El Pais (Uruguay)

La víctima anunciada

- SEBASTIÁN CABRERA

▃ Ante el teletrabaj­o, la falta de turismo y la crisis económica, el Centro y la Ciudad Vieja son las zonas más golpeadas a nivel comercial. En una recorrida de punta a punta por 18 de Julio la mayoría de los comerciant­es hablan de una baja de al menos 50% durante 2020 respecto a años anteriores (que ya venían en caída) y que la tradiciona­l zafra de las Fiestas casi no existió. Según el presidente del Grupo Centro, Armando Litvan, las ventas cayeron hasta un 80% en el sector gastronómi­co pero en promedio buena parte de los comercios de la zona tuvieron una reducción de entre 20 y 30% en pocos meses. Los datos del grupo muestran que sectores puntuales, como supermerca­dos y farmacias, mejoraron sus ventas al menos en el primer semestre.

Los oscuros y algo decadentes pasillos de la histórica Galería de las Américas, ahí entre Carlos Quijano y Zelmar Michelini en el Centro de Montevideo, parecen sacados de una escena de Whisky, aquella película de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Hay una pasmosa tranquilid­ad un martes, rato antes del mediodía. El ventilador de techo mueve el aire en un vacío y caluroso local de fotografía que vende servicios para casamiento­s y fiestas de quince y, estoico, aún se mantiene en pie. A unos metros, la vendedora de una joyería —de estricto tapabocas debajo de la nariz— mira el piso con cara de tedio. En los últimos meses cerraron tres negocios en esta galería: una casa de tatuajes, una peluquería y una agencia de viajes. En la entrada había una zapatería que se mudó justo antes de la pandemia pero el local nunca se ocupó. Todavía se alquila.

Allí en la vereda Luis Camaño, un diariero sesentón, charla con el encargado de uno de los locales.

Dice Camaño:

—Bajó todo al mínimo. El que vendía diez, vende dos. El que vendía cien, vende diez. Un desastre: al Centro lo terminaron de matar.

Su interlocut­or, quien pide no ser identifica­do, asiente con la cabeza.

—Ojo, hace años que está todo muerto. Ahora solo se profundizó: no hay plata, hay susto y las empresas ya agarraron la onda de que la gente rinde más trabajando en la casa. Mirá para adentro: ¿ves alguien? — pregunta, muy serio—. No entran ni los perros.

La respuesta es obvia: salvo en una peluquería y en un local de reparación de celulares no se ve nadie en la galería. Ni siquiera chusmeando.

—Solo entran cubanos a cortarse el pelo —sostiene el diariero, en un tono que no suena despectivo.

—¿A quién vas a venderle un anillo de oro? —pregunta el otro—. Se siente en el aire: este año la cosa no va a mejorar.

Más allá de los intentos de revitaliza­ción con mayor o menor éxito, el Centro de Montevideo ya venía mal: hace ya demasiados años —décadas, en realidad— que dejó de ser un paseo para muchos montevidea­nos y perdió la batalla cultural con los shoppings. Pero la pandemia, todos lo reconocen, fue el golpe de gracia que al menos ahora lo hunde a nivel comercial debido a un combo de factores que incluye el generaliza­do sistema de teletrabaj­o en oficinas públicas y privadas (muy fuerte entre marzo y mayo, retornó desde mediados de diciembre), la ausencia de turismo desde el verano pasado y la crisis económica que ha llevado a un nada despreciab­le número de uruguayos a bajar su nivel de consumo. Y la incertidum­bre por el futuro complica todo mucho más. Nadie sabe cuándo se retomará un ritmo normal.

Por todo eso, los comercios del Centro, Cordón y Ciudad Vieja han sufrido más que otras zonas de la capital y del país.

A mediados de enero esta zona de Montevideo luce aún más triste, desolada y vacía que otros eneros. Y las noches, oscuras y solitarias, aunque la Intendenci­a de Montevideo ha iluminado con cierto encanto algunos edificios emblemátic­os.

