El Pais (Uruguay)

Desde los genes

- ✒ LEONARDO GUZMÁN

El GACH se va aplaudido. En 14 meses protagoniz­ó la baja de contagios que tuvimos hasta el pasado marzo, la selección de vacunas en un oligopolio, la vacunación acelerada... Los miembros del Grupo Honorario trabajaron, empujaron y hasta soportaron dislates. Un ingeniero de izquierda los acusó de hacerle mandados al gobierno. Un verborreic­o de barricada se entremetió con la religión del Prof. Cohen. Una senadora le endilgó militancia política a los integrante­s.

Pues bien. La campaña del GACH no merece opacarse por divergenci­as ni teñirse con dimes y diretes entre ciencia y política, como si no fueran ellas dos avenidas principale­s del universo humano. La salida por distanciam­iento no es digna de la tragedia que vivimos, que nos exige ver claro y distinguir, sí, pero para unirnos mejor, por dentro como personas y por fuera como pueblo.

Por positivism­o funcional y por pereza, nos habituamos a pedirle a la ciencia respuestas sólidas y resultados inmediatos. Nada de eso pudo darnos esta vez. Si el gobierno buscó apoyarse en la ciencia, fue para encargar a sus maestros, una aventura de criticismo. No les pidió informar lo ya sabido sino inducir desde hipótesis y conjeturas, germinadas en las regiones creadoras del espíritu científico, lindante con la filosofía y hasta con el arte, según enseñaron en profundida­d Bachelard y Cangilhem y según había intuido antes nuestro Vaz Ferreira: “Si a la ciencia le recortamos toda metafísica, nos quedamos sin ciencia”.

Haber tenido a los científico­s en túnica de trabajo, iluminando desde el primero optimismo al dolor de los recuentos, debería ahondarnos la conciencia y elevarnos el espíritu. Al fin de cuentas, más que un hecho científico vivimos la pandemia como una experienci­a moral y desde su estremecim­iento debemos valorar esta etapa del GACH. Pero no. En vez de eso, nos cunde el macaneo nacional y la mala fe.

Un médico sindicalis­ta llamó a cargar al gobierno con los muertos. Otros calumnian con la palabra “genocidio” y reclaman más rigores, porque les parece poco que el MSP haya multado al Cardenal Sturla y al Parlamento. Y también les parece poco que tengamos paralizado a medio Poder Judicial, a media Administra­ción y media educación, y además hayamos puesto a hibernar áreas enteras del alma, desde los espectácul­os a los sentimient­os familiares.

A todo esto, por ahí se escribió que “La ‘libertad responsabl­e’ es un difícil puzle entre la tradición uruguaya, el liberalism­o,

Por positivism­o funcional y pereza, nos habituamos a pedirle a la ciencia resultados inmediatos.

el herrerismo y la igualdad batllista”. Falso, no hay tal rompecabez­as ni en teoría ni en la práctica. La libertad y la responsabi­lidad son anverso y reverso de la persona. Y fue por la persona que, con grandes contraposi­ciones pero también coincidenc­ias, lucharon los núcleos ciudadanos que se encolumnar­on hasta sellar a los partidos tradiciona­les con los apellidos Batlle y Herrera.

Por si fuera poco, la Constituci­ón impone el principio de libertad, y en su art. 44 manda: “El Estado legislará en todas las cuestiones relacionad­as con la salud e higiene públicas, procurando el perfeccion­amiento físico, moral y social de todos los habitantes del país. Todos los habitantes tienen el deber de cuidar su salud, así como el de asistirse en caso de enfermedad”.

Lejos de ser un puzle, lo que dicta la Constituci­ón es la libertad responsabl­e. No la improvisó Lacalle Pou.

La encontró en la conciencia y los genes de todos los que no admiramos dictaduras.

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