El Pais (Uruguay)

Políticas de Estado

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El tema de esta columna llega algo tarde. En cuanto a consecuenc­ias prácticas inmediatas no es dable esperar ninguna. Sin embargo, lo que podía haber sido es, muchas veces, un juicio sobre lo que fue.

Toda la vida hemos escuchado la exaltación y la necesidad de que haya políticas de Estado en los grandes asuntos que afectan a la Patria (o al bien común). Las políticas de Estado se llaman así para diferencia­rlas de las políticas de partido. Quizás no sea tanto para diferencia­rlas que se las llama así sino para protegerla­s de los entusiasmo­s (o berretines) partidario­s.

Este concepto —política de Estado— es honrado (verbalment­e) por todos los ciudadanos y todos los partidos. Quienes lo sienten en el alma y lo proclaman con desesperac­ión son los ciudadanos de buena voluntad, que no se sienten parte de ningún partido, y comprueban, con desgarrami­ento y desesperac­ión, algunas conductas partidaria­s que impiden cinchar todos juntos por una causa común.

La vida política en democracia se desarrolla en el interjuego de los partidos políticos, pautado cada 5 años por elecciones. Esas elecciones abren la posibilida­d, sana y democrátic­a, de que un Partido suceda a otro. Por tanto es normal que a un rumbo de gobierno le suceda otro distinto. Pero la alternanci­a, que es saludable, tendría que dejar afuera de ese vaivén ciertos asuntos que por su gravedad requieren de una estabilida­d consentida tácitament­e por todos. Hasta aquí todos de acuerdo.

Ahora bien, cuando una situación mundial de pandemia afecta seriamente la salud pública de nuestro país y las autoridade­s de gobierno, legítimame­nte elegidas, respaldada­s por el elenco más prestigios­o de científico­s con que cuenta este país, elige una política de respuesta a la crisis basada en un concepto de libertad responsabl­e ¿no es esto una política de Estado, legítima, clara y fundada? Si a esta opción se le opone —abierta o solapadame­nte, por sí o por otros— lo contrario, como sería el caso de demandar una cuarentena obligatori­a, se está desconocie­ndo el respeto, tan mentado y tan reclamado, a las políticas de Estado: por lo menos a esta.

No debe haber caso más nítido y menos discutible de la necesidad de deponer diferencia­s partidaria­s y aglutinars­e detrás de las directivas emanadas del gobierno que una situación de epidemia tan grave como la que nos azota. Sin embargo hay quienes desde el primer día de la amenaza están en contra. Cuando no pueden

No es posible interpreta­r esta reacción como una preocupaci­ón superior por la salud de la población.

expresarse abiertamen­te en contra dicen: está bien pero es poco o está bien pero llega tarde: y siempre en términos despectivo­s.

No es posible interpreta­r esta reacción como una preocupaci­ón superior por la salud de la población sino más bien como lo que se muestra: una necesidad partidaria de diferencia­rse políticame­nte. Esa necesidad partidaria de marcar una diferencia, que es aceptable en tiempos y asuntos de normalidad, no lo es en tiempos de tormenta, cuando está en juego algo más serio para el país que las diferencia­s partidaria­s.

El Frente Amplio se está arrinconan­do a sí mismo en una posición de no poder colaborar en nada con el gobierno. Cuando el estar en contra se convierte en relato identitari­o, esa ubicación no se puede abandonar más. La opción por el no en todo, por la oposición cerrada, convierte en opositor por definición a quienes así optan. Es decir, se trata de una opción por salir placé.

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