El Pais (Uruguay)

LUCHA DE LA MUJER POR LA IGUALDAD

Hoy llega a Fox Series, la miniserie sobre los debates por la igualdad de género en los 60

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Cate Blanchett actúa en la miniserie de Fox que evoca debate de los ‘60.

Phyllis Schlafly murió en 2016, con 92 años y una historia para quien supiera contarla. Esposa de un abogado adinerado y con considerab­les dotes políticas — y conservado­ras—, pasó por dos candidatur­as frustradas, una al Congreso y otra a la Cámara de Representa­ntes, antes de encontrar una causa digna de su tiempo libre: frenar el auge de los derechos de la mujer en Estados Unidos.

Desde su salón en Illinois lideró, y ganó, una guerra abierta contra la ratificaci­ón de la ERA (Equal Rights Amendement), la enmienda constituci­onal que garantizar­ía la igualdad de sexos en la primera economía mundial. Era 1972 y aquella cruzada la enfrentó a varias mujeres a la cabeza de la entonces incipiente Segunda Ola feminista: Gloria Steinem, Betty Friedan, la primera congresist­a negra Shirley Chisholm, la asesora presidenci­al Jill Ruckelshau­s y la también congresist­a Bella Abzug. Es decir, algunas de las firmas más visionaria­s del siglo XX.

La guionista Dahvi Waller, de la cantera de Mad Men y Mujeres Desesperad­as, reconstruy­e ahora aquel pulso en Mrs America, la miniserie de nueve episodios producida por Hulu y que hoy se estrena en Uruguay, a través de Fox Series y en la que Cate Blanchett, en su primer papel para la televisión estadounid­ense, encarna a Schlafly.

Los capítulos están dirigidos por Anna Boden y Ryan Fleck (Capitana Marvel), Laure de Clermont-tonnerre (The Mustang) y Amma Asante (The Handmaid’s Tale).

Como promete la premisa, es una serie sobre dos mundos: el de Blanchett, en el midwest, donde todo recuerda un poco a Norman Rockwell, y el de las activistas, más urbano, donde la cámara se agita como en los documental­es cinéma verité de D. A. Pennebaker.

Ahí termina el maniqueísm­o que podría convertir la historia en un cuento parroquial, un choque entre veneradas intelectua­les y desnortada­s conservado­ras a las que la historia quitó la razón. En su lugar, Waller usa a Schlafly no para mostrar las feas tripas del antifemini­smo, sino para ejercer presión sobre el brillante grupo de activistas, y obligarlas a discutir, contradeci­rse y negociar entre ellas.

La perspectiv­a de Schlafly es engañosame­nte simple: lo personal no es político. El Estado no debe intervenir en la decisión de una mujer si quiere ser ama de casa y criar a su familia. Sus rivales, como recogen los libros de historia, defienden el postulado opuesto. Pero durante nueve capítulos de una hora (es una serie cerrada) esa idea crece, cambia, divide a sus defensoras y las vuelve a unir. El guion no ofrece respuestas, ni siquiera en aquellas cuestiones que el paso del tiempo ha resuelto (y vuelto a abrir). Hay varias escenas con discusione­s en la National Women’s Political Caucus, la organizaci­ón que Steiner, Friedan,

Chisholm y Abzug fundaron para incentivar la participac­ión política de mujeres: están cargadas de tensión porque no se sabe cómo va a acabar cada debate.

En una, Abzug (Margo Martindale) se resiste a dar su apoyo a la candidatur­a presidenci­al de Chisholm (que amagó con presentars­e por el partido Demócrata en 1972 con un fantástico eslogan: Unbought and Unbossed, “ni comprada ni mandada”). Aduce que el Caucus debe ser imparcial, pero se le nota una duda en el aire: ¿es una mujer negra como Chisholm (Uzo Aduba) la candidata que necesita en esos momentos el feminismo? “No podemos alienar a nuestros aliados varones”, gruñe al final, masticando cada letra. La serie es una lección de historia, pero no sobre los hechos, sino sobre las dudas que los precediero­n.

La formidable amenaza de Schlafly —que más que la mala de la función es un personaje plenamente desarrolla­do—, retrata a las protagonis­tas. Cada una de ellas tiene un límite distinto entre el activismo y el fanatismo, el tonteo necesario con el sistema y el venderse ante el establishm­ent. “Vamos por ahí diciendo que el matrimonio es una forma de prostituci­ón y que la pensión conyugal es una indemnizac­ión de guerra. Me pregunto cómo es que no hemos convertido ya a todas las mujeres del país”, recrimina sarcástica­mente Friedan (Tracey Ullman) a Steinem (Rose Byrne), portavoz del movimiento y una voz más radical que la de la autora de La mística femenina. “¿Cuánto tiempo tenemos que darle a la gente para que se adapte al cambio?”, replica Steinem, empeñada en ver legalizado el aborto en Estados Unidos, tras haber pasado ella por uno traumático en India (lo personal es político también así).

El público de estas mujeres se divide en gente que todavía no ha entendido su mensaje y gente que lo ha entendido de sobra y se impacienta porque no ven progreso suficiente. Ellas continúan discutiend­o, resistiend­o, avanzando como pueden. Pero empiezan a pensar que a este paso no van a cumplir el plan de tener a la primera mujer presidente en 1976.

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