El Pais (Uruguay)

Crece resistenci­a a confesar el estrés policial

Se emitieron 8.400 certificac­iones por patologías psiquiátri­cas en 2020

- MARIÁNGEL SOLOMITA

■■Mientras la fiscalía de Artigas investiga el caso en el que una funcionari­a policial habría matado a su hija y luego se habría suicidado, los sindicatos policiales se organizan para reforzar la prevención en salud mental. En 2020, se emitieron 8.394 certificac­iones por patologías psiquiátri­cas. Si bien existe una estructura para la contención, los dirigentes sindicales plantean que su resultado es insuficien­te y le reclaman a las autoridade­s una estrategia más sólida. Los policías temen consultar a tiempo por temor “a lo que piense el superior”, a “la mirada de los compañeros” y la posibilida­d de ser desarmados. Si esto sucede, pierden el ingreso económico por los servicios del 222, que prácticame­nte les representa un segundo sueldo.

Iba a ser un día tranquilo, pero un pedido de auxilio lo cambió todo. La mujer alertó a la Policía que su pareja quería lastimarla y, cuando los agentes llegaron al domicilio, el hombre los sorprendió con un facón en cada mano. Uno de los policías tropezó, y al levantar la vista se topó con la hoja del cuchillo a menos de dos metros del rostro. Entonces le apuntó con su arma. Era la primera vez en tres décadas de servicio que le disparaba a una persona. De eso ya pasó un año; el agresor se recuperó y cumple condena en prisión, pero el policía sigue reviviendo ese trauma como si le hubiera pasado ayer.

Lo cuenta así: “Me dicen que debería estar orgulloso, que lo hice para salvarme a mí y a mis compañeros, pero yo quisiera tener amnesia. Me salvé, ¿pero a costo de qué? Ayer le decía a un amigo que a mí después de esto se me terminaron los abrazos con la gente, porque no me puedo controlar, se me caen las lágrimas. No estoy bien y no sé cómo voy a terminar”.

La jerga policial tiene una forma curiosa de referirse a circunstan­cias atroces. A este tipo de situación se le llama una “novedad”. Retrocedie­ndo a aquel día, tras la novedad el policía fue derivado a una psicóloga. “Me hizo bien. Tuvimos un par de sesiones, pero pasó que iban a ingresar nuevos aspirantes y me dijo ‘ahora tenés que esperar’. Me dejó de atender”, dice. Desde entonces todo fue de mal en peor.

Esta historia, dentro de todo, tuvo un desenlace oportuno: al menos el funcionari­o llegó a recibir atención. Esa no es la regla, según indican desde los sindicatos. Si bien existe una resolución que estipula que los funcionari­os que participan en operativos cruentos deben recibir asistencia psicológic­a dentro de las 48 horas, rara vez pasa. “Salvo que el policía se descompens­e o pida que lo lleven a ver al psicólogo durante los hechos, vuelve al turno como si nada”, apunta Patricia Rodríguez, presidenta del Sindicato de Funcionari­os Policiales de Montevideo – Uruguay (Sifpom) que agrupa a unos 9.000 policías.

Otros funcionari­os consultado­s comentan que depende del jefe si se utiliza o no el recurso del psicólogo —disponible en cada jefatura de la capital y en el interior en los centros que funcionan como auxiliares de Sanidad Policial—. Algunos dicen que ni siquiera sabían que hay psicólogos a su disposició­n. ¿Por qué los jefes “derivan muy poco”? Rodríguez considera que incide la falta de personal. “Lo que pasa es que cada policía que se certifica es uno menos en el turno y no tiene de dónde sacar gente para cumplir con la función. Si eso pasa, tiene que sobrecarga­r a otro funcionari­o, cortarle la licencia a alguno o rearmar el plan de patrullaje. No miran la parte humana: lo ven desde la perspectiv­a de un gerente de personal”, opina la dirigente sindical.

Este es un problema que se complejiza con el COVID-19, que ha generado una oleada de policías en cuarentena —y contagiado­s— desde enero a esta parte.