Casi enfrente de la Galería de las Américas está el emblemátic­o Bar Facal, abierto hace ya 100 años con su fuente cargada de candados y la estatua de Carlos Gardel, que hasta hace no mucho —febrero de 2020 parece una eternidad, pero es ahí nomás en el tiempo— eran atracción de los turistas. A esta hora solo hay cinco mesas ocupadas. Federico Celsi —un empresario de 42 años que siguió la tradiciona­l familiar y está a cargo del emprendimi­ento— prepara dos cafés de suave aroma, se sienta en la mesa, se saca el tapabocas y admite que a veces le gana la desmotivac­ión y le dan ganas de ponerse a llorar. “Este negocio acompañó el desarrollo de la ciudad y mi familia ha pasado por situacione­s jodidas, pero nunca como esta”, afirma Celsi, quien fue presidente del Grupo Centro hasta fines de 2020. “El golpe fue gigante. A nivel gastronómi­co fue mucho peor que 2002”, asegura.

Cuenta que hubo un empleado —“un tipo grande, de más de 50 años”— que se quebró y no contuvo las lágrimas cuando por primera vez en la historia hubo que cerrar tres semanas desde el 20 de marzo. Que ahora mantiene solo ocho de 35 trabajador­es que había antes del COVID (“y estoy de fiesta, no se resiente el servicio”). Que antes su bar estaba abierto hasta las tres de la mañana y que ahora baja cortinas a las siete y media de la tarde. Que hoy le convendría más estar cerrado que abierto (“pero tengo reservas y no le debo un mango a nadie”) y que conoce muchos casos de colegas que están desesperad­os. “Se caen a pedazos”, asegura, y ya cerraron o meditan cerrar a corto plazo.

¿Cuánto bajaron las ventas en el Centro? Una recorrida de punta a punta por 18 de Julio trae una primera respuesta: la mayoría de los comerciant­es hablan de una baja de al menos 50% durante 2020 respecto a años anteriores (que ya venían en caída) y que la tradiciona­l zafra de las Fiestas casi no existió. Según el presidente del Grupo Centro, Armando Litvan, las ventas cayeron hasta un 80% en el sector gastronómi­co pero en promedio buena parte de los comercios de la zona tuvieron una reducción de entre 20 y 30% en pocos meses. Los datos del grupo, que abarcan a unas 300 empresas, muestran que sectores puntuales, como algunos supermerca­dos y farmacias, mejoraron sus ventas al menos en el primer semestre.

Además, un relevamien­to del Grupo Centro, al que accedió El País, muestra una cifra que pinta bien el panorama: de 1.000 locales disponible­s, un 15% hoy está desocupado. El estudio se hizo a fines de noviembre y no se puede comparar con situacione­s anteriores porque es el primero. Pero Litvan admite que hasta hace dos o tres años había muchos menos locales vacíos. El relevamien­to abarcó desde Ciudad Vieja a Cordón, tanto en 18 de Julio como las calles paralelas y las transversa­les. Incluye a las galerías. “Ese 15% es una cifra relativame­nte

“Hay momentos en que no hay nadie y este negocio precisa que entren y salgan”, dice el dueño del Facal.

importante y es propio de una época de crisis”, dice Litvan, un empresario de 75 años que durante mucho tiempo fue dueño de la tiende Sisi y que hace tres meses asumió la presidenci­a de este grupo.

Celsi, de Facal, dice que cuando más facturó en el último año fue un 30 o 35% de lo normal y hubo meses de 10%. “Hay momentos que no hay nadie y este negocio es de flujo de gente, de los que entran y salen", dice y se ríe. Mira a su alrededor, todo vacío, y cuenta que enero era un buen mes para Facal porque trabajaban con turistas. “Yo acá tenía una máquina de vender humo en la puerta”, bromea. Hoy no sabe cuándo volverán en forma masiva los argentinos y brasileños. Un amigo que dirige uno de los

principale­s grupos de agencias de viaje le dijo que el turismo se terminará de recuperar entre cinco a diez años. El dato lo asustó. “Para que la gente se anime a viajar otra vez va a pasar mucho tiempo”, dice, con un dejo de melancolía.

Después se ríe otra vez y asegura que, aún si pusiera un aviso en Instagram diciendo “vengan a comer gratis”, el bar no se llenaría.

Litvan, más optimista, dice que hay ciertos “valores positivos” del Centro que los posiciona mejor frente a los shoppings, al tratarse de un paseo a cielo abierto con gran oferta cultural. ¿Pero eso es suficiente para lograr la remontada?

LOS QUE CIERRAN. Un taxi para frente a la Galería del Virrey, también vecina de Facal. Se baja una mujer enfundada en un traje de astronauta y entra al edificio que está arriba: va a hacer un hisopado.

En el Virrey, una de las galerías más movidas de todo el Centro, cerraron 11 locales en el último año, según señalan los comerciant­es que aún están ahí. Los carteles de “se alquila” se repiten.

Mezcal, un local de ropa de diseño, fue el último: cerró puertas esta semana. “Ropa de diseño pero no cara”, aclara Nebis González, la madre de la diseñadora. El local está al final de la galería. Pidieron una rebaja en el alquiler (pagaban 13.000 pesos mensuales) pero no tuvieron suerte. Los números ya no dan y no lo pueden pagar. “Este es el único medio de trabajo de mi hija y está desesperad­a, bajoneada. No sabe qué va a hacer”, cuenta González, con la preocupaci­ón natural de cualquier madre que ve mal a un hijo.

A la vuelta está el local que ocupó 12 años Yuyo Brothers, que vende ropa y accesorios. Se liberó en febrero (porque entonces Yuyo se mudó a un local más grande en la misma galería) y desde entonces Lilián, su dueña, no lo ha podido volver a alquilar. “Vino la pandemia y se complicó todo”, dice. Hoy, como está la situación, aceptaría cobrar 10.000 pesos mensuales con gastos incluidos ya que tiene el lugar a pérdida desde hace casi un año. Lo que es peor, es dueña de otro espacio en la misma galería y también con problemas: los inquilinos tienen deudas.

En la cabecera (esto es, sobre la calle) hay una óptica con una única empleada. “Este fue un año luchado, chato”, dice ella y cuenta que la mitad del personal fue al seguro de paro pero, además, los vendedores perdieron en comisiones, algo vital en el comercio. “Aunque somos menos y las comisiones se reparten, no compensa”, explica, con una sonrisa triste.

La vista directa de la empleada es a una enorme vidriera donde se lee: “Liquidació­n por cierre de temporada 50%”. Se trata de una tienda de ropa que cerró hace ya más de un año y tampoco se volvió a ocupar. A unos metros hay una tienda de bikinis y mallas de diseños (quizás por el rubro, de los pocos que parecen estar trabajando bien este enero en la galería) y también una tienda de arreglos de ropa y confección de vestidos para quinceañer­as y novias. La encargada, una señora mayor, asoma la cabeza desde el piso de arriba, donde trabaja, y dice que “todavía está siendo un año complicado” pero prefiere no hablar. Y se entiende: su rubro ha sido de los más castigados.

Más allá está la peluquería de Miriam, una señora que en este mediodía de martes aguarda que pasen las horas sin mucha expectativ­a de nada. En otras épocas tenía unos 10 clientes al día. Hoy agendó solo dos mujeres. Ahora empezó a ir a domicilio y está pensando en mudarse a un lugar más barato. “La pandemia me partió al medio”, dice. A la vuelta, en otro “brazo” de la galería, Gabriel y Matías están sentados en sus sillas en la barbería y casa de tatuajes Nostalgic Studio. El negocio es nuevo: vieron una oportunida­d en esta crisis y apostaron al Centro hace tres meses. Pero no saben cuánto tiempo durará la aventura. En cambio, en Yuyo Brothers dicen que tienen las reservas suficiente­s como para seguir adelante después de un año nefasto en el que se vendió la mitad que el año anterior. “Y mirá que 2019 ya había sido malo”, cuenta la encargada, Sofía Calero. “La locura de las fiestas este año duró tres días”, dice.

Y aclara, como si fuera necesario: “Tres días y ni siquiera fue locura”.

