El Pais (Uruguay)

BROTE SERÍA POR PASTOR

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—En un pueblo chico como el nuestro yo recibo centenares de mensajes que dicen “fulano de tal es positivo y anda en la calle”. O “aquel de la frutería es positivo y está atendiendo” —comenta el intendente—. Aumentamos un 30% la cantidad de viandas en comedores en conjunto con el Instituto Nacional de Alimentaci­ón, repartimos más de 200 por día, y a veces vamos a llevarle la vianda a gente que está en cuarentena o enferma y no está en la casa. ¿Qué haces? ¿No le dejás la comida?

Lafluf conversó con senadores a quienes no les convencía el delito de peligro. Dice que les pidió que cambiaran lo que no les gustara del proyecto, pero que le dieran “una herramient­a” para poder controlar a quienes violan las disposicio­nes sanitarias. Pese a los esfuerzos, todo indica que el proyecto no verá la luz: la semana pasada el presidente Luis Lacalle Pou expresó su negativa a la iniciativa.

UNA HERIDA QUE SANGRA. En la vereda del hogar de ancianos donde murieron 28 de 62 residentes quedan globos desinflado­s y pasacalles que dicen “fuerza”. En el parque Roosevelt, al borde del río Uruguay, dos familiares de tres sobrevivie­ntes cuentan el calvario que sufrieron cuando se desató el brote. Griselda Demassi tenía allí a su madre y la sacó cuando ya había 20 muertos. La hizo ver por un médico y se aisló con ella hasta que fue seguro salir.

Ese miércoles en el parque, el otro familiar que acompaña a Demassi todavía tiene en el hogar a su madre y a su hermana. Pero hoy, domingo, ya estarán en el otro residencia­l de esta ciudad. “En el momento en que vas a poner a un familiar tuyo en un residencia­l jamás se te va a pasar por la cabeza que ante una enfermedad lo van a dejar ahí”, dice.

Para Demassi hubo un manejo “doméstico” de la situación. “Vos me podrás decir que tengo subjetivid­ades porque saqué a mi madre. Pero 28 personas muertas no es subjetivid­ad. Esto no pasó en ningún otro lado”, reclama. No entiende el “capricho” de la directora del hogar, Daura Garaza, de “inmolarse” en el lugar. “Tenemos un sistema integrado de salud. Cada uno de los ciudadanos de este país tiene acceso a una atención sanitaria; ¿por qué ella se empecinó en no llevarlos a un CTI?”, cuestiona la mujer.

En el hogar se está llevando a cabo una investigac­ión de oficio por parte de Fiscalía. Pero Demassi y el familiar que la acompaña han hecho sus propias averiguaci­ones. Él, por ejemplo, llamó al hogar de ancianos de Durazno para saber cómo se manejaron allí durante el brote que tuvieron. Demassi agrega que lo que pasó en el hogar es “el fiel reflejo de lo que sucede a nivel de la sociedad”. “Vamos 89 muertes (al miércoles 28 de abril). En Rivera hay 113 y son 100.000 habitantes con una frontera abierta. Acá somos 50.000: la mitad. Hay un mal manejo a nivel sanitario y no pasa nada”.

Los familiares cuentan que en esos días de tensión se despertaba­n a las cuatro de la mañana. El parte médico lo daban a las seis. “Cuando te decían que alguien no saturaba… Ya está”. Cuando “aflojaron” durmieron un día de corrido. Sus familiares transitaro­n la enfermedad y sobrevivie­ron. Pero casi la mitad de sus compañeros no. “Esto reviste las caracterís­ticas de una tragedia. Acá se murieron 28 personas, que eran ancianos, sí, pero nadie tenía derecho a cercenar la vida de ellos todavía”, dice Demassi. Para ambos, la negativa de trasladarl­os a un centro de salud es imperdonab­le. La herida es profunda y el dolor no se va.

Montaño, el director de Salud, asegura que “hubo buena atención permanente y buena fe”. No hubo nada “que lamentable­mente no pudiera ocurrir”, dice en respaldo de la doctora Garaza.

