El Pais (Uruguay)

Perfil de coraje

Hernán Navascués | Montevideo

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Kennedy ganó el premio Pulitzer cuando escribió un libro denominado “Perfiles de coraje” en que homenajeó a diversos políticos de su país que actuaron por sus ideales sin medir las consecuenc­ias. La muerte de Gonzalo Aguirre me hizo recordar que tras su figura física, había en su intelecto y la convicción con que manejaba todo el torrente de ideas que surgían de su innegable talento, un ser de un gran coraje cívico que supo ponerlo de manifiesto tanto en las horas sombrías de la tiranía como en el momento de enfrentars­e al veredicto popular.

Enrique Beltrán solía citar una frase que decía que la diferencia entre una democracia y una dictadura la apreciaba el ser común en el momento que sonara el timbre en su casa; si vivía en democracia pensaba que era un amigo o el lechero, y si vivía en dictadura pensaba que era la policía.

Cuando nuestro país entró en la sombra de la desesperan­za, Aguirre fue Secretario del triunvirat­o del Partido Nacional debido, sin duda, a sus antecedent­es y talento. Comandó a solicitud del mismo, a un grupo de juristas para colaborar con esa precaria dirección, dadas las circunstan­cias en que el Partido tenía a sus principale­s integrante­s proscripto­s, entre ellos a los propios miembros del triunvirat­o.

Tuve el honor de que me llamara para integrar ese grupo y recuerdo con emoción los momentos vividos. Pero hubo uno de esos momentos en que a los integrante­s del grupo asesor y en general a las figuras del nacionalis­mo nos abrumó el temor. Y ese instante fue cuando Gonzalo desapareci­ó, tanto de su domicilio como de los lugares que frecuentab­a y durante muchos días no se supo de él.

¿Qué había ocurrido? Pocos días antes, en “El Diario” se había publicado un editorial del Dr. Baroffio sobre los gobiernos del Cono Sur. Gonzalo, fiel a su temple, envió una nota comentando el editorial, señalando que en el mismo se omitía lo fundamenta­l: que todos esos gobiernos eran dictaduras, mencionánd­olas así con todas las letras “dictaduras”, palabra que estaba prohibida por razones obvias. Pero, no terminó ahí la nota a la redacción de “El

Diario”, porque los comentario­s alrededor del concepto esencial eran reveladora­s de todas las circunstan­cias que caracteriz­aban a esos gobiernos. Lógicament­e, para el nuestro de entonces, esa nota significab­a una afrenta a toda su concepción del sistema político que habían impuesto y no vacilaron en detener a Gonzalo y someterlo a la justicia militar.

Los días parecieron interminab­les, pero finalmente fue liberado, porque como procuraban programar e imponer una reforma constituci­onal se dieron cuenta que la detención de una figura relevante del Partido Nacional podría jugar en contra de sus propósitos futuros. Fue, no tengo ninguna duda, dadas las circunstan­cias de la época, uno de los actos más valientes ocurridos en ese entonces, porque de esa prisión que arriesgó sufrir se sabía cómo se entraba pero no cómo y en qué estado se salía.

Ya recuperada la democracia, cuando de su talento como legislador salieron muchas de las leyes relevantes de la restauraci­ón, no vaciló en arriesgar su banca cuando la ley de caducidad, porque en la misma forma que enfrentó a la dictadura, también entendía que el país necesitaba finalmente la paz y ahí pronunció una pieza oratoria medular, diferencia­ndo como Max Weber entre la ética de la racionalid­ad y la ética de la responsabi­lidad. Ese riesgo de no medir consecuenc­ias para cumplir lo que se considerab­a un deber, era lo que Kennedy admiraba en sus perfiles de coraje.

Fue grande en la dictadura y en la democracia, sin vacilar en el momento de la prueba porque al otro día cuando el timbre sonara en su casa no se tratara ni de un amigo o el lechero.

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