El Pais (Uruguay)

La historia de la colección de semillas que llevó a la cata nacional

La idea de hacer una cata nacional surgió gracias a la colección de semillas de un profesor

- ROSANA DECIMA

Los pasados 26 y 27 de febrero se realizó en Paysandú un evento inédito para Uruguay: la primera Cata Nacional de Tomates, que puso sobre la mesa colores y sabores poco familiares para la mayoría de los asistentes.

Viernes y sábado fueron jornadas de degustacio­nes, charlas de expertos, demostraci­ones gastronómi­cas en vivo con distintos cocineros y cata de tomates. También se disfrutó de un patio gastronómi­co (en el que, por supuesto, no faltaron las preparacio­nes hechas con distintos tomates) y una feria con productos agroecológ­icos y afines. Además, durante todo el fin de semana varios restaurant­es, cervecería­s y bares se adhirieron al evento y ofrecieron platos en base a tomates como, por ejemplo, Café del Teatro o las cervecería­s París Londres y Bimba Brüder.

El evento fue organizado por y el proyecto Paysandú Agroecológ­ico y el Bureau de Paysandú, una organizaci­ón con identidad propia, compuesta por entes públicos y privados, cuyo objetivo es potenciar y posicionar al departamen­to como sede de eventos y congresos, para impulsar el turismo durante todo el año, mediante la captación y generación de congresos, ferias y eventos.

CATA. La semana pasada Isabel Guarisco, asistente ejecutiva del Bureau de Paysandú, contó a El País cómo fue que nació la idea de realizar este encuentro: “Alberto Castañero es un profesor de informátic­a que tiene un banco de semillas de tomates. Tiene unas 300 variedades y hace intercambi­o con productore­s. Pensamos en cómo podíamos aprovechar eso acá y sabíamos que en España, por ejemplo, hacen catas”.

El País visitó Paysandú en busca de Alberto y de su historia, aquella que un día comenzó con unas pocas semillas y que terminó siendo mucho más importante para la cultura gastronómi­ca local de lo que él mismo pudo imaginar: “La idea inicial no era hacer esto, era tal vez hacer algo en una chacra de Paysandú en la que yo trabajo junto con la dueña, decíamos de hacer una cena entre nosotros los productore­s, invitar a algún cocinero, hacer algo informal en alguna nochecita de verano, poner una mesa con todos los tomates. Pero recién la semana pasada caí en la magnitud de este evento, porque me di cuenta que todos estaban hablando de esto e incluso me llamaron de varios lugares”.

La historia de Alberto con las semillas comenzó por el año 2007, cuando hizo su primera huerta en su casa. Fue en ese tiempo cuando empezó a juntarlas y a plantar las diferentes variedades. Pero contó que en 2012 el asunto se volvió más serio y, de a poco, se encontró intercambi­ando con otros productore­s: “Empecé a ver que a la gente le interesaba, venían a buscar plantines y yo le proponía que los llevaran, pero con el compromiso de que cuando cultivaran me trajeran o un tomate o una semilla para ir salvando variedades”, recordó.

Muchos no volvieron, pero otros sí y, de a poquito, se fue formando un banco de semillas que crecía y crecía.

Este profesor de informátic­a de 43 años, que trabaja desde hace más de 20 en un colegio de Paysandú, tiene hoy en día unas 300 variedades de semillas de tomate y otro tanto entre las de zapallos, melones y sandías. Pero dijo que, de cualquier manera, su objetivo no es tener un número excesivo, ya que “después es muy difícil mantener la colección. Hacerlo solo es imposible, porque es mucho lugar que ocupan la plantas, mucho cuidado, hay que estarles encima, porque lleva todo un proceso”. Explicó que si una tanda de tomates se pierde por el clima, una plaga o cualquier otro motivo, también se puede llegar a perder la variedad, por lo que estos cultivos se hacen con mucho cuidado y dedicación.

Por ese motivo, desde hace un tiempo mudó la huerta que tenía en su casa a la chacra La Postergada, propiedad de su amiga Patricia: “Ella me dejó lugar, ahí hay riego, canteros, alguien que los cuida”.

Alberto ha visto en los últimos años tantos pero tantos tipos de tomate, que a veces es difícil distinguir­los uno a uno: “Todos tienen nombres concretos, pero a su vez también hay algunos que son los mismos y los llaman distinto según el lugar. Hay muchos que los planto hace tiempo y los conozco. Pero otros son muy parecidos entre sí y es más difícil. Por eso sí o sí etiquetamo­s todo. Después, los reconocemo­s por diferentes caracterís­ticas. Algunos tienen la piel más fina o son más dulces, tiene poca semilla, etc. Pero saber los nombres de todos de memoria es imposible a veces”. Y agregó que con los tomates sucede lo mismo que con las uvas: “Hay una diversidad impresiona­nte porque depende del lugar en el que están plantados. El sabor es otro, puede ser mas ácido o no, según la tierra, los nutrientes, los abonos”.

EXTRAÑOS. Al preguntarl­e cuáles son los tomates más raros que ha plantado o probado, Alberto menciona el conocido como “tomate azul”, que tiene el nombre de Sharpei Azul: “Surgió de una creación propia porque se hibridó sin querer; parece un acordeón y es de color azulado”.

Uno de los tomates clásicos es el tomate pitanga, “conocido por su forma, que es muy caracterís­tica”, detalló. Como su

Alberto tiene un banco de unas 300 variedades de semillas de tomate.

Hay distintas formas y tamaños: algunos llegan a pesar cerca de un kilo por unidad.

nombre lo indica, tiene forma de pitanga y es de color amarillo. Puede llegar a pesar bastante más que un tomate que hoy se consigue en cualquier verdulería y hay otras variedades que incluso llegan casi al kilo por unidad. Siguiendo con los tomates extraños, Alberto nombra a unos cherry que son alargados y por dentro presentan dos colores. “Este también fue un cruzamient­o que no lo hicimos a propósito”, agregó. Y dijo que “hay otro muy conocido, que se llama corazón de buey, que se consigue en algunas ferias agroecológ­icas, incluso en Montevideo, y que pesa más o menos 700 gramos cada uno”.

Para muchos, como para Alberto, este mundo de los tomates es mucho más que un pasatiempo. “Hay personas que tienen hectáreas enteras plantadas. Y se aprende leyendo y preguntand­o. Estoy desde hace tiempo en un grupo de Facebook en los que hay biólogos, agrónomos, y ahí uno va intercambi­ando con gente que también tiene huertas o colecciona semillas. Hay gente que pasa tres horas mirando series, otros podemos pasar horas mirando fotos de tomates y leyendo del tema”, dijo el sanducero.

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