Daniel trabaja en la casa de ropa masculina Brumel desde hace 25 años y lo tiene claro: 2020 fue por lejos el peor, incluso peor que 2002. Por primera vez en su vida estuvo dos meses en seguro de paro total y ahora sigue en el seguro parcial. La tienda redujo su horario. “Hay días que vendemos 10.000 pesos, hay días que no vendemos nada”, cuenta, resignado. Sincera, la joven vendedora de la tienda Charlotte dice a las risas que las ventas de ropa “se redujeron a cero” y que solo subsisten con arreglos y costuras.

CONTRASTES EN 18 DE JULIO. Es martes pero parece uno de esos sábados anodinos.

Las únicas colas que se ven en la avenida principal ocurren frente a casas de crédito, locales de cobranza, bancos y también frente a la sede del Ministerio de Desarrollo Social (Mides).

Dos policías transitan lento a caballo por el medio de la plaza Cagancha, mientras una empleada de un quiosco comenta que la vienen “remando a dulce de leche” por la pandemia. “Mirá esto: no hay nadie”, dice y señala todo alrededor. “Está bien que es enero, pero hay silencio”, comenta y se ríe fuerte. Por estos días tiene ventas diarias de 3.000 pesos cuando lo habitual era no bajar de unos 20.000. A unos metros está el local del Café Tribunales, que cerró en los primeros meses de 2020. Al lado hay un negocio de zapatos femeninos que, ya anunciaron sus propietari­os, cerrará la próxima semana en forma definitiva tras nueve años.

No hay ventas y el alquiler es muy caro, explica una de las vendedoras. “No hay gente, no da para cubrir”, dice, y se repite el discurso de otros tantos. En esta situación también influye, sin ser determinan­te, que en los últimos 15 días el comercio fue robado dos veces. Una de ellas en la noche del 24 de diciembre. En una de las vidrieras un cartel anuncia a eventuales amigos de lo ajeno: “Si pensás robar, va hacer (sic) tu último… interior electrific­ado. Saludos a San Pedro”.

Ahora se dedicarán solo a la venta online. Ahí, parece, no hay robos.

En San José y Héctor Gutiérrez Ruiz un local de comida venezolana ofrece como plato del día albóndigas con salsa de tomate al natural a 290 pesos, incluyendo pan y sopa. Casi una ganga. Pero adentro no hay nadie. Tres cuadras más allá está el flamante Mercado del Inmigrante. Un cartel en la puerta avisa que, si no hay portero, el visila tante se debe aplicar alcohol en gel y dejar sus datos en una planilla. Y, tal como advierte el cartel, hoy no hay nadie en la puerta. Adentro, en tanto, se ven más empleados que clientes: solo están ocupadas tres mesas. Dos delivery de Pedidos Ya esperan encargos.

El Multisex 3 es una de las pocas salas de cine porno que quedan en Montevideo, en la calle Quijano a metros de la sede de Asamblea Uruguay. En la oscura sala de entrada hay un intenso olor a humedad y una televisión de esas viejas de tubo, con escenas subidas de tono. A esta hora hay dos personas adentro del cine. “Hay poca plata y miedo, mucho miedo”, cuenta el encargado atrás de un vidrio y sin tapabocas. Usa una musculosa y está subido en un banco. La clientela del cine bajó a la mitad en pandemia: en un día muy bueno vienen 20 personas, cuando antes rondaban las 40.

Justo frente al cine está la sede de la Liga de Amas de Casa, con sus puertas cerradas “hasta nuevo aviso”, según dice un cartel. En una de las ventanas escribiero­n con un marcador: “Al coronaviru­s lo vencemos con solidarida­d”.

En la tradiciona­l farmacia Oriente, frente a la intendenci­a, admiten que desde marzo a junio, cuando había “pánico” por el COVID-19, fue “una locura” lo que vendieron. Luego una empleada hace señal de dedito para abajo y dice que todo cayó en picada. Ahora sintieron el aumento del trabajo remoto en el vecino Palacio Municipal.

Afuera, en la vereda, una chica venezolana algo desnortead­a pregunta “dónde es la intendenci­a” y por dónde se entra.

En otra farmacia de la zona estiman la caída de las ventas en un 50% y además cuentan que ahora cierran más temprano, antes de las siete de la tarde. De noche casi no entra gente y la insegurida­d aumenta, dicen.

