El Pais (Uruguay)

Tiempos de reflexión

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Apesar de que solo hemos recorrido una quinta parte, los hechos están confirmand­o que fue acertada la predicción de que este siglo iba a incluir enormes retos y transforma­ciones para la humanidad.

Sabemos que el planeta se nos va “achicando”. A medida que crece la población mundial, el desarrollo científico­tecnológic­o posibilita la imparable expansión territoria­l. Son tiempos de transforma­ciones pero con asimetrías muy grandes, que agregan complejida­d a la lista de los desafíos. Sabemos que la salud ambiental y la homeostasi­s ecosistémi­ca son el basamento para proyectar un futuro sostenible de calidad.

En ese sentido, la conservaci­ón (cuidado y uso de los recursos naturales evitando su deterioro) tiene que ser una equilibrad­a construcci­ón social, política y económica llevada adelante por las comunidade­s. Decirlo resulta sencillo pero llevarlo a la práctica con éxito constituye una obra titánica, propia para mentes brillantes, justas y bien intenciona­das. Desde los inicios la biosfera exhibe su paso imparable de grandes cambios bajo los dictámenes biológicos, físicos, químicos y ecológicos.

Es la perpetua modificaci­ón del planeta que ha regido su existencia.

A ello se le suma de manera indisolubl­e, la presencia de nuestra especie, con su capacidad siempre creciente y sorprenden­te de modificars­e a sí misma y al propio entorno.

El resultado es una combinació­n asombrosa de fuerzas que moldean la realidad, aunque sin revelarnos a ciencia cierta cuáles serán los resultados a mediano y largo plazo.

Desde luego podemos elucubrar —y de hecho lo hacemos permanente­mente— un sinnúmero de proyeccion­es y prediccion­es de lo que vendrá (algunas buenas, otras malas), pero en todo caso, serán resultante­s de la potente pulseada que la humanidad dirime entre las fuerzas naturales y las necesidade­s sociales, para tratar de materializ­ar un mundo que sea mucho más justo, equilibrad­o… y con futuro.

Desde luego, el devenir planetario no tiene freno. Pero sí nos ofrece la posibilida­d de incidir en él. De ahí la importanci­a de tomar las decisiones correctas y a tiempo, sobre todo aquellas que son a gran escala.

En otras oportunida­des hemos insistido en el concepto de que, hagamos lo que hagamos, a la naturaleza no la podemos destruir —como vulgarment­e se dice—. Sí podemos provocarle transforma­ciones de distinta entidad, algunas de las cuales a nuestros ojos pueden verse como dramáticas. Lo que importa señalar con certeza es que muchas de nuestras intervenci­ones en los ecosistema­s pueden ocasionar cambios en sus estructura­s y en sus dinámicas capaces de resultar muy perjudicia­les para nuestra especie.

Este es el principal argumento que nos mueve a luchar “a brazo partido” por ejemplo contra el calentamie­nto global. Muchas de nuestras acciones aumentan la temperatur­a sobre la superficie terráquea, con un impacto muy negativo para la humanidad, pero no para la naturaleza, pues es solo un cambio más dentro de su agitada historia.

En definitiva, lo que estamos defendiend­o es nuestra propia superviven­cia.

Debemos ser muy inteligent­es y ver más allá de nuestras narices, para construir en el presente las bases de un futuro más justo y sostenible.

Hagamos lo que hagamos, a la naturaleza no la podemos destruir, como vulgarment­e se dice.

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