Imprescindible unidad
El mundo pospandemia será muy distinto al anterior. El Uruguay pospandemia también. Los cambios requeridos exigen profundas reformas, muy complejas de implementar. Para tener éxito, va a ser necesario procesarlas desde el faro de la unidad nacional.
La indiscutible aceleración en la automatización de procesos condicionará radicalmente la realidad económica y social pospandemia. Al mismo tiempo, impondrá la necesidad de implementar una agenda dual de reformas.
Las nuevas tecnologías son una gran oportunidad para la mejora de la productividad, pero también genera la necesidad de apoyar a las personas que quedan al margen. En la pospandemia convivirán dos realidades: el aumento de productividad en las empresas (que no podrán escapar a un entorno cada vez más competitivo) y la reinvención laboral de las personas cuyas tareas dejan de ser necesarias o que no tienen la formación adecuada.
Si se analizan las proyecciones del FMI a nivel global, se puede ver que aquellos países con mayor crecimiento 2017-19 son los que en 2021-22 tendrán una menor pérdida económica en relación a lo esperado previo a la pandemia. Los países que eran atractivos para la inversión son los que se recuperan más rápido y los que tienen mejores perspectivas futuras. Los países en los que se invertía poco previo a la pandemia son los que van a tener que llevar a la acción las reformas necesarias para mejorar la productividad, atraer nuevas inversiones y reimpulsar el dinamismo económico.
La primera agenda pendiente de reformas, centrada en generar las condiciones para que las empresas puedan procesar esta mejora de competitividad, es conocida, fue ampliamente discutida y tiene apoyo parlamentario. Pero hay que implementarla. Es hora de reducir los costos de acceso de la producción uruguaya al exterior. Es hora de reducir el costo del combustible y energía eléctrica, de la mano de una mejora de transparencia y eficiencia de las empresas públicas con participación en el mercado de capitales. Es hora de reducir la regulación innecesaria que desestimula la inversión. Es hora de adaptar la legislación laboral a la realidad actual para encadenar crecimiento económico con mayor empleo.
Más allá de esta agenda, hay que tener claro que el mercado de trabajo va a exigir una preocupación permanente. En 2020 se perdieron 50 mil puestos de trabajo, que se suman a los 60 mil que ya se habían perdido entre 2014 y 2019. Y las perspectivas de recuperación no son auspiciosas.
Mientras la tecnología avanza y se vuelve cada vez más accesible, las empresas no dejan de hacer números y se hace evidente que había posiciones laborales que no eran del todo necesarias, pero que estaban. En todos los sectores productivos se adelantaron los relojes de los planes previos de automatización de procesos, que en muchos casos pasaron de 4 años a 9 meses. La realidad indica que son muchas las empresas que producen lo mismo que antes de la pandemia con una reducción del 30% en los puestos de trabajo.
Esta situación social impone la necesidad de implementar una segunda agenda de reformas, que también es conocida, ampliamente discutida y tiene apoyo parlamentario. Es hora de reformar el sistema educativo para mejorar las perspectivas de las nuevas generaciones. Es hora de mejorar los programas públicos de recapacitación laboral para los que necesitan nuevas oportunidades. Es hora de repensar la red de protección social y los programas de transferencias vigentes, mucho más allá de la reforma de seguridad social que está en proceso.
Ante este panorama el Estado va a tener que asumir plena responsabilidad: las posibilidades futuras de muchas personas están enormemente limitadas por la aceleración de la incorporación de tecnología, que es el motor que impulsa la necesaria mejora de productividad. “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, repite una y otra vez Enrique Iglesias.
Y es posible impulsar la agenda dual de reformas con los recursos disponibles, que no son escasos. El país no tolera suba de impuestos: los contribuyentes ya hacen un esfuerzo demasiado grande para financiar servicios públicos y una amplia batería de transferencias sociales existentes.
La realidad pospandemia será compleja. Sin lugar a dudas. Pero se puede ser optimista. En ese sentido tengo que transmitir una valiosa experiencia personal.
Desde hace varios meses mantengo reuniones con líderes políticos de todos los partidos; con líderes empresariales y sindicales, y con líderes de organizaciones sociales, civiles y religiosas. Todas las reuniones son diferentes, todas han sido extremadamente enriquecedoras.
El hilo conductor es la preocupación por el futuro del país: los desafíos del Uruguay pospandemia, que algún día llegará. Sorprendentemente, basta con poner el tema sobre la mesa, para que por arte de magia los acuerdos se vuelvan enormes y las discrepancias mínimas.
El sentido de urgencia es un factor común. También está presente en las reuniones la necesidad de cuidar valiosos activos que tiene el país y que lo diferencian de la región: la fortaleza institucional y la paz social.
El mundo mira atentamente cómo multitudes violentas toman las calles de las principales ciudades de América, con excepción de Montevideo. Estamos en una región muy complicada, pero somos diferentes. Y, afortunadamente, somos percibidos como cada vez más diferentes entre los que analizan la región para tomar decisiones de inversión. Tenemos que estar atentos y cuidar las declaraciones públicas que puedan afectar este activo. Tenemos algo muy valioso que cuidar.
Mis reuniones con todos los partidos y sectores me dejan la sensación de que existen condiciones para poder pensar en una pospandemia con compromisos de unidad nacional. Los desafíos son grandes y se deben procesar con la habilidad necesaria para mantener la paz social. La responsabilidad es de todos. Como decía el gran poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892): “Si nos enfocamos hacia el sol, las sombras quedarán atrás”.
Es hora de reducir los costos de acceso de la producción uruguaya al exterior y estimular la inversión.