Jugarse la piel
En su último libro Nassim Nicholas Taleb se enfoca en los perjuicios que se generan cuando existe una asimetría entre quien toma las decisiones y quien asume las consecuencias de esas decisiones.
El informe sobre el episodio de Gas Sayago creo que muestra con gran nitidez este problema. Nadie, ni remotamente, hubiera hecho con su patrimonio personal lo que se hizo en este caso con el dinero público.
Se trata de un proyecto que, en el mejor de los casos, se realizó con una enorme ingenuidad y exagerado optimismo. En una interpretación benevolente, la viabilidad de semejante negocio estaba basada en los conocimientos de una empresa en particular y en que contáramos con Argentina. Bajo esa arriesgada apuesta invertimos más de 200 millones de dólares. ¿Quién hubiera arriesgado su patrimonio de esa forma?
Taleb sostiene que hasta muy recientemente, en términos históricos, quienes tomaban las decisiones no eludían el riesgo. El código de Hammurabi es muy ilustrativo al respecto, según Taleb el eje vertebrador de este hito normativo de hace casi 3800 años no es el conocido “ojo por ojo”, sino el hecho de no poder evadir las consecuencias de tus acciones, y la búsqueda de simetría al respecto.
Pero no hay que irse tantos años para atrás. El artículo 25 de nuestra propia Constitución dejaría muy conforme al amigo Taleb. El mismo establece que “cuando el daño haya sido causado por sus funcionarios (...) en caso de haber obrado con culpa grave o dolo, el órgano público correspondiente podrá repetir contra ellos, lo que hubiere pagado en reparación”. Es decir, nuestra propia Constitución establece la importancia de que los jerarcas no sean ajenos al riesgo que asumen en nombre de la sociedad. El problema es que, por algún motivo, esto no se aplica casi nunca.
Esta columna no pretende juzgar a los jerarcas involucrados como buenas o malas personas, ni siquiera sobre si son buenos o malos políticos considerados individualmente. Esto se trata de reivindicar el valor de imponer responsabilidades por las acciones que toman los gobernantes. Cualquier persona puesta a decidir sobre realidades de las que no se verá afectado por sus consecuencias asume riesgos que no asumiría si se estuviera jugando su propia piel.
Lograr que los jerarcas sean efectivamente responsables, de forma limitada, por los daños patrimoniales que generan al Estado sería un camino razonable de evitar en el futuro que se vuelva a apostar por el desarrollismo mágico que tanto dinero de los uruguayos costó.
Gas Sayago es una perla más de una serie de inversiones ruinosas que distintos jerarcas han hecho en las últimas décadas, el manejo de Ancap en 2010-2014 y muchas de las apuestas del Fondes son otros ejemplos de los muchos que podríamos encontrar.
Cuando quien toma las decisiones no es responsable por sus acciones se generan incentivos perversos. Esto fue tratado por diversos actores, desde Adam Smith en adelante. El problema principal agente o el concepto de riesgo moral también hablan del tema. Creo que Taleb lo pone en términos muy claros, actuales y pertinentes para entender por qué es que volvimos a hacer un negocio como el de Gas Sayago.
Cuando quien toma decisiones no es responsable por ellas se generan incentivos perversos.