Pero, más allá de que los jefes no sean proclives a derivar a los funcionari­os, el problema que señalan los sindicatos es que ellos tampoco golpean esa puerta en el momento en que deberían hacerlo. Temen ser desarmados. Sin arma, pierden el ingreso por el servicio 222, que les significa prácticame­nte un segundo sueldo. Además, los “aterra” que el reintegro dependa de la saturada Junta Médica de Aptitud. Desde los sindicatos reclaman que hay policías que tienen el alta de su médico y llevan dos años esperando a que se pronuncie la junta. Desde el Ministerio del Interior, el director General Luis Calabria reconoce esta encrucijad­a. “La administra­ción quiere abordar este tema y se trabaja en propuestas para incentivar a los funcionari­os a consultar cuando lo requieran”, dice.

EL PESO DEL SILENCIO. El golpe tuvo un impacto doble. Una semana atrás, la noticia, en Artigas, de que una mujer policía habría asesinado a su hija de 11 años y luego se habría quitado la vida, “espantó” a sus compañeros y a la “familia policial”. El suicidio es un “problema” que afecta a este entorno, pero sobre todo es una reacción masculina: no se espera eso de una mujer, menos de una madre. Mientras la fiscalía investiga lo sucedido, los sindicatos comenzaron a organizars­e para ver de qué manera mejorar la prevención en salud mental, porque ahí viene el segundo golpe: hacía 20 años que la mujer trabajaba en la jefatura, siempre se había mostrado “bien dispuesta y servicial”, pero nadie sospechaba que tenía depresión como ahora se comenta. El único indicio de que tal vez algo le estaba pasando es un preinfarto que había sufrido el año pasado; eso es lo que ahora da vueltas en la cabeza a sus colegas, ¿fue la alerta de una angustia profunda?

La funcionari­a no había consultado en el Departamen­to de Salud Mental, pero entre policías se sabe que ya sea por “miedo a la reacción del jefe” o a “la mirada de los compañeros” o el terror al desarme y sus consecuenc­ias económicas, muchas veces estas situacione­s se aguantan en silencio.

Otra vez la jerga del ambiente aporta simbolismo: entre policías se refieren a quienes se certifican como “milico quebrado”. Según informació­n a la que accedió El País, en 2020 el sector Certificac­iones Médicas del Ministerio del Interior emitió 47.742 certificac­iones, de las cuales 8.394 correspond­en a patologías psiquiátri­cas: 17,6% del total.

El alto volumen de certificac­iones no es nuevo; ni los suicidios. Tiempo atrás, fueron los dos factores que fomentaron el armado de una estructura para la prevención en salud mental, pero para los referentes “no ha dado el resultado esperado”. No se pudo quebrar “el miedo” a la consulta, ni los mitos que esta arrastra.

Luis Clavijo, secretario nacional de organizaci­ón del Sindicato Único de Policías del Uruguay (SUPU), cuenta que en 2009 junto a la Facultad de Medicina hicieron una encuesta anónima en cuatro departamen­tos. “Pusimos el dedo en la llaga. Los resultados eran tenebrosos y cuando íbamos a dar una conferenci­a de prensa para anunciarlo­s, vino una orden de arriba y la borró de un plumazo”.

En 2012, una seguidilla de suicidios agitó el panorama. De aquella época surgió la resolución de la atención a los funcionari­os que participan en operativos violentos y también la implementa­ción de un carné de salud psicofísic­o, que permitiría hacer un seguimient­o. Esta iniciativa se aprobó pero no se llevó a cabo. “Era una buena idea pero no se hizo por miedo a que arroje un resultado nefasto”, dice Alejandro Álvarez, secretario de salud laboral del SUPU.

También por ese entonces llegaron los psicólogos a las jefaturas. “No tuvo el resultado esperado, por lo general el policía es el último de la cola para esta atención”, continúa Álvarez. Describe que a veces estos profesiona­les no tienen escritorio, ni computador­a, ni una oficina con la intimidad necesaria para que el funcionari­o dé el paso de ir a su despacho a la vista de sus compañeros y superiores. “No hubo conexión”, concluye el dirigente.

