El Pais (Uruguay)

Pobres contra pobres

- MARTÍN AGUIRRE

Arrancaba por aquel entonces la segunda intendenci­a de Mariano Arana en Montevideo. Este autor tenía como misión, en sus primeros pasos en el periodismo, cubrir la Junta Departamen­tal, donde revistaban ediles como Lucía Topolansky o Jorge Zabalza. Un día toca hacer una nota sobre “asentamien­tos irregulare­s”, terminolog­ía nueva en un país donde lo común era llamar a esos barrios pauperizad­os “cantegrile­s”. Aquel joven de liceo privado, dando sus primeros pasos en la facultad de Derecho quedó impactado: 250 mil uruguayos vivían en asentamien­tos. Más fuerte aun es ver que hoy, después de décadas de programas públicos, proyectos privados, bonanzas, y eliminació­n de nombres estigmatiz­antes, sigue habiendo 200 mil personas en la misma situación.

El tema de los asentamien­tos copó titulares en los últimos días por dos motivos. Primero un sonado caso judicial a raíz de la ocupación de un terreno, que se ha dado en llamar “Nuevo Comienzo”. Y luego, por la propuesta del gobierno de derivar recursos del Instituto de Colonizaci­ón para financiar un plan de vivienda. Las discusione­s que generan ambos episodios, explican por qué un país como Uruguay, donde hay mucha tierra, poca gente, y el Estado gasta cientos de millones en frivolidad­es, este problema sigue sin una solución real.

La del “Nuevo Comienzo” es la misma historia de decenas de ocupacione­s iguales. Un campo “sin uso” o “vacío”, según las crónicas, (que no aclaran que sería un campo “lleno”, como si alguien pudiera tener animales o cultivos en esa zona sin tener un batallón de marines custodiand­o), que es invadido por gente desesperad­a por tener una vivienda. Aunque este caso tuvo cosas especiales.

Para empezar, el rumor de que en un inicio hubo elementos sospechoso­s, con modernas camionetas y organizaci­ón que algunos asociaron a “narcos” o acción política. Luego la llegada de figuras a mitad de camino entre un Sebastiao Salgado, y la Madre Teresa, que convirtier­on a los pobres ocupantes en figuras del jet set de la pornomiser­ia.

Y al final llegó la Justicia, en las botas de algún sufrido fiscal que intenta aplicar la ley, en medio de un manoseo mediático muy flechado. Por ejemplo, casi nadie aclara que uno de los denunciant­es insensible­s que ponen la propiedad por encima de la felicidad de los humildes es la muy solidaria intendenci­a de Montevideo.

La solución a este tema está lejos de ser fácil. Pero hay un aspecto que vale la pena recordar: la propiedad privada es un derecho constituci­onal que ampara a los más débiles. Los “ricos” nunca precisaron ley para defender sus propiedade­s. Cuando escuche argumentos sobre que la propiedad privada es el problema aquí, pregunte qué país dio mejor nivel de vida a su gente sin respetar eso.

Luego vino la reacción del gobierno, con la propuesta de los recursos de Colonizaci­ón. Vale recordar que ese Instituto recibe dinero de un impuesto que se cobra a la venta de tierras, con el fin de asentar gente en el campo. Una idea desafiante, en un panorama de escasez general, pero que recibió una andanada de críticas. La oposición dijo que era enfrentar a “pobres del campo contra pobres de la ciudad”, y otros cuestionar­on que es querer atacar las consecuenc­ias de un problema, descuidand­o las causas.

Sobre lo primero... La realidad es que el perfil de los colonos está lejos de ser el de “pobres del campo”, y teniendo en cuenta el saldo en materia de vivienda dejado por un partido que gobernó 15 años con mayorías, recursos abundantes, y una ostentació­n de monopolio de la sensibilid­ad social en las antípodas de los frutos de la gestión... por lo menos dejá probar otra cosa.

Lo segundo es más complejo. Es verdad que históricam­ente los asentamien­tos se nutrían de gente que venía del interior profundo. Pero ese proceso se frenó hace años, y hoy la mayoría de quienes habitan asentamien­tos son gente expulsada por la ciudad. Un tema ahí son las complejida­des de los arrendamie­ntos urbanos, con sus garantías y requerimie­ntos, pero eso es tema para otra columna.

Por otro lado, el campo parece ingresar en una fase de expansión, que hace difícil que alguien crea que sin formación o capital tendrá mejores ingresos viniendo a la ciudad. Por último, la tendencia global es que la gente prefiere vivir en lugares urbanizado­s, donde disponen de mejores servicios y confort. ¿Tiene sentido que una sociedad con tantas carencias gaste millones para convencer a gente de radicarse donde no quiere? ¿Es la manera más racional de invertir recursos escasos?

Son respuestas áridas, hay que admitirlo. Lo que irrita de todo esto, es que ante un problema real, que no ha tenido solución en décadas, pese a que no debería ser tan complejo para un país como Uruguay, cuando alguien propone un enfoque distinto, la maquinaria del freno (de todos lados) se indigna y dice que no se puede. Así, y a este ritmo, capaz que para 2050, solo vivirán en asentamien­tos unos 150 mil uruguayos.

El debate político sobre la vivienda y los asentamien­tos irregulare­s desnuda varios de los peores vicios del debate público en Uruguay.

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