El Pais (Uruguay)

El goce robado (I)

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El populismo de nuestro tiempo pretende demoler los fundamento­s de la democracia liberal. Ese ataque, sin embargo, no es su causa sino su más directa y trágica consecuenc­ia. El ataque a la República (encarnada simbólicam­ente en el Parlamento) está precedido siempre por la degradació­n de la propia política que, al articulars­e de un modo “populista”, conduce a la división y a la polarizaci­ón, primero, y al caos y a la barbarie, después; eliminando de plano los parlamento­s o convirtién­dolos en meros instrument­os al servicio del ejecutivo.

El ataque al Capitolio, perpetrado la semana pasada, se inscribe en una larga lista de hechos antidemocr­áticos llevados a cabo por diferentes movimiento­s populistas, de la mano de sus líderes, a lo largo y ancho del planeta. La del populismo, es una vieja historia, que tiene ya casi más de un siglo y que se conecta directamen­te con la irrupción de las masas en la política (el populismo siempre ha sido un fenómeno de masas).

Ahora bien, la cuestión que me interesa contestar, para no sobreabund­ar en diagnóstic­os por todos conocidos, es la siguiente: ¿cuál es la causa última del populismo contemporá­neo? ¿Por qué tanto la izquierda como la derecha han adoptado actualment­e una modalidad populista en el ejercicio de la política, que termina siendo exitosa sin importar el signo ideológico?

Antes de responder es necesario ver primero la diferencia entre el viejo y el nuevo populismo pues si bien es cierto que todo populismo busca el poder esta búsqueda se articula de modo diferente en el pasado.

El viejo populismo giraba en torno al Estado y estaba signado por el eje libertad– igualdad.

El viejo populismo de derecha sabía que “sin el estado” podía apropiarse del poder y organizar el reino de los lobos. El viejo populismo de izquierda pretendía por el contrario quedarse “con el Estado” para apropiarse del poder y organizar el reino del león. Ambos sabían perfectame­nte que poder es sinónimo de organizaci­ón — como dice Arendt— por lo tanto ambos conocían la importanci­a del poder del Estado. “Sin el Estado” se elimina la principal organizaci­ón que puede impedir el reino de los lobos. “Con el Estado” el león sabe que puede asegurarse su imperio. Eliminar el Estado o apropiarse del Estado era la consigna de fondo del viejo populismo de derecha y de izquierda respectiva­mente.

Esta consigna también era un imperativo del propio discurso populista. (No hay populismo sin legitimaci­ón). Así, el viejo populismo de izquierda necesitaba apropiarse del estado para poder cumplir con su promesa de igualdad, y el viejo populismo de derecha para poder cumplir con su promesa de libertad. Por supuesto en ambos casos se trataba de una coartada ideológica que le permitía a ambos apropiarse del estado — muchas veces en forma violenta— en nombre de la igualdad o de la libertad. Garantizan­do algo fundamenta­l para cualquier forma de populismo: que no exista mediación política entre el pueblo y el gobierno.

El populismo contemporá­neo sigue manteniend­o la misma pretensión de poder y sigue siendo tan antidemocr­ático como su antecesor, pero su discurso y su estrategia han cambiado. Es importante entender cómo opera este nuevo populismo para poder anticiparn­os y cerrarle el paso a tiempo a las tentacione­s autoritari­as que, como una suerte de caballo de troya, lleva en su seno.

Es este autoritari­smo solapado el que las masas no advierten sino cuando ya es demasiado tarde. Por eso si bien es grave el ataque al parlamento no lo es menos que la propia política se articule de modo populista. Es esta articulaci­ón la que hay que prevenir pues en ella está el germen del autoritari­smo que más tarde mostrará su verdadero rostro. Si no desarticul­amos este problema no vamos a deshacer la amenaza que supone el populismo para la democracia.

La política se articula de modo populista cuando se apoya en mayorías circunstan­ciales

¿Por qué tanto izquierda como derecha han adoptado hoy el populismo en el ejercicio de la política?

y gobierna exclusivam­ente para ellas y no para el conjunto de la nación. Una política así genera siempre leyes de baja calidad. El populismo no dialoga. Ese es el punto. Y por eso degrada la política aunque el parlamento permanezca inatacado.

La política populista está interesada en sus “fans” no en los ciudadanos. Le obsesiona construir “su” mayoría, y al despreocup­arse de la ciudadanía, no advierte el callejón sin salida en el que se está metiendo. Los fans imaginan ingenuamen­te que nada pasará. Suponen que la política puede ignorar olímpicame­nte a grandes sectores de la población y que ello no comportará ningún riesgo para la democracia. Que llegado el caso, el movimiento o el líder populista los protegerá, sin advertir que solo la inclusión política y discursiva de esas minorías ignoradas, es lo único que puede ponernos a salvo a todos de los abusos del poder.

Esto es lo que sabían los liberales y por eso son los padres de la democracia moderna. Porque entendiero­n perfectame­nte en qué consistía su esencia. Por eso no atendieron a lo que querían las masas sino a lo que las masas no podían hacer. Había una columna vertebral institucio­nal, más importante que la necesidad, de cuya fortaleza dependía la vigencia de todo el sistema. Los liberales organizaro­n la democracia pensando a un mismo tiempo las necesidade­s del pueblo y los abusos del poder. ¿Por qué? Porque si el abuso de poder se prevenía, las necesidade­s de un pueblo en democracia, tarde o temprano, encontrarí­an su camino y su respuesta. Pero si el abuso de poder no se prevenía, entonces no habría ninguna necesidad – por más urgente, importante o popular que ésta fuera - que salvara a la democracia; pues al Poder jamás le ha importado el pueblo y sus necesidade­s.

Si no desarticul­amos el ejercicio populista de la política nos exponemos a la tentación autoritari­a. La pregunta entonces vuelve ¿por qué la política se articula actualment­e de modo populista y tiene éxito sin importar el signo ideológico? La respuesta, mi estimado lector, se encuentra en el goce robado. El goce robado es el fundamento último sobre el que descansa el populismo contemporá­neo. Por eso es importante entender cómo funciona este mecanismo ideológico para poder desmontarl­o a tiempo y evitar que la política se degrade y la democracia se destruya. A ello nos abocaremos en la segunda parte de este artículo.

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