Se creó la unidad de estrés, que continúa realizando tratamient­os individual­es y grupales. En 2019 recibió 4.773 consultas, 587 funcionari­os realizaron un tratamient­o individual y hubo 1.162 consultas por intervenci­ones grupales, pero en 2020 la cifra disminuyó. Se registraro­n 2.808 consultas, 234 realizaron tratamient­os y 890 consultaro­n por la instancia grupal. Esta disminució­n se atribuye al COVID.

Las autoridade­s de Sanidad Policial no participar­on de este informe para detallar cuál es la estrategia en prevención. Sin embargo, se mencionó un punteo del tipo de intervenci­ón grupal que incluye talleres de evaluación del estrés, evaluacion­es de entornos laborales, tratamient­o para situacione­s de trauma colectivos y lormación de

consejeros de pares —policías a los que se capacita para que sus colegas detecten situacione­s de estrés—, una estrategia que ya se había implementa­do con éxito.

Entre 2012 y 2018, la ONG Último recurso, especializ­ada en suicidolog­ía, mediante un convenio con la cartera, brindó atención en su línea telefónica 24 horas y presencial para funcionari­os que hubieran tenido un intento o expresado intencione­s de autoelimin­ación; realizó tallares de sensibiliz­ación y formación en la Escuela Nacional de Policía y en jefaturas con comisarios y subalterno­s a los cuales se los entrenó como consejeros de pares.

“Es una población que muchas veces tiene temor a recurrir a los profesiona­les de la salud porque creen que les quitarán el arma”, dice Silvia Peláez, directora de la organizaci­ón. Sin arma no solo es dinero lo que se pierde. “Se sienten minusválid­os, inútiles. Es un grupo mayoritari­amente masculino para el que reconocer y comunicar el dolor del alma está prohibido porque lo encuentran descalific­atorio del concepto más básico del varón.”

CRECE EL ACOSO LABORAL. Los policías ven —viven— de forma asidua conflictos, accidentes, muertes que el resto de nosotros no veremos nunca. Eso genera una acumulació­n de estrés postraumát­ico, que si no se descarga se convierte en una olla a presión. Pero también hay otro factor de ansiedad y angustia que surge de la propia cultura organizaci­onal y el relacionam­iento jerárquico: es lo que Rodríguez, del Sifpom, llama “verticalid­ad de mando mal ejercida”.

Este sindicato recibe tres denuncias por semana de acoso laboral. “El cambio de administra­ción colocó a jefes veteranos, de la vieja escuela, más autoritari­os. Estamos llenos de denuncias de funcionari­os que vienen realmente angustiado­s, relatando casos de custodias por violencia doméstica en las que no les permiten ir al baño durante 12 horas, sanciones (incluso pecuniaria­s) por haberle hablado mal al jefe o cosas del estilo; traslados y cambios de turno repentinos, malos tratos y denigracio­nes”, narra Flavia Nardone, abogada de Sifpom.

La semana pasada trascendió que el jefe de Policía de Treinta y Tres inició un sumario a dos efectivos —que implica separación del cargo y retención del sueldo por seis meses— que habían denunciado irregulari­dades. Según supo El País, además, estos funcionari­os habían escrito en su estado de Whatsapp los primeros números de unos expediente­s supuestame­nte relacionad­os a los superiores.

¿Qué pasa cuando se denuncia acoso laboral? Según dice la abogada, estas situacione­s se elevan al Ministerio de Trabajo y a la dirección de Asuntos Internos del Ministerio del Interior. La cartera no respondió si le constaba un incremento en este tipo de denuncia, en cambio dijo que “hay un contacto fluido con los sindicatos y cuando se hacen los planteos se analizan”.

Tomás Teijeiro, inspector general de Trabajo, explica que es Interior quien debe investigar y solo en caso de que este organismo no lo haga actúa el Ministerio de Trabajo. En 2019, el área jurídica de esta cartera tenía cinco investigac­iones en curso, en 2020 fueron siete y ninguna en 2021.

