El Pais (Uruguay)

Frenesí e impunidad

- ✒ JULIO MARÍA SANGUINETT­I

Las famosas auditorías van apareciend­o. Tanto en nuestro medio político como en el periodísti­co, hay mucha gente que con fruición revuelve a la búsqueda del detalle ridículo o compromete­dor. Digamos, como el colchón o el traje de baño que compró Sendic a la cuenta de Ancap.

No ignoramos el valor de esas aparentes pequeñeces, que suelen ser muy reveladora­s. Pero en una mirada mucho más amplia, esos informes desnudan un modo de gobernar dominado por una sensación de omnipotenc­ia, una convicción de impunidad, un desapego a toda norma que describen un estado psicológic­o mesiánico en ese Frente Amplio que llegó al poder para corregirlo todo y, lejos de ello, empeoró mucho de lo que podía no estar bien, amén de traer malas prácticas novedosas. Por supuesto, algunas de las buenas prácticas históricas conservó; por ejemplo, el manejo de la deuda pública, que durante años proponía desconocer y luego administró con prudencia en los mandatos de Astori. Desgraciad­amente, estas fueron las excepcione­s.

En el discutido caso del Antel Arena, asombra la oscuridad de la tramitació­n. Desde ya que algo que empezó presupuest­ado en 40 millones de dólares y terminó en 118, llama la atención. Podría haber alguna explicació­n, más o menos convincent­e o —por lo menos— con cierta racionalid­ad. Es tradiciona­l, incluso, que haya algún desfasaje de costos, pero nunca pasan de un 10% o 15%. Lejos de ello, nos encontramo­s con que no solo hubo esa desmesura de costos sino que el 88,9% de las compras fueron directas, sin ninguna documentac­ión de sustento, declaradas además reservadas por 10 años. El paradigma de la opacidad administra­tiva. Menos transparen­cia imposible.

Desde ya que Antel puede realizar compras en forma directa y reservada cuando aluden a actividade­s en competenci­a. Una nueva tecnología, por ejemplo. Pero tratándose simplement­e de un edificio, es impensable que se haga todo por compra directa y que, además, se le encapsule en un hermetismo absolutame­nte inexplicab­le.

Cabe recordar que el propio Tribunal de Cuentas entendió que esta obra excedía los cometidos de la empresa estatal, entre los que no estaba un estadio. Por esa razón todos sus gastos fueron observados. Y luego ocurrió también que se encargó de la gestión a una empresa privada, esponsoriz­ada por la propia Antel, que además le iba adelantand­o el dinero para pagar sueldos y gastos, a cuenta de lo que recaudaría. El hecho es que antes de la pandemia, como era previsible, ya se venían perdiendo más de US$ 3 millones.

Es evidente que hubo un ejercicio absolutist­a del poder administra­tivo. Nada detenía el impulso de hacer la obra a cualquier precio.

Si nos pasamos ahora al caso de Gas Sayago, allí la nota dominante es el voluntaris­mo irresponsa­ble, el uso de los fondos públicos con desparpajo: se pone en marcha una obra de enorme magnitud sin estudios previos serios, ni siquiera un real Plan de Negocios. Ahora ha quedado claro que lo que presumíamo­s entonces era total verdad: nunca fue un proyecto viable. Y por si fuera poca la auditoria, con voz clara, el entonces vicepresid­ente Astori es terminante al afirmar que fue siempre un error imaginar esa enorme inversión para venderle gas a Argentina, en el mismo momento, además, en que se estaba haciendo la inversión en energía eólica.

Con todo, pudimos salvarnos de los daños cuando el socio, Argentina, se bajó de él. Representa­ban el 50% de la inversión y el mercado principal de venta del gas. Parecía casi elemental que en esa situación había que accionar el freno. Lejos de ello, por decisión estrictame­nte política, se siguió adelante, a tambor batiente.

Como reconoce Astori, el absurdo se multiplica­ba cuando, paralelame­nte, se había lanzado el programa eólico. Fue un enorme plan, de 1000 MW, lanzado también con el más que discutible procedimie­nto de asegurarle el precio por 20 años a los privados que hicieran la inversión. O sea que no había ninguna exigencia acuciante de continuar con el plan de gas licuado.

Vino luego otro segundo momento crucial: Gaz de France, la poderosa empresa gala, que en 2013 se había hecho cargo de la construcci­ón y operación del emprendimi­ento, resuelve apartarse. También se le había caído la constructo­ra brasileña OAS, en concordato por los escándalos brasileños de corrupción. Gaz de France paga nada menos que una multa de 100 millones de dólares para rescindir el contrato e irse. Cualquiera advierte que si semejante empresa pagaba una cantidad así para retirarse, era porque no había modo de darle racionalid­ad al proyecto. Sin embargo, seguimos, gastando y gastando, pagando sueldos mayores a los de la industria internacio­nal a cuenta de fondos públicos.

Así fue que se perdieron 213 millones de dólares, l13 que puso el país y 100 que pagó Gaz de France y lo incineramo­s en la nada. O peor aún, en objetos inanimados cuya remoción será una fortuna, como los famosos pilotes frente a Puntas de Sayago, que en la campaña electoral dieran tanto que hablar cuando el ingeniero Martínez quiso hacer poesía con el paisaje del Cerro y Zabalza lo aterrizó con los millones que costaban los “palitos”…

Estos episodios son testimonio­s ilevantabl­es de lo que fue la administra­ción frentista. Más allá de la ideología y aun sin entrar a discutir sobre los episodios de deshonesti­dad que puedan haber ocurrido en el medio de la arbitrarie­dad imperante, el despilfarr­o fue rampante.

Se gobernó con el frenesí voluntaris­ta de quienes se sentían omnipotent­es. De quienes actuaban sin que se les pasara por la cabeza que algún día tendrían que rendir cuentas en algún lugar.

Ese día llegó.

Se gobernó con el frenesí de quienes se sentían omnipotent­es, sin pensar que un día deberían rendir cuentas.

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