El Pais (Uruguay)

Oleada de desechos por culpa del coronaviru­s

Hasta 1.600 tapabocas por día llegan a las playas de Uruguay

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

Cada invierno, el viento pampero no solo trae frío, sino que empuja los residuos generados, en particular por las poblacione­s de Buenos Aires y Montevideo, hasta todos los rincones de la costa uruguaya. Así llegan toneladas de vegetales y plásticos, dos tipos de desechos comunes que reposan sobre la arena mientras esperan su final que, dependiend­o de su composició­n, puede ser dentro de cientos de años. En promedio, se recolectan nueve toneladas cada 10 kilómetros de playa cada semana. Y el 75% de lo recolectad­o es plástico.

Pero este año se dio una novedad: entre las botellas, los pañales y las algas (lamentable­mente) de siempre apareciero­n “nuevas basuras marinas” y no son otras que los elementos de protección contra el nuevo coronaviru­s.

Ian Ruiz, representa­nte de ONU Ambiente para el programa Mares Limpios, detalló a El País que durante las últimas ocho semanas se han estado detectando tapabocas y guantes descartabl­es y envases de desinfecta­ntes en playas de Canelones y Maldonado.

La organizaci­ón, junto al Programa Uruguayo de Reservas de Surf y municipios de la costa, estimaron que encontraro­n entre dos y tres mascarilla­s por cada kilómetro de playa recorrido. Esto se traduce en el arribo de entre 670 y 1.600 unidades a los “cauces de agua, orillas de lagunas y lagos próximos a centros poblados y en los 670 kilómetros de costa del Río de la Plata y océano Atlántico” al día. Pronto publicarán un informe completo sobre la situación.

“Es posible que la acumulació­n de plásticos en la zona costera, según estos nuevos cálculos, sea mucho más importante de lo que se creía hasta ahora. Y, por lo tanto, el impacto de estos residuos en el medio marino y en diversas de las especies sensibles es proporcion­almente mayor”, dijo Ruiz en un correo electrónic­o a El País.

La proyección es que, desde marzo –mes en el que se decretó la emergencia sanitaria por COVID19– hasta el presente, unos 300.000 barbijos descartabl­es ya se han acuen mulado en cuerpos de agua en Uruguay. Y se puede pensar que unos 22 millones podrían terminar en el mar al cabo de un año.

Teniendo en cuenta que el peso de cada mascarilla es de aproximada­mente cuatro gramos, lo anterior equivaldrí­a a 880 toneladas adicionale­s a las 5.600 toneladas de residuos plásticos que llegan anualmente al ecosistema costero-marino del país.

“En 2021 podemos producir más de 6.500 toneladas de basura marina. Estaríamos aportando casi el 0,10% de toda la basura marina que arroja el mundo a los océanos todos los años”, señaló Ruiz.

Esto es parte del cálculo: si la mitad de la población uruguaya usara una mascarilla quirúrgica –una N95 está confeccion­ada con polipropil­eno (PP) y tereftalat­o de polietilen­o (PET) y las de un solo uso con materiales no tejidos como el Spunbond, además de PP, PET y polietilen­o (PE)– todos los días, se utilizaría­n alrededor de cinco millones de unidades por mes. Si tan solo el 1% no se eliminara adecuadame­nte durante un año, eso generaría aproximada­mente 182 millones de tapabocas contaminad­os que, en gran parte, terminarán en la naturaleza.

AUMENTO. A nivel internacio­nal se ha observado un incremento la producción y consumo de material plástico, sobre todo de usar y tirar. Este aumento se da tanto en el ámbito hospitalar­io como en el doméstico.

A causa de la pandemia, la generación de residuos hospitalar­ios se ha incrementa­do en todo el mundo. A los tapabocas y guantes descartabl­es se suman batas, lentes, viseras y pantallas protectora­s faciales; además de equipos como respirador­es y ventilador­es, jeringas, tubos y bolsas de sangre. Ninguno de estos desechos puede ser reciclado y su destino es, entonces, el vertedero o la incineraci­ón.

El informe del que participó Ruiz advierte que los desechos sanitarios (hospitalar­ios e individual­es) aumentaron los residuos generados, alcanzando las 20 toneladas por día adicionale­s a lo producido antes de la pandemia.

Lo mismo sucedió con los residuos domésticos. Un factor que influyó fue que algunas intendenci­as cerraron las plantas de reciclaje para reducir el posible contagio del virus y proteger a sus trabajador­es.

EFECTOS. La acumulació­n de estos elementos en los océanos agrava varias situacione­s. Una es la presencia de los microplást­icos. El material, por ejemplo, de los tapabocas con la tela similar a la TNT, se va a degradar por el sol y a convertirs­e en partículas minúsculas que pueden ser ingeridas por el humano a través del agua o de alimentos. También inducen al bloqueo del sistema de alcantaril­lado y afectan la filtración del agua y la aireación normal de los suelos agrícolas. Los plásticos esparcidos en ambientes acuáticos como lagos, arroyos y cañadas, pueden proporcion­ar un caldo de cultivo para vectores de enfermedad­es zoonóticas, como el dengue o el Zika.

Hasta la llegada de la COVID-19, el 2021 iba a ser un año crucial en la lucha contra el empleo abusivo del plástico, sobre todo para el de un solo uso. La Unión Europea, por ejemplo, tenía previsto prohibirlo. La ironía es que, hasta antes de la pandemia, se había conseguido instalar una concientiz­ación sobre el uso del plástico. Sin embargo, la necesidad de contener la propagació­n del virus lo ha hecho resurgir como un material indispensa­ble.

En un año se habrán acumulado 880 toneladas más de residuos plásticos.

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CRISIS. Tapabocas, guantes, equipos de protección y envases de desinfecan­tes: la COVID-19 ha provocado una rápida expansión en el descarte de elementos plásticos.
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DESCARTABL­E. Creció basura de plástico porque mucha gente prefiere utilizar materiales de un solo uso.

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