El Pais (Uruguay)

Sobre la libertad

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En 1859, John Stuart, el segundo de los Mill, publicó la obra —On liberty— que da título a esta columna. Con influencia de su padre, de Ricardo y de Bentham, su trabajo marcó un hito en la historia del liberalism­o. Agregando a este su visión utilitaris­ta (simplifica­ndo: lo mejor es aquello que hace felices y otorga bienestar a mayor cantidad de personas); entiendo que fue uno de los grandes saltos para delante de la filosofía liberal desde Locke, y que no veríamos algo similar hasta Mises y Hayek ya en pleno Siglo XX.

La idea que atraviesa la producción de Mill, y también la del pensamient­o liberal —conviene recordarla siempre— es la de priorizar la libertad individual poniendo coto al poder del monarca; en nuestra realidad fijando límites al poder del Estado y a su capacidad de coartar los derechos del hombre. Es decir, evitando que el Estado se meta en aquellos temas que son competenci­a única y exclusiva de las personas.

Todo esto, en contraposi­ción con los dislates igualitari­stas rousseauni­anos que tanta desgracia y prepotenci­a provocaron en su época. Macanas disfrazada­s de ciencia que sobre fines del Siglo XX y principios del XXI volverían para revitaliza­r al voluntaris­mo que en franca decadencia desde la caída del muro de Berlín y el colapso del socialismo real se refugiaría con esa inspiració­n en los populismos progre que tantos países padecen. Y donde la poca contemplac­ión del individuo y su libertad han llevado a un autoritari­smo descafeina­do (como en la España socialcomu­nista de hoy) o sin disimulos como en Venezuela y Cuba.

Fácilmente se aprecia que todo esto no es historia antigua de la filosofía sino que es un debate con plena vigencia aquí y ahora en este Uruguay que en los confines de Occidente por fin se ha decidido a reconocer y valorar —como lo indican las encuestas— su vocación por la libertad. Vocación que hay que sostener y defender, porque no es ni más ni menos que el centro del debate público actual. Es sobre la libertad.

“Si fracasa la libertad responsabl­e, fracasa la humanidad” sostuvo con serena firmeza el Presidente. Y enseguida se oyó el contrapunt­o. Mujica calificó a esto como un “trágico ucronismo” argumentan­do sobre la necesidad de implementa­r medidas más restrictiv­as porque “a la humanidad hay que quererla como es ”e instó a “cumplir con el pedido que nos hace la ciencia y apagar todo”. Juan Pedro Mir dijo que se “transfiere la responsabi­lidad pública a la esfera privada” siendo para él “un mensaje antibatlli­sta, radicalmen­te privatizad­or y esencialme­nte herrerista, que ha prendido en gran parte de la ciudadanía, y que rompe con el vínculo del sujeto con el Estado batllista desde 1904”. Fernández Galeano agregó “Jamás se le ocurrió a nadie querer resolver una pandemia con libertad”.

Se aprecian visiones distintas en nuestro país. Quienes creemos en el individuo (y no hablo de creer en el individual­ismo, sino de creer en las personas) como ser capaz de tomar decisiones correctas para sí, para su entorno y para la sociedad en general en libertad, y quienes adhieren a la tesis que los derechos del individuo deben ser retaceados (véanse las citas líneas arriba), avasallánd­ose así su voluntad, su autonomía, su propiedad, y su libertad.

Es así: quienes interpelan al Presidente, y rechazan la idea de libertad responsabl­e (la idea más disruptiva y verdaderam­ente progresist­a que el país ha adoptado en décadas generando ahora sí un maduro vínculo de compromiso de los individuos como integrante­s de la sociedad civil con el Estado), se oponen a lo que se entiende por libertad moral. Es decir, a una de las ideas que destaca en las sociedades más desarrolla­das en cuanto aprueba una actitud subjetiva en la que puede guarecerse válidament­e cualquier persona al rechazar imposicion­es sociales o aceptar e incorporar obligacion­es de acción.

¿Dónde está la verdadera libertad del individuo si no es en su capacidad de someterse voluntaria­mente a lo que es correcto? Traducción a la casuística cotidiana: adoptando conductas que reduzcan la propagació­n del virus, por ejemplo.

Esto abarca mucho más que lo que pretenden quienes se oponen al concepto pidiendo cuarentena y renta básica, porque comprende aquellos campos donde hay norma positiva, y donde no. Es decir a todos nos obliga la ley escrita, pero también nos obliga lo no escrito en virtud de la libertad responsabl­e y la moral. Es por esto que la misma no falla. Es por esto que no fracasó la humanidad.

Y es por esto precisamen­te que fracasaron todas y cada una de las ideologías y regímenes voluntaris­tas en el mundo. Por antiantrop­ológicos.

La historia nos ha dado sobrados ejemplos de esto. La historia también nos ha enseñado que nunca debe subestimar­se la capacidad de las personas, ni pretender sustituir su voluntad por la voluntad general.

Quizá el ejemplo más contundent­e es el que demuestra que la vanguardia iluminada por la que unos pocos intentaron alguna vez adjudicars­e el derecho a decidir por los demás fue la falacia más trágica de la historia global y nacional.

Aquí no hay puja ni contraposi­ción entre herrerista­s y batllistas como algunos pretenden. Ni transferen­cia de la responsabi­lidad pública a lo privado. Aquí lo que hay es un fuerte consenso entre una mayoría de orientales (blancos, independie­ntes, colorados, cabildante­s, y muchos más) de los más diversos orígenes políticos en pos de un solo interés común: transitar por esta crisis con la mayor libertad y atendiendo de la mejor forma posible a quienes lo necesitan.

Reconocien­do que la responsabi­lidad primera es la de los individuos como miembros capaces, maduros, y espontánea­mente solidarios de la sociedad. Quizá a muchos el pragmatism­o, la sensibilid­ad sin postureos, la ecuanimida­d, y la ausencia de dogmatismo los desconcier­ta porque no conocen otra cosa más que el dogma y la utopía. Es tiempo de sumar, el país necesita de todos.

Es tiempo de libertad. Tiempo de entenderla y de defenderla.

¿Dónde está la verdadera libertad del individuo si no es en su capacidad de someterse a lo que es correcto?

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