Una historia de amor aburrida
Me aburren y a la vez me fascinan porque ¿no es es eso acaso lo que está detrás de del éxito del periodismo chismoso? Es decir, nos parece que los romances que se rompen y se arreglan, los “bozales legales” (un invento bien porteño), las renuncias y las bienvenidas, son siempre lo mismo y sin embargo, doy fe de ello, los seguimos consumiendo.
Bueno, eso viene a cuento por todas las idas y venidas de la pareja que conforman, a pesar suyo por lo visto, Luciana Salazar y Martín Redrado. Es aun peor porque no sé muy bien cuáles son sus méritos. Ella es una personalidad de la televisión con méritos artísticos totalmente opacados por su presencia con farandulera. El es un economista y un político con cara de aburrido.
Al parecer se quisieron mucho en una época; ella tiene un hijo con vientre alquilado pero él se hace cargo; suelen estar juntos y después no estarlo; ella lo demanda y después él la demanda; ella lo acusa de hacerle brujería, él se va a vacunar a Miami con otra señorita. Idas y vueltas de un vínculo que, a todas luces, es de esos que se llaman tóxicos: son como Barby Silenzy y El Polaco de alta gama.
Pero a pesar de esas idas y venidas y todos esos entretelones y verdades y mentiras a medias, su historia de amor es seguida atentamente por el público. Y en el círculo vicioso del periodista de chimentos es reproducida y seguida como si fuera la crisis política de un país de la región.