“Asuntos internos por iniciativa no genera ninguna investigac­ión, se queda con lo que el policía le aporta. Habitualme­nte, sin pruebas, el 80% de las veces estas denuncias se archivan. La opción que les queda es presentar un recurso administra­tivo que le puede demorar 300 días. Entonces, agobiados, esos policías se terminan certifican­do. El mensaje es que la jerarquía es sagrada”, dice la abogada del sindicato.

CAMBIOS RESISTIDOS. Cuando se trató la Ley de Presupuest­o Nacional (2020-2024), el fallecido ministro Jorge Larrañaga presentó datos contundent­es para exponer el complejo problema de las certificac­iones médicas que afecta al ministerio. Según un documento al que accedió El País, la estadístic­a indicaba que, en 2019, dependiend­o del mes, había entre 3.835 y 5.680 funcionari­os no disponible­s. Días atrás, El Observador informó que Interior presentó el mayor incremento anual en la cantidad de días de certificac­ión en la Administra­ción Central. En 2016 las certificac­iones representa­ban el 45% del total del Poder Ejecutivo, pero en 2019 trepó a 70%.

Los sindicatos no se asombran de estas cifras porque atribuyen este crecimient­o a la demora, “cada vez más grande”, que tiene la Junta Médica que debe aprobar el alta de los funcionari­os certificad­os, su baja o su retiro. Desde el ministerio justifican que “se debe a una situación multifacto­rial” y comunican que trabajan en reducir el tiempo de resolución. El asunto es que, si un policía es certificad­o por más de 60 días dentro de un mismo año, ingresa al Subsidio Transitori­o de Incapacida­d Parcial (STIP) —hay 584 hoy—. Cuando el motivo de incapacida­d no surge de un acto de servicio, el sueldo se reduce 35% y se suspende el aguinaldo. El egreso del STIP también lo decide la Junta Médica de Aptitud.

Romina Laguna es psicóloga del SUPU. Desde la pandemia las consultas se triplicaro­n. “El 70% de los funcionari­os que veo con diagnóstic­o de estrés se debe a que fueron desarmados y se les dilató la devolución de la Junta Médica. He visto gente que lleva dos años esperando. Al perjuicio económico se suma la angustia de esperar por meses esa llamada de si los considerar­án aptos o si les darán de baja. Es una agonía que genera problemas de pareja, deudas y aislamient­o. Es un combo que desestimul­a las consultas de salud mental”, dice.

A pesar de esta situación, la Ley de Presupuest­o introdujo cambios para desestimul­ar las certificac­iones. Si antes un funcionari­o policial podía estar hasta tres años en el STIP, el nuevo límite es de un año y medio o pasa a retiro: seis meses por debajo del resto de los funcionari­os públicos y los empleados del sector privado. “Este plazo no se condice con los propios tiempos de funcionami­ento de la Junta. Es decir que en breve vamos a ver a funcionari­os dados de baja por esta razón”, plantea Nardone, la abogada del Sifpom. Además, ahora la ley establece que se permite un único ingreso al STIP en cinco años. “Esto representa una limitación al derecho que no tiene nada que ver con los riesgos de la función de un trabajo policial y de sus consecuenc­ias en su salud mental”, agrega.

En los sindicatos no descartan que haya certificac­iones abusivas, “pero son las menos”. Creen que estas medidas harán que paguen santos por pecadores.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? SINDICATO.
“Preocupa la verticalid­ad de mando mal ejercida”, dice Patricia Rodríguez.
SINDICATO. “Preocupa la verticalid­ad de mando mal ejercida”, dice Patricia Rodríguez.
 ??  ??
 ??  ?? EN ACCIÓN. Los policías ven de forma asidua conflictos, accidentes, y también muchas muertes. Eso les genera estrés postraumát­ico.
EN ACCIÓN. Los policías ven de forma asidua conflictos, accidentes, y también muchas muertes. Eso les genera estrés postraumát­ico.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay