Desde los genes
El GACH se va aplaudido. En 14 meses protagonizó la baja de contagios que tuvimos hasta el pasado marzo, la selección de vacunas en un oligopolio, la vacunación acelerada... Los miembros del Grupo Honorario trabajaron, empujaron y hasta soportaron dislates. Un ingeniero de izquierda los acusó de hacerle mandados al gobierno. Un verborreico de barricada se entremetió con la religión del Prof. Cohen. Una senadora le endilgó militancia política a los integrantes.
Pues bien. La campaña del GACH no merece opacarse por divergencias ni teñirse con dimes y diretes entre ciencia y política, como si no fueran ellas dos avenidas principales del universo humano. La salida por distanciamiento no es digna de la tragedia que vivimos, que nos exige ver claro y distinguir, sí, pero para unirnos mejor, por dentro como personas y por fuera como pueblo.
Por positivismo funcional y por pereza, nos habituamos a pedirle a la ciencia respuestas sólidas y resultados inmediatos. Nada de eso pudo darnos esta vez. Si el gobierno buscó apoyarse en la ciencia, fue para encargar a sus maestros, una aventura de criticismo. No les pidió informar lo ya sabido sino inducir desde hipótesis y conjeturas, germinadas en las regiones creadoras del espíritu científico, lindante con la filosofía y hasta con el arte, según enseñaron en profundidad Bachelard y Cangilhem y según había intuido antes nuestro Vaz Ferreira: “Si a la ciencia le recortamos toda metafísica, nos quedamos sin ciencia”.
Haber tenido a los científicos en túnica de trabajo, iluminando desde el primero optimismo al dolor de los recuentos, debería ahondarnos la conciencia y elevarnos el espíritu. Al fin de cuentas, más que un hecho científico vivimos la pandemia como una experiencia moral y desde su estremecimiento debemos valorar esta etapa del GACH. Pero no. En vez de eso, nos cunde el macaneo nacional y la mala fe.
Un médico sindicalista llamó a cargar al gobierno con los muertos. Otros calumnian con la palabra “genocidio” y reclaman más rigores, porque les parece poco que el MSP haya multado al Cardenal Sturla y al Parlamento. Y también les parece poco que tengamos paralizado a medio Poder Judicial, a media Administración y media educación, y además hayamos puesto a hibernar áreas enteras del alma, desde los espectáculos a los sentimientos familiares.
A todo esto, por ahí se escribió que “La ‘libertad responsable’ es un difícil puzle entre la tradición uruguaya, el liberalismo,
Por positivismo funcional y pereza, nos habituamos a pedirle a la ciencia resultados inmediatos.
el herrerismo y la igualdad batllista”. Falso, no hay tal rompecabezas ni en teoría ni en la práctica. La libertad y la responsabilidad son anverso y reverso de la persona. Y fue por la persona que, con grandes contraposiciones pero también coincidencias, lucharon los núcleos ciudadanos que se encolumnaron hasta sellar a los partidos tradicionales con los apellidos Batlle y Herrera.
Por si fuera poco, la Constitución impone el principio de libertad, y en su art. 44 manda: “El Estado legislará en todas las cuestiones relacionadas con la salud e higiene públicas, procurando el perfeccionamiento físico, moral y social de todos los habitantes del país. Todos los habitantes tienen el deber de cuidar su salud, así como el de asistirse en caso de enfermedad”.
Lejos de ser un puzle, lo que dicta la Constitución es la libertad responsable. No la improvisó Lacalle Pou.
La encontró en la conciencia y los genes de todos los que no admiramos dictaduras.