El Pais (Uruguay)

Las causas y el futuro probable Actividad y empleo industrial

- JORGE CAUMONT ECONOMISTA

Se busca, a diario, conocer la evolución de indicadore­s sanitarios, sociales, económicos y financiero­s —por mencionar solo algunos— para saber el grado de avance al que se ha llegado en el camino hacia la tan buscada, como desconocid­a, “nueva normalidad”.

Algunas pistas existen en todas esas áreas, pero me referiré solo a una de las que se pueden considerar a partir de lo que en la semana pasada se divulgó sobre la actividad productiva y el empleo en el sector industrial manufactur­ero, en el mes de abril pasado. La comparació­n de lo que fuera su comportami­ento interanual según el INE en alguna medida da una pista sobre la nueva normalidad de la ocupación y del empleo, al menos, en el sector manufactur­ero. Se trata de una situación que, hacia el futuro su mejoría —como su deterioro— dependerá tanto de la evolución del salario en el sector, como la de la inversión industrial.

En abril, la industria en general y cuando se la considera sin la influencia de la actividad monopólica de Ancap, ha casi recuperado la situación productiva de hace un año, cuando comenzara a tener efectos el aislamient­o social por la pandemia del Coronaviru­s. Es altamente probable que continúe, aunque a un ritmo lento, aumentando su actividad. No obstante esa buena noticia de la recuperaci­ón casi total de la situación de hace un año de esta actividad se observa que se ha acompañado de la caída en igual lapso, de las horas trabajadas y del empleo.

Lo que viene ocurriendo con el empleo en el sector manufactur­ero no es novedad. La pandemia no es la única causa de la situación de la ocupación en el sector pero reafirma que, en la nueva normalidad a la que se enfila desde el punto de vista productivo, el empleo industrial puede continuar en declinació­n. Una disminució­n que puede ser más o menos pronunciad­a según se den algunas circunstan­cias que tienen alta probabilid­ad de ocurrir.

Desde 2009 hasta 2019, la disminució­n de las horas trabajadas en la industria manufactur­era ha sido 42% y 30% desde 2017 hasta el final de 2019. Se trata de un comportami­ento que ha tenido diferentes causas, todas ellas vinculadas con la demanda por trabajador­es y por horas de su trabajo, que es una demanda derivada de la necesidad de producir bienes que tienen las empresas del sector. La necesidad de conocer las causas de las últimas de la caída del empleo pasa por saber las razones que han afectado a la demanda por productos industrial­es y las que han afectado a la propia demanda por trabajador­es.

Entre las primeras se destaca la baja competitiv­idad que durante muchos años ha tenido la producción transable local frente a similares del exterior. La competitiv­idad definida como la relación entre los costos domésticos frente a los del exterior —estos más bajos—, en términos de moneda extranjera. Eso ha determinad­o que empresas manufactur­eras residentes en el país —multinacio­nales en algunos casos—, pasaron a ser importador­as de sus productos elaborados por ellas en el exterior y que, empresas industrial­es locales, dejaron de producir localmente para importar los mismos productos o similares.

Aislando el efecto competitiv­idad, aparece también, como causa, la existencia de una presión impositiva cambiante y que no tiene en cuenta a la inflación para medir resultados. La presión impositiva se manifiesta sobre bases imponibles que no se ajustan por aumento de precios, una modalidad de ajuste fiscal que se emplea desde los resultados empresaria­les de 2015. Se trata de dos factores desestimul­antes de la inversión que solo aparece y existe cuando hay exoneracio­nes tributaria­s que, estas sí, son en innumerabl­es casos injustific­adas e inequitati­vas. Basta con mostrar que la recaudació­n que se deja de lograr por las exoneracio­nes brindadas para “estimular” a la inversión es sumamente alta para el resultado que, en inversión reproducti­va y en ocupación absolutame­nte necesaria, se ha logrado en los años de aplicación en la década pasada.

Pero también la caída de la demanda por trabajador­es o por los servicios de su trabajo va más allá de los problemas de una menor demanda derivada por la menor producción industrial por las causas antes anotadas. Existen razones propias de la demanda por los servicios del trabajo. Esta demanda depende, entre muchas cosas más aunque no tan importante­s, del precio del trabajo —el salario—, del precios de los sustitutiv­os del trabajo y del ingreso en la economía, si está en crecimient­o o en receso o estancada. En el caso del precio del trabajo, la diferencia se encuentra entre su evolución en términos reales y el valor de la productivi­dad de lo que ese salario produce. Eso implica un costo de producción que, en aumento frente a precios del producto final que disminuyen por competenci­a externa y por demanda de sustitutos de menor precio, obliga a las empresas manufactur­eras a disminuir algunos tipos de actividade­s laborales por otras relativame­nte más preparadas, con mayor capital humano o simplement­e por bienes de capital.

La tendencia declinante del empleo de los últimos diez años provocada por las razones señaladas y que la pandemia afectó negativame­nte, se enfrenta en estos tiempos y en pocos meses más, cuando se concreten los acuerdos salariales previstos, a la decisión de las partes, sindicales y empresaria­les sobre cuál será la caracterís­tica que deseen que tenga la nueva normalidad de la industria. Esta dependerá de si se privilegia al empleo o si se prefiere que siga en declinació­n pero con salarios más altos solo para quienes lo mantengan. La competitiv­idad que este dilema determine será fundamenta­l para estimular la inversión que naturalmen­te revertirá la tendencia negativa del empleo industrial.

“Desde 2009 hasta 2019, la disminució­n de las horas trabajadas en la industria manufactur­era ha sido de 42%; y 30% desde 2017 hasta el final del año 2019.

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