El Uruguay de la hora
Es más que obvio que para nuestra República la salud es hoy el principal desafío. Esta semana llevamos setenta muertes diarias, mucho más por millón de habitantes que los países cercanos y culturalmente similares como Brasil, Chile, Argentina y Paraguay. No así en el acumulado. Y ello pese a que nuestro nivel de vacunación, salvo el de Chile, los supera ampliamente. Algo pasa; no alcanza con diferir el fútbol una semana y simultáneamente recomenzar clases presenciales.
Obviamente nadie conoce, ni siquiera el Gach, cuales son las mejores disposiciones a adoptar. La oposición frentista insiste con la reducción de la movilidad pero nunca precisa cuales medidas aconseja.
El gobierno insiste con la “libertad responsable”, un bello concepto que fundamenta toda sociedad no paternalista, pero que no justifica la abstención estatal cuando la misma es ignorada por la población. Algo que se repite en casi todo el mundo. Por más que aquí mucho se ha hecho, creo que, durante las últimas semanas, los desplazamientos nocturnos debieron haberse suspendido y los comercios y algunas otras actividades como las culturales y deportivas, debieron haber bajado más su intensidad.
Es cierto que todo ello, aún acotado, tendrá costos económicos. Las perillas están interrelacionadas y bajar unas supone subir otras. Pero asumamos definitivamente que es preferible estar pobre y vivo que muerto y bien provisto.
El gobierno, partiendo de una difícil situación heredada, ha tomado diferentes medidas de apoyo. No son despreciables y probablemente permitirán retomar el desarrollo. Aún así, puesto que implicarán menos trabajo, dentro de lo posible, deberán compensarse. No mediante utopías como la mal llamada “renta básica”, sino incentivando lo que ya se está haciendo. La oposición no comprende que vivimos en una débil economía capitalista dependiente y que las reglas de este modelo, el único viable en el corto y mediano plazo, deben respetarse. No hay margen para ayudas a base de deuda. Sólo perder el grado inversor sería una tragedia.
Sin embargo en el plano político parece retrocederse. El gobierno ha mostrado una paulatina tendencia presidencialista que despierta resquemores. Depone a un ministro sin avisarle ni a él, ni a la coalición que integra. Compromete al Puerto de Montevideo, mediante un sigiloso decreto de cincuenta años de duración que, aparentemente instaura un cuasi monopolio de una Empresa. Bueno o malo, lo hace sin noticias de sus socios. Ahora insiste e impone a sus renuentes coaligados un cambio en la fundamental “Ley de Medios”, que hace que las empresas de televisión abierta de Montevideo, impidan, si así lo deciden, que los telespectadores del Interior de la República y de la zona metropolitana accedan a sus contenidos (con canal 5, los únicos nacionales).
Y sí los autorizaran, a diferencia de los capitalinos, les cobran por ello. Pese a que me duelen prendas, considero a éste un tema nada menor, atañe a los similares derechos de todos los ciudadanos en relación a las ondas públicas.
Ciertamente no es fácil dialogar con la oposición, pero es vital hacerlo con los coaligados. Sin acuerdos profundos todo resulta menos transparente.
Ciertamente no es fácil dialogar con la oposición, pero es vital hacerlo con los coaligados.