Lafluf también respalda el accionar de la doctora, pero le pesa “el sentimient­o”. “Confío en la informació­n científica, no tengo derecho a dudar. El ministro de Salud (Daniel Salinas) explicó que lo que se hizo fue la mejor solución. Pero los que andamos en la vuelta nos encontramo­s con hijos o nietos de los familiares que falleciero­n, y sí, entendemos que se hizo lo mejor, pero el dolor queda”. En unos días Lafluf va a mandar flores al hogar, “en recuerdo de los que no están”. En recuerdo de 28 ancianos que, para muchos, no debieron morir así.

ACÁ VIVE LA ESPERANZA. El jueves pasado fue un día de celebració­n en el vacunatori­o de Durazno. Se superaron las 50.000 dosis aplicadas —sumando la primera tanda y lo que va de la segunda— y como, ya es tradición, los números redondos se festejan con una foto grupal de todo el equipo que desde el 1° de marzo se dedica seis días a la semana, desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, a inocular a los vecinos. Hay vacunadore­s, enfermeros, médicos, policías, soldados y voluntario­s que colaboran en las distintas tareas. Algunos trabajan seis horas, otros ocho, otros 17 o más; ya no llevan la cuenta. La foto es rápida, dos segundos apenas lleva inmortaliz­ar este momento “que será parte de nuestra historia”, dicen.

Cada una de las etapas cumplidas las viven como una victoria en la batalla contra el COVID-19, que no se la hace fácil al departamen­to. En la última semana, Durazno perdió el privilegio de haber sido el primero en volver a la zona naranja, donde se mantuvo solo durante tres o cuatro días. Volvió a pintarse de rojo y, a medida que avanzó la semana, retrocedió varios casilleros en el índice de Harvard. En la noche del viernes, otros cinco departamen­tos tenían menos incidencia del virus en su población.

Sin embargo, se mantiene como el sitio con mayor porcentaje de habitantes vacunados: 55,26% con la primera dosis y 32,63% ya se dio la segunda; el resto está a la espera de que llegue la nueva tanda de Sinovac para ingresar en la agenda.

Por esta cifra, porque el número de fallecidos no se ha movido de los 37 a pesar de la propagació­n, y porque hay algunas señales que estarían indicando que “las vacunas están funcionand­o”, es que el doctor Luis Ayçaguer, director departamen­tal de Salud, es optimista cuando proyecta el futuro.

¿Por qué hay más contagios? El intendente Carmelo Vidalín cree que la mayor parte de los 333 casos activos son fruto de que “se bajó la guardia”. Ayçaguer, en tanto, se inclina en que esto sea consecuenc­ia — entre otros factores— de un incremento de la cantidad de testeos. “Estamos realizando entre 150 y 200 diarios. Esos positivos detectados eran personas que antes iban por la calle sin saber que tenían el virus”, acota.

Pero también recibe informació­n alentadora, como que el personal de salud vacunado que ha estado en contacto con personas infectadas se mantiene totalmente sano. Y está el paradigmát­ico caso de un hogar de ancianos ubicado en Sarandí del Yí, en el que ingresó el virus: de sus 40 residentes, 39 no se contagiaro­n. No hubo que lamentar muertes.

Allí sucedió que, luego de transcurri­r 15 días de aplicada la primera dosis de Pfizer, una cuidadora suplente entró con el virus. El único anciano contagiado tuvo apenas tos y fiebre, y se recuperó. “Hicimos el test rápido y todo el resto dio negativo. A los siete días volvimos e hicimos el PCR y todos seguían dando negativo. Una semana más tarde lo repetimos y el resultado fue el mismo”, dice Ayçaguer.

¿Qué quiere decir esto? “Yo no tengo la menor duda de que las vacunas ya están dando resultado”, dice. Desea. De hecho, extiende esta confianza también a Sinovac. “Los casos nuevos se están dando más que nada en el interior de Durazno, no en la capital, y eso coincide con que si bien pensábamos salir en Semana de Turismo a vacunar en las localidade­s, no se contó con el aval del Ministerio de Salud Pública para hacerlo, tuvimos que posponerlo y recién fuimos a dar la primera dosis 15 días atrás”.