Wilson, un garrapiñer­o que está en la esquina del Mides, grita que está “calentita la garrapiñad­a”. Es un mediodía fresco y dice que, con suerte, venderá tres kilos. Antes vendía 10 o 15 kilos.

El escepticis­mo también gana en la Expo Vázquez, una de esas ferias bajo techo tan populares en el Centro. Hoy hay muy pocas personas en la vuelta. “Se vende poco y mal. Está difícil subsistir”, dice Gastón, un vendedor de ropa infantil cuyo local es de los que está bien adelante. La zafra de las fiestas fue pésima y, según él, la gente prefiere gastar en juguetes, que a veces son más económicos. Gastón debe diciembre y enero pero dice que, a diferencia de antes, ahora los dueños de la Expo “te bancan”. Señala hacia atrás: “Andá a mirar al fondo, está todo vacío”. En efecto: uno camina hacia el final de la Expo y se empiezan a acumular los puestos con persianas cerradas. Son 21. “Antes no pasaba”, dice Gastón.

Iglesia Universal del Reino de Dios, esa iglesia neopenteco­stal más conocida como “Pare de sufrir”, tiene su templo de puertas abiertas un rato antes de las tres de la tarde. A esa hora empieza una de las dos reuniones diarias. Pero todavía no llegó ningún fiel. Quien entre al colosal edificio ubicado sobre 18 de Julio será recibido por un hombre que, con acento uruguayo, le dará la bienvenida de forma amable y contará que puede pasar a la hora que quiera y un pastor, de esos de acento brasileño, le “ofrecerá su oración”. Y le pedirá el diezmo, claro.

En el otro extremo de la zona céntrica, la Ciudad Vieja sintió fuerte el shock. Quizás sea la zona más perjudicad­a, admite Litvan, el presidente del Grupo Centro, porque hasta allí llegaban muchos turistas. En la Peatonal Sarandí, por ejemplo, cerraron al menos cinco grandes locales y otros evalúan cierres o buscan “algo más chico”, según datos que manejan en la inmobiliar­ia Kosak. Pero también hubo gente que quiso probar suerte en plena pandemia: entre setiembre y octubre Kosak firmó contratos por nuevos alquileres, sobre todo de pequeños emprendimi­entos gastronómi­cos. “Lamentable­mente no les fue bien y ya tuvieron que bajar cortinas”, dice un encargado. Los nuevos contratos, con esta incertidum­bre, no superan el año de extensión.

Volvamos al bar Facal. Celsi, su dueño, admite que parte de la crisis del sector gastronómi­co es porque había “una sobreofert­a escandalos­a, mucho mayor de lo que precisaba este mercado interno pequeño”. Y tira una cifra:

—El 70% de los bares, café o restoranes cierran, cambian de nombre o dueño antes de los dos años. ¿Eso qué es? ¿Son todos idiotas? Si vendés barato facturando todo (porque acá está lleno de evasores de DGI o gente que no tiene empleados en caja), terminás perdiendo plata. No te dan los números.

—Ahora, no sabemos cuándo llegará la vacuna y por cuánto tiempo se extenderá esta situación de crisis. ¿Avizora que en algún momento Facal deberá cerrar?

—Mirá: económicam­ente me sirve cerrar. No pierdo. Lo que pasa es que yo me considero un líder del sector —dice Celsi, mientras se para, va hasta la barra y se prepara otro café—. Si el bar cierra y es el más antiguo en la principal avenida, imaginate el resto. Yo tengo espalda para aguantar un tiempo más. Y no quiero generar un cambio de costumbre en los pocos clientes que aún tengo. No quiero que se vayan a otro boliche. Acá viene gente de años y su salida diaria es comer una tortita y tomar un café. Si cierro, reabrir me va a costar más.

—Es más un tema estratégic­o que de números, entonces.

—Si fuera solo por los números, yo bajo la cortina.

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18 DE JULIO. El movimiento es menor al de otros eneros. Los comerciant­es se quejan por las bajas ventas, incluso durante las pasadas Fiestas.

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