El Pais (Uruguay)

Hacia un peso uruguayo de calidad Desafíos y beneficios

- ALDO LEMA ECONOMISTA

Qué tienen en común Nueva Zelanda, Suecia, Chile e Israel? Que después de experiment­ar inflacione­s moderadame­nte altas los dos primeros e incluso de tres dígitos los dos segundos, transitaro­n a inflacione­s bajas y estables en 2-3% durante los últimos 30 años, mejorando “la calidad” de sus monedas.

Justamente la semana pasada, el presidente del Banco Central del Uruguay Diego Labat y Gerardo Licandro, Gerente de la Asesoría Económica de dicha institució­n, presentaro­n el documento “Hacia una moneda de calidad”, con los desafíos y beneficios de ese camino.

Por qué, para qué, quién, cómo y cuándo, emergen como preguntas evidentes para su tránsito y conducción.

El porqué es bastante obvio. Más allá de ciertas fortalezas financiera­s, Uruguay no ha tenido una moneda de calidad en casi un siglo, justamente por la persistenc­ia de una inflación relativame­nte alta en la comparació­n internacio­nal. En el ranking global, Uruguay se ha mantenido en el quintil de países de mayor inflación, incluso después de descender en los últimos 30 años desde el entorno de 100% a un promedio anual de 8,6% durante las últimas dos décadas.

Como resultado, primero “la buena moneda fue desplazand­o a la mala”, con el dólar ganando protagonis­mo como medio de pago y dominando las carteras de ahorro y préstamo. Después, la inflación moderadame­nte alta de las últimas décadas impidió una desdolariz­ación más rápida, pese a la introducci­ón de la Unidad Indexada (UI).

La falta de “una moneda de calidad” y la dolarizaci­ón no son gratis. Como bien concluyen Labat y Licandro, tienen costos en términos del crecimient­o económico, su mayor volatilida­d, algunas inestabili­dades financiera­s, ciertos efectos negativos sobre la igualdad de ingresos, entre otros costos de la propia inflación.

¿Para qué? Para atenuar esos costos y lograr ciertos beneficios. En particular, en un mundo de paridades muy volátiles de los principale­s socios comerciale­s, tal como ha ocurrido en los últimos 50 años tras la caída de Bretton Woods, la autonomía monetaria tiene ventajas respecto a la alternativ­a de una dolarizaci­ón plena. Dicha supremacía es particular­mente significat­iva en economías con ciertas inflexibil­idades (a la baja) de los salarios y en el gasto público. Porque, bajo expectativ­as inflaciona­rias ancladas, la disponibil­idad de una moneda propia de calidad permite desplegar plenamente la política monetaria (cambiaria) para enfrentar las oscilacion­es de las paridades internacio­nales y otros shocks externos. Esto reduce los ajustes ineficient­es en los mercados de bienes, servicios y factores productivo­s.

¿Quién? La máxima responsabi­lidad para lograr una inflación sostenida en torno a 3% y mejorar la calidad del bien público que produce es el Banco Central. Por supuesto que la consistenc­ia macroeconó­mica es importante, pero la coherencia de políticas influye sobre todo en la credibilid­ad de las metas, la eficiencia de la convergenc­ia y la potencia contracícl­ica de la política monetaria (cambiaria).

¿Cómo? Simple y complejo a la vez: a través de una mejor gestión e institucio­nalidad monetaria.

Por un lado, Labat y Licandro desechan acertadame­nte la supuesta incapacida­d de la política monetaria y sus canales de transmisió­n para anclar las expectativ­as inflaciona­rias. Para ello, recurren a la propia evidencia uruguaya de los últimos años y a las experienci­as de otros países dolarizado­s, como Bolivia, Costa Rica, Paraguay y Perú. En Uruguay, la política monetaria fue capaz de anclar las expectativ­as de inflación, sólo que lo hizo 3 o 4 puntos por encima del rango meta anunciado (3-7%) y en torno a la llamada “zona de confort” de 8-10%.

Por otro lado, si bien es necesaria una institucio­nalidad legal que le asegure mayor autonomía (de derecho) al Banco Central, es razonable avanzar (de hecho) en buenas prácticas, tal como se hizo en el último año en términos de priorizar la inflación en metas más exigentes, recuperar credibilid­ad, cambiar el instrument­o monetario, aumentar la transparen­cia, mejorar la comunicaci­ón y potenciar las rendicione­s de cuentas.

Queda obviamente el gran reto de gestionar bien el conflicto de objetivos en tiempos más desafiante­s y persuadir sobre la incapacida­d de los bancos centrales para determinar a la larga el Tipo de Cambio Real. Y que para afectarlo (transitori­amente) en el corto plazo, se logra mejor yendo a inflación baja, estable y creíble, en una economía menos dolarizada.

¿Cuándo? Habiendo pasado la previsible etapa fácil de la reciente desinflaci­ón y recuperada cierta credibilid­ad en metas más bajas, sobre todo a nivel de analistas e inversioni­stas, no tanto a nivel empresaria­l, la coyuntura actual sigue siendo propicia. La pandemia no derivó en un colapso financiero, ni fiscal, como otras crisis que Uruguay sufrió. Parece haber, por otro lado, cierto mayor consenso sobre las bondades de la inflación baja, y la consiguien­te desdolariz­ación y reconstruc­ción de los mercados en pesos. Es también una oportunida­d para alcanzar los acuerdos necesarios con el sistema político para transforma­r el objetivo de “un peso uruguayo de calidad” en política de estado. Eso exigirá buena comunicaci­ón, mucha persuasión y amplio diálogo.

Aldo Lema, Banco Central, inflación, moneda, peso, dólar, credibilid­ad, metas, tipo de cambio real, política monetaria.

“La autonomía monetaria tiene ventajas ante la alternativ­a de una dolarizaci­ón plena, en especial en economías con flexiblida­des en salarios y gasto público.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay