MÁS DE 83% EN CLASE
En las escuelas rurales dicen estar “mejor preparados” y más “seguros”
En las escuelas rurales dicen que están “mejor preparados”.
Desde que el COVID-19 se adueñó de la vida en sociedad, los años lectivos tienen al menos dos comienzos: el primer día hábil de marzo y el primer día de la desescalada. Pero la vuelta a las aulas —por más novedad en el calendario— no pierde el ritual: las túnicas escolares más limpias que de costumbre, las llegadas a clase con una puntualidad inglesa, alguna que otra lagaña que da cuenta del sueño entrecortado, el saludo con los compañeritos (aunque sea con el puño) y algún comentario del tipo: “¡Maestra, la extrañé!”.
Las escuelas rurales unidocentes son, por segundo año consecutivo, la prueba de fuego del retorno a las aulas uruguayas en medio de una emergencia sanitaria. Son, a la vez, la demostración de que pese a “nuevas normalidades”, tapabocas de colores y deberes por Whatsapp, la escuela sigue siendo la escuela.
En Aguas Blancas, un poblado al sur del departamento de Lavalleja, la de ayer fue una jornada de vuelta a la tradición. Porque la escuela rural número 58, esa que fue fundada a instancias de José Pedro Varela el mismo año de su defunción (1879), esa que sobrevivió al despoblamiento de la zona cuando cerró la plantación de manzanas de Domingo Basso y que hoy es punto neurálgico de unas 10 familias que tienen niños en edad escolar, fue una de las 726 que ayer reabrieron sus puertas. Los alumnos no ocultaron su emoción.
“Cuando la escuela estaba cerrada, seguí aprendiendo: aprendí de vacunas, del cuidado del ambiente por el Día de la Tierra... pero extrañaba a mis compañeros y a la maestra”, cuenta Sofía mientras degusta un sándwich casero que la auxiliar de servicio preparó para la ocasión. Su madre, Lorena, también celebra el regreso. Ahora sabe que su pequeña está “bien cuidada, aprendiendo y contenta”, cuando ella trabaja en el almacén de don Alonso, el local lindero al que había sido el salón escolar original y que todavía conserva su techo de bóveda de madera que huele a querosén.
Pese a encontrarse en una zona turística, a solo media hora en auto de la capital departamental (Minas), la escuela ha vivenciado en esta pandemia los problemas de conectividad. En todo sentido. La maestra Natalie Gutiérrez viaja más de 20 kilómetros para llegar al centro educativo, y ante la escasez de frecuencias de transporte público, ahora hace un tramo en ómnibus y otro en moto. El año pasado, cuando por falencias con el uso de internet muchos de sus alumnos corrían riesgo de quedar a la deriva,
La conectividad mejoró en las zonas rurales y maestras usaron el Plan Ceibal.
ella fue una de las protagonistas de las actividades pedagógicas realizadas por radio. Y este año, en cambio, “todo ha mejorado” y las tareas virtuales se realizaron por las plataformas del Plan Ceibal —incluyendo videoconferencias gratuitas.
“En las crisis también se aprende: estamos mejor preparados y más seguros”.
PRESENTE. Ningún niño se ha desvinculado de su escuela rural. Pero el año pasado, cuando reabrieron estos centros educativos tras la cuarentena voluntaria, la asistencia a clase apenas alcanzó a un tercio del alumnado. Ayer, en cambio, más del 83% de los escolares convocados dijo presente. Eso muestran los datos preliminares a los que accedió El País.
A diferencia del año pasado, esta vez la asistencia a clase es obligatoria. Pero en el ámbito rural, donde la convocatoria suele ser más alta que la media urbana, el problema de 2020 había sido el horario reducido y la falta de servicio de comedor.
“Las escuelas rurales el año pasado las habíamos abierto algunos días y tres horas. Hoy abren las cinco horas, todos los días de la semana y con los servicios de comedor habilitados”, explicó el presidente del Codicen, Robert Silva, quien de recorrida por algunos locales del sureste rural agregó que “ahora hay menos incertidumbre y los padres están más confiados”.
Eso sí: la confianza, insisten las autoridades, no debe traducirse en pérdida de respeto al virus. Es “fundamental e imprescindible el compromiso de la madre, del padre y de todos”. Por este motivo, Silva pidió que se respeten “al extremo” todas las medidas de cuidado personal, “incluido no solo aquello que suceda en el centro educativo, sino también afuera: todas las actividades extracurriculares, los festejos de cumpleaños”, entre otros.
En la primera escuela que visitó el jerarca, la número 41 de Canelones, uno de los 16 alumnos había faltado con aviso porque su madre había dado positivo a un test del COVID. “Es el único caso que hemos tenido”, dijo la maestra Mariana Cabrera, quien entre sus estudiantes tiene siete niños que cursan educación inicial.
“¿Siete?”, preguntó sorprendida la directora de Primaria, Graciela Fabeyro y, acto seguido, se autorrespondió: “Hay escuela rural para rato”.