Enemigos íntimos
Lo miró fijo, como buscando ver a través de esos ojos de lobo siberiano lo que hay en lo hondo de Vladimir Putin, y le dijo “no tienes alma”. Estaban en un salón del Kremlin. Joe Biden era el vicepresidente de Obama y Putin era primer ministro. A la presidencia la ocupaba Dimitri Medvedev, pero el poder estaba en manos del hombre con mirada de lobo siberiano que le respondió con una sonrisa y dos palabras: “nos entenderemos”.
Más adelante Biden lo llamó “matón del KGB” y, ya ocupando el Despacho Oval, lo calificó de “asesino”.
Más allá de que tantos enemigos eliminados con venenos o con balas parecen avalar la calificación del presidente norteamericano a su par ruso, es raro que un jefe de la Casa Blanca se exprese en esos términos. ¿También le dirá asesino desalmado al príncipe saudita Mohamed Bin Salman cuando lo cruce en alguna cumbre mundial? ¿Tratará del mismo modo al presidente filipino Rodrigo Duterte, un criminal confeso que suele fanfarronear con asesinatos cometidos cuando era alcalde de Davao?
Con tantos criminales sentados en palacios de gobierno, Biden se lo dice nada menos que al presidente de Rusia. Y este le responde describiéndolo como senil y decrépito a través de los numerosos canales con los que cuenta su aparato de propaganda. Con semejantes intercambios parece imposible que pueda existir un entendimiento. Sin embargo, que Biden haya propuesto el encuentro en Suiza y que Putin lo haya aceptado, revela que ambos se saben enemigos íntimos.
¿Por qué Biden buscó esta cumbre con el líder al que considera autor de la injerencia en los últimos procesos electorales a favor de Trump y responsable de espionaje y ataques cibernéticos al gobierno y a empresas de los Estados Unidos?
La respuesta puede estar en la percepción que Biden tiene sobre China, como principal desafío para Washington. Viendo a Xi Jinping avanzar a paso redoblado sobre los derechos aún vigentes en Hong Kong y sobre los mares de Japón, Vietnam y Filipinas, a Biden le parece inevitable una nueva Guerra Fría. Los posicionamientos geopolíticos de China en África, Asia y América Latina revelan la velocidad del proceso y el terreno perdido para la influencia de Washington.
Biden prioriza a Pekín sobre Moscú como enemigo en el tablero mundial, por lo que busca hacer con Rusia lo que Nixon y Kissinger hicieron en la década del 70 con China. Mediante la llamada “diplomacia del ping pong”, pactaron con Mao Tse-tung y Chou En-lai un acercamiento que aisló a la URSS, privándola de un eje comunista que habría sido muy poderoso.
Paradójicamente, esta China capitalista que de Mao solo conserva su retrato en los billetes y en la Puerta de Tiananmén, además del PCCH como partido único, hoy es la amenaza mayor para el liderazgo global de Estados Unidos. Y para frenar el vigoroso avance chino en la disputa por la supremacía mundial, Joe Biden quiere hacer lo que hizo Nixon, pero al revés. Esta vez, Rusia es la parte más débil de un eje asiático que está en difícil gestación.
Ni en las décadas de comunismo ni en la actualidad poscomunista, Rusia y China
Biden busca hacer con Rusia lo que Nixon y Kissinger hicieron en la década del 70 con China mediante la llamada “diplomacia del ping pong”.
se han tenido confianza. Putin siente que Xi Jinping quiere a Rusia como un subalterno al que puede tratar con altanería. Y Biden cree posible convertir en abismos las grietas de la relación Moscúbeijing.
Esa sería la razón de fondo del paso que ha dado Biden reuniéndose con el hombre al que considera un “asesino” que actúa contra Washington con más osadía que los líderes soviéticos. No sería frenar la carrera armamentista ni las injerencias electorales ni el avance ruso sobre Ucrania, sino frenar el avance chino hacia el liderazgo global, restando posibilidades de un eje Beijing-moscú.
Putin tiene mucho para pedir a cambio, empezando por la reversión del cordón de aislamiento que la Casa Blanca lleva años impulsando para rodear a Rusia, mediante la incorporación a la OTAN de ex repúblicas soviéticas.