El Pais (Uruguay)

Fray Bentos y Durazno, dos polos del COVID

Río Negro lidia con una explosión de contagios; Durazno frenó las muertes y encabeza inoculació­n

- DELFINA MILDER / MARIÁNGEL SOLOMITA ●●● Sigue en página A4

PEn el centro del país dos departamen­tos hermanos enfrentan al COVID-19 con ánimos opuestos. Río Negro lidia con una “explosión” de contagios y de muertes. En la última semana, llegó a tener el peor índice en la escala de Harvard. Su intendente, Omar Lafluf, reconoce la gravedad y define que la situación es “desastrosa” y “agobiante”. Su apuesta está en mejorar la adhesión a la vacunación y pide herramient­as al gobierno para condenar a quienes violan las restriccio­nes sanitarias.

Su vecino, Durazno, vive un escenario distinto. Allí reina el orgullo por saberse primeros en el índice de vacunación, con más de la mitad de la población inoculada. Además, si bien el departamen­to volvió a entrar en la zona roja, el número de fallecimie­ntos se mantuvo en 37. El pánico acecha, pero ya no se siente en la piel. Las autoridade­s son optimistas y proyectan que, una vez llegada la segunda tanda de vacunas Sinovac, el ritmo de vacunación de la segunda dosis seguirá siendo ágil y así podrán llegar en junio a la población objetiva para lograr la inmunidad de rebaño. Sin embargo, el temor sigue presente. “Estamos parados sobre un volcán que no entró en erupción, aún”, advierte el intendente Carmelo Vidalín, refiriéndo­se a la movilidad que generan en el departamen­to las obras de UPM, las de las vías del tren, los arreglos de la ruta 14 y la reconstruc­ción del puente sobre el río Yí.

Lleva la cuenta y van ocho. George Michael Agostini, el vendedor de quinielas y tómbola en la avenida principal de Fray Bentos, convierte en números a los clientes de antaño y vecinos que se llevó el COVID. En los últimos días acá todos conocen a alguien que murió.

A pocos kilómetros de distancia, la muerte no es una certeza. También está pintado de rojo, pero en Durazno el orgullo de ser el departamen­to con mayor porcentaje de población vacunada y la esperanza de alcanzar la inmunidad de rebaño en junio se percibe en un ánimo despojado del pánico. En un mapa que cambia todos los días, estos departamen­tos hermanos muestran las dos caras ante el coletazo más fuerte de la pandemia.

Empecemos por Río Negro. El local de Agostini está vacío. Las calles de Fray Bentos están vacías. El parque, la rambla, Las Cañas y las plazas también. En un miércoles donde el otoño se resiste a empezar — como siempre en el litoral— el sol quema el asfalto y la ciudad parece un verdadero pueblo fantasma.

Río Negro es hoy uno de los departamen­tos más críticos. Con sus 54.765 habitantes llegó a encabezar el podio en el índice de Harvard a principios de la semana. El viernes en la noche tenía 648 casos activos y ocupaba el tercer peor lugar en la escala de Harvard con un índice de 91,08, solo superado por los vecinos Tacuarembó y Soriano. En cuanto a la vacunación, el 37,49% de la población tiene la primera dosis y el 20,14% la segunda.

Pero más que cualquier dato frío, al departamen­to le pesan las muertes. No hay quien no cambie el tono de voz cuando se le pregunta por la tragedia del hogar de ancianos o por la explosión repentina de casos en marzo. Todos perdieron a un familiar, y si no era un familiar era un amigo, y si no era un amigo era un vecino.

Agostini cuenta que ninguno de sus seis hijos sale de la casa. Que su hija mayor tielos ne un bebé “que no lo saca ni a la calle”. Él también está asustado, pero igual abre el local. Tiene cuentas que pagar y niños que alimentar. Con que uno o dos clientes compren un juego o un refresco, tiene “unos pesos asegurados”.

Federico, el único que abre su almacén en el balneario Las Cañas, confirma la “psicosis” que atraviesan algunos. En el grupo de vecinos de la zona suelen alertar cuando hay gente desconocid­a en el balneario: “Hay un auto y cinco personas en la playa. ¿Alguien los conoce?”. Así son los mensajes que llegan al grupo. Otros están más tranquilos, como el padre de Agostini (Guillermo), que disfruta del sol fuera del local de su hijo. Es de los pocos —si no el único— que está sin tapabocas en el centro. Tiene 74 años y no tiene miedo.

