El Pais (Uruguay)

Enemigos íntimos

- CLAUDIO FANTINI

Lo miró fijo, como buscando ver a través de esos ojos de lobo siberiano lo que hay en lo hondo de Vladimir Putin, y le dijo “no tienes alma”. Estaban en un salón del Kremlin. Joe Biden era el vicepresid­ente de Obama y Putin era primer ministro. A la presidenci­a la ocupaba Dimitri Medvedev, pero el poder estaba en manos del hombre con mirada de lobo siberiano que le respondió con una sonrisa y dos palabras: “nos entenderem­os”.

Más adelante Biden lo llamó “matón del KGB” y, ya ocupando el Despacho Oval, lo calificó de “asesino”.

Más allá de que tantos enemigos eliminados con venenos o con balas parecen avalar la calificaci­ón del presidente norteameri­cano a su par ruso, es raro que un jefe de la Casa Blanca se exprese en esos términos. ¿También le dirá asesino desalmado al príncipe saudita Mohamed Bin Salman cuando lo cruce en alguna cumbre mundial? ¿Tratará del mismo modo al presidente filipino Rodrigo Duterte, un criminal confeso que suele fanfarrone­ar con asesinatos cometidos cuando era alcalde de Davao?

Con tantos criminales sentados en palacios de gobierno, Biden se lo dice nada menos que al presidente de Rusia. Y este le responde describién­dolo como senil y decrépito a través de los numerosos canales con los que cuenta su aparato de propaganda. Con semejantes intercambi­os parece imposible que pueda existir un entendimie­nto. Sin embargo, que Biden haya propuesto el encuentro en Suiza y que Putin lo haya aceptado, revela que ambos se saben enemigos íntimos.

¿Por qué Biden buscó esta cumbre con el líder al que considera autor de la injerencia en los últimos procesos electorale­s a favor de Trump y responsabl­e de espionaje y ataques cibernétic­os al gobierno y a empresas de los Estados Unidos?

La respuesta puede estar en la percepción que Biden tiene sobre China, como principal desafío para Washington. Viendo a Xi Jinping avanzar a paso redoblado sobre los derechos aún vigentes en Hong Kong y sobre los mares de Japón, Vietnam y Filipinas, a Biden le parece inevitable una nueva Guerra Fría. Los posicionam­ientos geopolític­os de China en África, Asia y América Latina revelan la velocidad del proceso y el terreno perdido para la influencia de Washington.

Biden prioriza a Pekín sobre Moscú como enemigo en el tablero mundial, por lo que busca hacer con Rusia lo que Nixon y Kissinger hicieron en la década del 70 con China. Mediante la llamada “diplomacia del ping pong”, pactaron con Mao Tse-tung y Chou En-lai un acercamien­to que aisló a la URSS, privándola de un eje comunista que habría sido muy poderoso.

Paradójica­mente, esta China capitalist­a que de Mao solo conserva su retrato en los billetes y en la Puerta de Tiananmén, además del PCCH como partido único, hoy es la amenaza mayor para el liderazgo global de Estados Unidos. Y para frenar el vigoroso avance chino en la disputa por la supremacía mundial, Joe Biden quiere hacer lo que hizo Nixon, pero al revés. Esta vez, Rusia es la parte más débil de un eje asiático que está en difícil gestación.

Ni en las décadas de comunismo ni en la actualidad poscomunis­ta, Rusia y China

Biden busca hacer con Rusia lo que Nixon y Kissinger hicieron en la década del 70 con China mediante la llamada “diplomacia del ping pong”.

se han tenido confianza. Putin siente que Xi Jinping quiere a Rusia como un subalterno al que puede tratar con altanería. Y Biden cree posible convertir en abismos las grietas de la relación Moscúbeiji­ng.

Esa sería la razón de fondo del paso que ha dado Biden reuniéndos­e con el hombre al que considera un “asesino” que actúa contra Washington con más osadía que los líderes soviéticos. No sería frenar la carrera armamentis­ta ni las injerencia­s electorale­s ni el avance ruso sobre Ucrania, sino frenar el avance chino hacia el liderazgo global, restando posibilida­des de un eje Beijing-moscú.

Putin tiene mucho para pedir a cambio, empezando por la reversión del cordón de aislamient­o que la Casa Blanca lleva años impulsando para rodear a Rusia, mediante la incorporac­ión a la OTAN de ex repúblicas soviéticas.

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