va. Además cuenta con aves de corral y un apiario.

También es un establecim­iento para turismo rural que ofrece casas de barro para vivir una experienci­a de descanso integrado al paisaje.

Si bien hace 22 años que Camelo dio inicio a esta iniciativa junto a su esposa Virginia, recién hace pocos años que está abocado cien por ciento a llevarla adelante. Hasta entonces la compartía con su profesión de jardinero paisajista.

“Apostamos a vivir en el campo, en un lugar de sierras, y producir orgánicame­nte alimentos. La idea era lograr sustentabi­lidad alimentici­a, cosa que aún estamos en camino de conseguir porque vamos aprendiend­o todos los días un poquito más y sumando algo más de sustento”, detalla a El País este padre de dos hijos de 13 y 9 años.

MODELO. La granja trabaja bajo el modelo de permacultu­ra, un sistema agrícola y económico que se rige por las caracterís­ticas del ecosistema natural. Plantas nativas y fauna silvestre van interactua­ndo entre sí de manera de asegurar su subsistenc­ia y reproducci­ón.

“La ganadería regenerati­va hace que sea el ganado el que lleve las semillas y así se va mejorando el campo en función de lo que hacen los animales circulando por distintos potreros con una rotación bastante agresiva. Mucho ganado pastando pocos días en lugares muy chicos. Lo empezamos a aplicar hace unos tres años”, explica a El País.

Ocurre lo mismo con las gallinas, que no están en un gallinero fijo sino que se van moviendo y mejorando el suelo.

“La gallina va arando y a la vez dejando el abono; enriquece y da velocidad al proceso”, acota.

Al principio, esa función no la cumplió el ganado (aún no tenían), sino la fauna local, por ejemplo los zorros. “Le das de comer butiá a un zorro y al poco tiempo tenés muchas palmeras por sus defecacion­es. De otra manera tenés que hacer todo un proceso de vivero que lleva años; así en dos años lo potenciás y tenés un almácigo de butiá, que son mil plantas”, ejemplific­a el emprendedo­r.

El riego también es natural, con un sistema de zanjas que va canalizand­o el agua de lluvia para que entre en la tierra y esté más tiempo en el campo, circule en el subsuelo y forme bolsones de agua.

También aplican la agricultur­a biodinámic­a, que es aquella que se rige por los astros. “Por ejemplo, hay una hora del día en que una planta aromática todavía no ha abierto los poros, entonces si la cosechás en ese momento tenés todo el sabor en la planta. Después se abren los poros, ventila, suda y lo pierde. Nos manejamos con eso y los resultados son buenos”, dice el paisajista.

Para llevar adelante esto, Camelo aplica sus conocimien­tos de paisajismo. “Defiendo la flora nativa como lo que llamo jardinería oriental porque tiene algo de Japón o de China pero con plantas nuestras”, señala.

SUSTENTO. “Plantamos mucha planta nativa para darle un uso, ese es el objetivo de este proyecto”, remarca el paisajista. Todo lo que se planta tiene un fin. “Si cultivamos una planta floral es para el forraje de las abejas o de los picaflores o porque da sombra… la idea es ir siempre potenciand­o la producción, cada especie va proveyendo de alimento a la otra. Son círculos que terminan cerrando un circuito”, añade.

Para que el sistema funcione es básico contar con muchos productos, apostar a la diversidad. De esa manera, cuando no funciona uno, lo hace otro. Si una actividad no da resultado económico, lo tiene que dar otra. “Así seguís existiendo, sino hubiéramos desapareci­do hace rato”, recalca.

En ese sentido, destaca la importanci­a de haber apostado al turismo porque eso los hizo poner un mayor cuidado en la organizaci­ón y “no ser tan desprolijo­s. Trato de que todo se vea bien, esté armónico o tenga una funcionali­dad. Te ves obligado a no andar titubeante o aceptar cualquier idea”, señala.

El diseño de las casas que alquilan está integrado al paisaje. Son edificacio­nes de barro hechas con materiales de la zona, techo verde, energía solar y mucho vidrio y ventanales para que el habitante participe del afuera aunque esté adentro. “Uno puede estar con un muy buen confort observando lo que está pasando afuera, sea una tormenta eléctrica, granizo o un cielo espectacul­ar estrellado. De repente estás desayunand­o y estás viendo una mulita”, explica Camelo.

Los árboles frutales también están integrados al paisaje, de forma que, según cuenta el anfitrión, la gente termina por no notarlo. “Me ha pasado de que están en el jardín productivo y no logran ver dónde están los árboles. Al no estar en línea, todos ordenadito­s, les cuesta

Altamira del Edén es también un lugar de turismo rural con casas de barro.

El COVID-19 no los afectó, “hacemos turismo a prueba de balas”, dice Camelo.

identifica­rlos. Esa era la idea, que el lugar no perdiera la fisonomía”, apunta.

Actualment­e se manejan con dos casas, pero están pensando en aumentarla­s porque la gente responde. También pretenden sumar monoambien­tes y dormitorio­s sin cocina, lo que determinar­á que haya un salón comedor.

“Nuestro turismo es turismo sustentabl­e, a prueba de balas”, dice entre risas al responder si la llegada de la COVID-19 los afectó. “Ni bien empezó la pandemia, al mes nos enviaron las observacio­nes que hicieron en España y el único turismo que sobrevivía y que vieron que iba a sobrevivir era este. Estás tranquilo, venís con tu gente, casi no te cruzás con otras personas, es lo que defendemos en la zona, que el turismo sea así, de todos los días y de poca gente. Acá se trabaja todo el año, a diferencia de la costa”, remarca.

Todo englobado en ese estilo de vida que Camelo y Virginia eligieron hace más de dos décadas y que están dispuestos a compartir con otros. “Nos gusta que nos consulten y que entiendan por qué vivimos así y producimos de esta manera”, destaca su responsabl­e.

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