—Yo voy al cementerio, ando en la vuelta con los muchachos y hasta ahora no me pasó nada. Amigos míos murieron. Me dolió mucho, pero ya tengo mucha gente en el cementerio. ¿Y qué vamos a hacer? Somos mortales.

comercios del centro que siguen en pie abren para unos pocos. Algunos quebraron, otros cerraron sus puertas y dejaron escrito un número de celular en la vidriera por si alguien requiere sus servicios. El lugar que reúne más gente —cuatro personas en total, contando al dueño— es el tradiciona­l boliche de la esquina. En la barra toma whisky un parroquian­o mientras el dueño prepara un trago para la mesa de afuera. Dice el cliente:

—Esto no es normal. Nunca hay una sola persona acá sentada. No es normal.

—Estábamos tan contentos de que no pasaba nada hasta que explotó todo. Y en la explosión se tranquiliz­ó el pueblo —agrega el propietari­o.

El diálogo sigue: que la gente no sale de su casa, que “el pueblo” está en shock, que algunos no respetan nada y que otros están muertos de miedo. El dueño se acomoda atrás de la barra y empieza a relatar la época de oro de Fray Bentos: la llegada de Botnia. Que con una propina de “los gringos” ganaba más que ahora en un mes entero. Mientras cuenta anécdotas y se ríe de aquellos gringos, en la radio se escucha: “Aviso necrológic­o. Falleció ayer con 88 años... Participan con profundo pesar... Aviso necrológic­o. Falleció ayer con 94 años... Participan con profundo dolor... Que en paz descanse”.

LA EXPLOSIÓN. ¿Cómo se explica que un departamen­to que supo estar en amarillo casi todo 2020 y que en uno de los peores momentos tocó el verde, haya saltado al rojo de repente? Un rumor recorre la ciudad: la explosión de casos en marzo tuvo su origen “en una ceremonia religiosa” en la que “un pastor que vino desde la frontera con Brasil” contagió a los fieles. Así se iniciaron focos en una escuela y en varias familias, dicen vecinos y confirman algunas autoridade­s, desde el anonimato.

Consultado al respecto, el director departamen­tal de Salud, Andrés Montaño, dice que investigar­on que los casos en el último mes pertenecen a la cepa P1 y que “hubo una introducci­ón” en la ciudad de

Fray Bentos. No obstante, señala que como autoridad no identifica “casos positivos con nombre y apellido ni cultos, para que no se estigmatic­e”.

Por su parte, el intendente Omar Lafluf agrega que el 90% de los casos en Río Negro pertenecía a la cepa P1, “no ahora, hace bastante”. “Acá vino gente de la frontera o de Brasil y que estuvo en la ciudad, aunque eso no lo vinculo con un culto religioso”, aclara. “Pero evidenteme­nte alguien lo transportó. No podemos haber explotado tanto como explotamos”.

SIN MÁS HERRAMIENT­AS. “Agobiante”, dice Lafluf. “Lo que estamos viviendo es agobiante. Estamos en una situación desastrosa”. La intendenci­a adoptó medidas de lo más restrictiv­as: cerraron el camping de Las Cañas desde el 1° de diciembre y limitaron el balneario a un aforo de 3.000 personas. Se intensific­ó el control en bares y restaurant­es, dice Lafluf, que por ordenanza nacional tienen permitido trabajar con público hasta las 12 de la noche. Además, hace un mes prohibió los deliveries. “Porque el delivery termina siendo llevar la comida a la vereda de en frente”, justifica.

El intendente nacionalis­ta siente impotencia. Dice que le hubiera gustado “contar con más vacunas” y lamenta que el Parlamento vaya en camino a enterrar el proyecto de ley que crea el delito de peligro, que establece que romper una cuarentena, aglomerars­e o violar alguna otra disposició­n sanitaria dispuesta por las autoridade­s podría conllevar una pena de tres a 24 meses de prisión.

Lafluf tiene puesta la esperanza en el “delito peligro”, pero el proyecto va en camino a ser encajonado.

 ??  ?? VACUNADOS. En uno de los vacunatori­os de Durazno, las personas inoculadas esperan bajo una carpa cedida por el Ejército.
VACUNADOS. En uno de los vacunatori­os de Durazno, las personas inoculadas esperan bajo una carpa cedida por el Ejército.
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