El Pais (Uruguay)

Publicidad y Covid

- HUGO BUREL

Cuando a principios de los 90 fui docente en la licenciatu­ra de Ciencias de Comunicaci­ón de la Universida­d Católica solía decirle a mis alumnos que la publicidad no podía ser vanguardia artística ni cultural. La razón es la propia naturaleza de la actividad, que incorpora estilos, moda, costumbres e ideas después que la sociedad ya los ha internaliz­ado y asimilado. El ejemplo que utilizaba era un spot publicitar­io —ya no recuerdo para qué marca— que incluía un chico punk, con su corte de cabello de cresta teñida de violeta, sus pearcings y la vestimenta negra y gastada que caracteriz­aba a esa tribu nihilista y contestata­ria que había surgido en Gran Bretaña a mediados de la década de los 70. El spot había sido lanzado casi diez años después, cuando los punk ya eran parte del folclore y su estética y hábitos habían sido exportados y aceptados por el resto del mundo.

Hoy puedo seguir sosteniend­o esa idea de la no vanguardia publicitar­ia, pese a la revolución mediática y tecnológic­a que produjo la internet y sus derivados. Aun en la aparente anarquía que encarnan las redes y los espacios que ofrecen para insertar la publicidad de las marcas, el mainstream publicitar­io sigue siendo conservado­r y timorato a la hora de manejar ideas y reflejar las sociedades.

Un poco antes de la época que menciono al principio, yo había integrado y dirigido al equipo que produjo y realizó el spot “Los canillas de El País”, sin dudas la pieza más rupturista que produjo la publicidad uruguaya hasta ese momento, lo cual fue reconocido en una votación realizada entre integrante­s del ambiente publicitar­io años después. Entre los muchos detalles innovadore­s y audaces de la pieza hay uno que siempre me pareció totalmente rupturista para la época: la imagen auténtica de un travesti “haciendo la calle”. Sé que la palabra travesti hoy es políticame­nte incorrecta, pero era la que se usaba en ese momento. Hoy, lo correcto es decir “transexual” y con esa denominaci­ón la publicidad ha incorporad­o a integrante­s de ese género en sus anuncios. Antes lo hizo el cine, en especial el de Hollywood, con un amplio criterio inclusivo.

La referencia apunta a que aquella ruptura que significó el spot de El País no quedó en excepción; felizmente con el paso de los años se transformó en regla. No obstante, la emergencia que significó y significa la pandemia parece no ha desafiado el cerebro de nuestros creativos publicitar­ios para generar una comunicaci­ón acorde al momento: audaz, removedora, impactante, popular y motivadora. Salvo contados ejemplos, la comunicaci­ón no solo no generó contenidos notables sino que demasiados avisos han mostrado una realidad en la que la pandemia no existe y muestra una realidad idílica y tan edulcorada como falsa. Voy a referirme a ejemplos de publicidad audiovisua­l referida a productos de consumo.

En algunos spots la coartada ha sido: vamos a recuperar todo esto. Y “todo esto” es gente abrazándos­e, juntándose sin distancia, socializan­do, brindando, bailando, comiendo, tomando y realizando todos los gestos y actividade­s de la “normalidad” anterior. Otros han fijado plazos desafiante­s e improbable­s: “ya falta poco”. ¿Poco para qué?

Algunas piezas escapan a esto que señalo. La realizada para el Día de la Madre por un supermerca­do con la chica vestida de astronauta supo transforma­r el uso del tapaboca en algo creativo y muy gráfico, creando una situación muy emotiva. Antes, hubo alguna comunicaci­ón de una marca de yerba que dramatizó un mano a mano entre el virus y el tomador de mate. Como ya comenté en este espacio, el spot con los 16 sobrevivie­ntes de la Cordillera, con una excelente realizació­n, aprovechó el drama vivido y las enseñanzas que dejó aplicadas al presente de la pandemia. Y poco más puedo agregar salvo destacar el escaso vuelo de la mayoría de los avisos oficiales, centrados en gráficos impersonal­es y advertenci­as anodinas.

La sensación que me queda es que la publicidad uruguaya ha faltado a la cita en esta pandemia. Con la gente obligada a estar en casa y consumiend­o mucha pantalla, ha apostado a lo seguro y sin riesgos. Un mundo idéntico al anterior con protagonis­tas festejando goles, comiendo picadas y haciendo todo lo que no se debía hacer sin un mínimo de referencia —salvo alguna frase final sobreimpre­sa— a la coyuntura que estamos viviendo. La normalidad que se mostró no era nueva sino que remitía al pasado cuando el Covid no había llegado. Pero, lo más preocupant­e ha sido el mensaje subliminal: está todo bien, no pasa nada, seguí viviendo como antes.

Tengo muy claro que la publicidad funciona para vender, imponer marcas y productos, conductas y estilos de vida. Nada más alejado de ella que una realidad que hasta hace muy poco acumulaba cincuenta muertes diarias. Ninguna marca acepta mimetizars­e con esa circunstan­cia y apenas se anima a prometer que falta poco, que ya volveremos a abrazarnos y otras figuras retóricas que aluden con tibieza al duro momento que atraviesa la sociedad.

La respuesta a lo anterior puede ser: gracias a la publicidad, los productos y las marcas pueden sostener sus ventas y la actividad comercial, con lo cual favorecen el empleo y la economía. Eso también es verdad. Sin embargo, lo que ha faltado han sido ideas potentes y creativas que superaran la inercia de lo obvio.

Un notable publicitar­io norteameri­cano llamado William Bernbach dijo una vez que en publicidad “la esencia del impacto es decir las cosas de la forma en que otros jamás las han dicho”. Parece una reflexión simple pero plantea un camino que cada vez son menos los que lo transitan.

Con la gente obligada a estar en casa y consumiend­o pantalla, la publicidad uruguaya ha apostado a lo seguro.

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