El camino de Santaolalla
Un artista que sigue desandando su camino El premiado músico argentino reeditó los discos Santaolalla y G.A.S., y habló con El País
El músico argentino reversiona canciones que tienen casi 50 años.
La banda sonora de una película de Tom Hanks ambientada en un mundo posapocalíptico, dos proyectos con la Nasa, cuatro series de Netflix (entre ellas, Narcos: México), una de Amazon sobre El Cid Campeador y otra de Hulu sobre ciencia ficción y gore .Y hay más. La producción de un disco de Barbarita Palacios, remixes de lo último de Bajofondo y un homenaje al charanguista argentino Jaime Torres. “A veces me encuentro con gente, y cuando les cuento lo que estoy haciendo en determinado momento, me doy cuenta de que a los dos minutos me aburro de contar todo lo que hago”, le dice, con una sonrisa vía Zoom, Gustavo Santaolalla a El País.
A los 69 años, el ganador de dos premios Óscar por las bandas sonoras de Secreto en la montaña y Babel, se mantiene más activo que nunca. Pero, además de trabajar en numerosos proyectos, se tomó un tiempo para mirar hacia atrás y revisar su obra. El proceso que comenzó en 2016 con la gira Desandando el camino, donde reversionó canciones de casi 50 años de música, que quedaron registradas en el disco Raconto.
En medio de un año sin recitales ni viajes, Santaolalla volvió a tomarse un tiempo para desandar su camino, y esta vez remasterizó y relanzó sus dos primeros discos solistas: Santaolalla (1982) y G.A.S. (1995).
Sobre esta nueva etapa retrospectiva en su carrera, el argentino habló con El País.
—Meses atrás reeditaste tus primeros dos discos solistas, Santaolalla y G.A.S. ¿La pausa por falta de shows y de viajes te ayudó a mirar hacia atrás?
—En realidad empecé hace bastante tiempo, pero más formalmente hace unos tres o cuatro años. Fue a partir de diversas cosas que tienen que ver con mi edad, el hecho de haberme vuelto abuelo y otras cosas muy muy personales que me hicieron apretar el botón de pausa y decir: "A ver, ¿cómo llegué yo hasta acá?". Siempre he mirado hacia adelante y he buscado nuevos desafíos para tratar de no morderme la cola, pero cada vez que miraba un poquito para atrás, decía: "Uh, ¡loco! Mirá todo lo que hay atrás". Te abruma un poco, porque hizo muchísimo desde que empecé, y no lo digo como para vanagloriarme. Tuve la necesidad de parar y volver.
—Así fue que surgió la gira Desandando el camino y, luego, el disco Raconto.
—Claro. Eso me sirvió para ver la atemporalidad en mi obra, algo que siempre me preocupó. Si bien no miro para atrás, siempre trato de que todo lo que hago se conecte con algún elemento de la atemporalidad. Busco algo que pueda volver a escuchar dentro de 10 años y que todavía sea válido, como todas las buenas obras de arte. Decidí encaminar esto como una nueva faceta de mi trabajo, y, así como tengo el mundo del videojuego, las películas, la televisión y Bajofondo, quiero tener un momento para recuperar mi obra. Tengo cantidades de canciones que nunca grabé y hasta un álbum entero que hice cuando llegué a Estados Unidos, en el ‘78, y que va a salir.
—Santaolalla, tu primer disco solista, llevó el new wave y el reggae a Argentina. ¿Sos consciente de la influencia que tuvo?
—No me di cuenta de lo que marcó hasta que la Rolling Stone Argentina dijo que el disco tenía el primer reggae, ska y new wave, que están en "Si me llaman por teléfono no estoy", "Vasudeva" y "Mamá, amigos, tengo una tv color". Cuando volví a Argentina yo estaba fresco de Wet Picnic, y los grupos estaba con la cosa del rock de antes: el pelo largo y el rock progresivo. Al principio hubo un pequeño choque, pero muchos se despertaron y se dieron cuenta. De hecho, un año después Charly García sacó Clics Modernos. Fue un momento muy lindo, porque Charly vino al estudio a escuchar Santaolalla .Me acuerdo que los chicos de Virus, que todavía no habían salido, también estuvieron un par de días en la grabación. En el momento no me di cuenta de lo que significó porque lo hice en 15 días, me volví a Estados Unidos y nunca lo toqué en vivo.
—El candombe que se escucha en la canción "María de los Ángeles" me recuerda al disco Candombe del 31, de Jaime
Roos. ¿Lo habías escuchado antes de grabar Santaolalla?
—¡Claro, hermano! "Cometa de la Farola" me encanta. La debilidad que tengo con Uruguay empezó con Los Shakers. Fue el primer grupo que vi en vivo, en la Asociación de Fomento de Lomas del Palomar. ¡Era fanático! Después, a partir de Litto Nebbia y Los Gatos, nos dimos cuenta de que había que cantar en nuestro idioma, y luego me di cuenta de que también había que tocar en nuestro idioma. Así empecé a incorporar chacareras, carnavalitos y ritmos latinoamericanos en las canciones de Arco Iris. Lo de Jaime me fascinó porque estaba metiendo ritmos de candombe.
Fui muy resistido por la intelligentsia del rock en ese momento, pero no por el público. Tuvimos muchos detractores pero, el tiempo ecualizó todo. Es importante poder transmitir lo que sos y de dónde venís. ¿A quién le importa una banda que sea igual a U2 en Montevideo? A nadie, o a alguien que tenga una dependencia cultural metida en las venas.
—Produjiste a bandas como Café Tacvba, Molotov, La Vela Puerca, Peyote Asesino. ¿Sentís que fuiste parte del crecimiento del rock en español?
—Siento que ayudé mucho a que el rock en español exista como existe y que tuviera el lugar que tiene. Una de las cosas que tenía en mis sueños era hacer álbumes que no tuvieran nada que envidiarle a los de ellos (Estados Unidos e Inglaterra). Yo crecí escuchando a Cream y a Hendrix, y pensando: “¿Cómo hacen para que suenen así?” Yo siempre fui consciente de que teníamos un potencial artístico tan fuerte y en muchos casos más fuerte que el de ellos. Nosotros siempre hemos tenido un contexto geopolítico tremendo en distintas zonas, y problemas grosos que son un caldo de cultivo para las artes y para los jóvenes. Vivir acá (Estados Unidos) me permitió hacer esos álbumes históricos que han marcado la vida de personas.
—En tus bandas sonoras hay una estrecha relación con el silencio. ¿Cómo surge?
—Yo los llamo “silencio elocuente” y está lleno de contenido. No es un silencio que implique el vacío y no es algo que se siente al culminar algo, que también puede ser muy mágico. Acá es la magia del silencio entre dos notas, y es lo que pasa entre la nota que te deja colgando y la que está por entrar. Te deja pendiente de lo que va a venir y, en combinación con la imagen o con el cine, te atrae a la pantalla. Genera una sensación que hace que te sientes en la punta del asiento para presentar más atención. Justo ahora estoy copado con videos de parkour y el silencio entre dos notas es como ese momento en que se produce en el salto y quedás en el aire. Es algo mágico.
“Siempre trato de que todo lo que hago se conecte con algún elemento atemporal”.
“Siento que ayudé mucho a que el rock en español tuviera el lugar que hoy tiene”.