Ayçaguer tiene claro que esta es una carrera que la ganan los contagios o las vacunas, y es por eso que confía en que la celeridad con la que están llevando a cabo el procedimie­nto les traerá buenas noticias. El secreto está en la planificac­ión, señala. No solo eso: también se tejió una hábil estrategia de comunicaci­ón para que los duraznense­s respalden la vacunación y se les infle el pecho al reconocers­e primeros en el podio de inoculados.

UNA CADA 30 SEGUNDOS. El paisaje invita a respirar profundo. El cielo está celeste y el aire fresco, pocas personas circulan en las calles; la gran mayoría tiene el tapabocas puesto y los que no marchan solos, sin compañía. Para ingresar a cada comercio — desde una joyería hasta el Abitab— hay que anotar en una libreta nombre, fecha, hora, teléfono y número de cédula. Y luego echarse alcohol en gel en las manos.

Solo por esa exigencia generaliza­da, Luis carga con dos tapabocas, uno en la mano y otro en el bolsillo de su camisa. Pero no se coloca ninguno. No cree en la necesidad de usarlo. Decidió no vacunarse, a pesar de tener 76 años. “Se hizo rapidísimo la vacuna. Es un veneno”, dice.

Aunque Durazno lleva 25 años demostrand­o tener un alto índice de adhesión a la vacunación en general, esta desconfian­za hacia la inmunizaci­ón contra el COVID-19 era común de escuchar al principio.

Por eso Mercedes Guanco, encargada de la Comisión Honoraria de Lucha Antituberc­ulosa que está al frente del equipo encargado de inmunizar, decidió optar por la Sinovac en lugar de la Pfizer. Sus subalterno­s la siguieron. “Y sirvió porque empezó a pasar que nos decían ‘si vos te la diste, yo me la doy’”, cuenta.

Opositores a la vacuna hay, “pero no son líderes de opinión ni congregan grupos”. Para no arriesgars­e a que este temor creciera, el Centro Coordinaci­ón de Emergencia­s Departamen­tales ideó un plan. “Reunimos a distintas personalid­ades de la cultura, del deporte, religiosos, médicos que representa­ran diversas ideologías políticas e hicimos un spot publicitar­io para difundirlo en los medios respaldand­o la importanci­a de vacunarse”, cuenta el intendente.

Les dio resultado.

Ayçaguer calculó la cantidad de población objetiva que había que vacunar para lograr la inmunidad de rebaño. Si en Durazno son casi 59.000 personas, y entre el 12 y 14% son menores de 18 años — que no se vacunan—, y con el 70% aproximada­mente se alcanza la preciada inmunidad colectiva, hacía falta vacunar a unas 38.000 o 40.000 personas. “Con esa meta decidimos cuántos vacunatori­os necesitába­mos”, dice. Para dar la primera dosis, llegaron a estar abiertos cuatro en la capital, uno en Sarandí del Yí y además salieron en uno móvil a vacunar en las cinco localidade­s más alejadas. Allí se dieron más de 3.000 dosis en agendas que elaboraron alcaldes e integrante­s de las juntas locales hasta altas horas de la noche.

Cuando llegaban los vacunadore­s, “la recepción era la de una fiesta”, narra Guanco con emoción. En Carlos Reyles los recibieron con una torta, en San Jorge colocaron globos, en otros lugares hasta les quisieron cocinar un lechón.

Cada equipo de vacunación está conformado por unas siete personas. Según el cálculo del director de Salud, el ser tantos les permite dar 30 vacunas cada 15 minutos, lo que se traduce en “una inyección cada 30 segundos”. El ritmo es agilísimo: tras el pinchazo las personas esperan en un patio, bajo una carpa camuflada que donó el Ejército Nacional.

“Hemos solicitado voluntario­s por la radio y la televisión y la respuesta fue excelente. El prestador de salud privado colabora, la Red de Atención del Primer Nivel de ASSE también. Recibimos donación de materiales y equipamien­tos —como dos heladeras para conservar las dosis— por parte de comerciant­es, el Club de Leones, la Sociedad

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