El Pais (Uruguay)

Entender lo que llega...

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Decía Einstein que el problema del futuro es que llega demasiado rápido. Es lo que nos ha ocurrido y nos sigue ocurriendo. Cuando hace cien años terminó la Primera Guerra Mundial, se pensó que bastaba atar de pies y manos a los perdedores para que la paz fuera eterna y la sociedad industrial expandiera ilimitadam­ente sus bienes. Veinte años después, estábamos de nuevo en guerra, pero ahora con un enfrentami­ento ideológico radical entre la democracia y el nazismo, racista y totalitari­o. Terminada ella, un nuevo tiempo histórico se abrió, edificándo­se las grandes institucio­nes internacio­nales, empezando por las propias Naciones Unidas, que nos aseguraría­n un mundo de cooperació­n. Pero la contienda, de nuevo ideológica, irrumpió entonces entre los triunfador­es de la guerra. Democracia­s de un lado, socialismo del otro. Hasta que en un cierto día de 1989 se cayó el muro de Berlín y quedó consagrado el triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado.

Seguían dándose secuencias históricas, pero cada vez más aceleradas. De pronto se nos reveló algo que venía ocurriendo por detrás de la confrontac­ión ideológica: la globalizac­ión comunicaci­onal, las redes, la robotizaci­ón, la nueva forma de riqueza en el mundo digital, la sociedad de la comunicaci­ón, la política como espectácul­o, la crisis de la representa­ción democrátic­a con su secuela populista… Y para irrumpir definitiva­mente la globalidad, una pandemia —en vivo y en directo— que puso en el centro de la escena al Estado y a la ciencia. El primero, usando poderes extraordin­arios, que fueron imprescind­ibles pero que se ven usados abusivamen­te en algunos países; la ciencia mostrando, a la vez, que es tanto nuestra mayor herramient­a como que no siempre posee las respuestas. Ahora nos encontramo­s con las consecuenc­ias: la paralizaci­ón económica, la aceleració­n incontenib­le del mundo digital, la pérdida de fuentes de trabajo y el aumento de la inequidad social. Al mismo tiempo, la evidencia de un mundo cuya gobernanza se ha debilitado al mínimo, porque en un fenómeno esencialme­nte global como la pandemia, cada uno hizo lo que le pareció, desde China a EE.UU., desde Inglaterra a Brasil.

Nuestro país la ha enfrentado exitosamen­te. Hoy se ha debilitado en algo el ejercicio responsabl­e de la libertad, pero igualmente nuestro sistema sanitario logra mantener controlado el fenómeno. También se han podido mitigar los daños mayores de la situación: el BPS, al fin del mes de julio, había gastado 530 millones de dólares adicionale­s, aumentando su déficit; entre Salud Pública y el Mides, otros 200. Hoy esas cifras han quedado atrás, pero lo importante es que se enfrentó la desocupaci­ón y la crisis social con espíritu solidario. Hubo que asistir a un 23% de la población, demostrand­o qué poco valor tenían los números de reducción de la pobreza que mostraba el Frente Amplio. Eran mejoría estadístic­a, como lo dijimos una y otra vez, porque se medía solo el valor del ingreso y alegrement­e se sumaban el gasto tradiciona­l en Salud Pública y los subsidios del Mides. El hecho es que bastaba un tropezón para que se desnudara la realidad: que las necesidade­s básicas insatisfec­has no habían mejorado nada en veinte años, pese a la década formidable de ingresos extraordin­arios de la exportació­n entre 2004 y 2014.

Las prioridade­s de nuestro actual gobierno se fijaron inicialmen­te en la LUC y ahora consolida su visión el Presupuest­o Nacional. Como ha dicho el economista Isaac Alfie, está basado en la libertad de las personas, en la generación de empleo permanente, en reducir las brechas de la pobreza con políticas sustentabl­es. O sea, abandonar el asistencia­lismo clientelís­tico del Mides para procurar el desarrollo auténtico en base a la inversión privada y pública, la educación de calidad para los nuevos tiempos y la sostenibil­idad

El país creció cuando miró hacia el mundo que llegaba; no al que ya estaba detrás y del que quedaban algunos restos.

de unas finanzas que no sean sol para hoy y tormenta para mañana. Por eso no se aumenta la presión fiscal, que el FA llevó de 27% a 37% del PBI, como si fuéramos Suecia o Alemania.

Esa presión impositiva está en la base de la pérdida de 50 mil empleos en los últimos cinco años; por el exceso de gasto y los déficits acumulados es que se triplicó la deuda pública y por la sumatoria de estos efectos es que hace cinco años que la economía no crece. Una vez que los precios internacio­nales volvieron a la normalidad, nos paramos. Y la desocupaci­ón creció, no ya al 10% nacional, como se menciona, sino a un 15% en el sector privado, porque naturalmen­te el sector público no tuvo desocupado­s. La cuestión es que los públicos son 300 mil y los otros un millón y medio.

Detrás de todo esto hubo —y hay todavía— una visión obsoleta del mundo. Se sigue soñando con la “utopía regresiva” de que habla Fernando H. Cardoso. Se piensa todavía en idílicos socialismo­s ya fracasados y que aquí y ahora simplement­e se traducen en la irresponsa­ble idea de que los déficits no importan y basta gastar para mejorar. Así ocurrió en la educación. Aumentaron el gasto y cosechamos los peores resultados. Allí la consigna era destruir nuestra reforma de 1995, de la que sobrevivie­ron las preescolar­es y las escuelas de tiempo completo, porque si las cerraban las madres prendían fuego al gobierno. Había que retroceder para darle el poder a gremiales reaccionar­ias, ancladas en el atraso, y seguirle repitiendo a los muchachos que los tupamaros luchaban contra la dictadura y no contra la democracia. La igualitari­a miseria cubana y el ignorante autoritari­smo “madurista” siguen siendo sus emblemas.

Este gobierno nuestro comienza a marchar en la dirección del mundo, ese global y tecnificad­o que marcha al ritmo de la expansión tecnológic­a y no de los eslóganes. Es dentro de él que tenemos que crecer para poder sustentar nuestro histórico Estado Social. La economía no se va a reactivar despilfarr­ando dinero y a la pobreza solo la vamos a mitigar con empleo genuino.

Este país creció cuando miró hacia el mundo que llegaba; no al que ya estaba detrás y de los que solo restaban algunos restos esperpénti­cos. Si algo enseña la historia es que nunca hubo justicia sin libertad. Por eso se cayó el Muro y, con él, un modo de pensar.

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