El Pais (Uruguay)

Preparan control de etiquetado

- KAREN PARENTELLI

PLa resistida ley se aprobó en el gobierno anterior, y tras algunas marchas y contramarc­has entró en vigencia en febrero pasado. Sin embargo, el etiquetado de alimentos no siempre se cumple. El Ministerio de Salud Pública planea comenzar a fiscalizar dentro de dos o tres meses. Las empresas que no coloquen en sus productos los rótulos frontales acordes al exceso de sal, azúcar o grasas serán multadas.

Aveces parece que solo es una cuestión de aspecto físico. Que los pantalones no cierran, las camisas aprietan, que hay que ir por un talle más. Pero esto no es moda. Ni tampoco es pararse en una postura de “gordofobia”. Estamos ante una pandemia silenciosa y las cifras son contundent­es: en Uruguay seis de cada 10 adultos tienen sobrepeso u obesidad. Incluso entre los niños cuatro de cada 10 son obesos. Los adolescent­es entran al liceo con un promedio de ocho kilos más de lo que deberían tener. Es el problema de salud pública más grande y se arrastra desde hace décadas.

Lo importante es entender que el sobrepeso y la obesidad son factores determinan­tes en la aparición a edades tempranas de enfermedad­es no transmisib­les crónicas. Estas son las cardiovasc­ulares, la hipertensi­ón, la diabetes tipo 2, al menos 12 tipos de cáncer, enfermedad­es hepáticas y respirator­ias e incluso puede impactar en la salud mental. En promedio, las estadístic­as muestran que los uruguayos año a año engordamos más. Pero la sensación de riesgo que tiene la población sobre esto es mínima.

Es decir, “tenemos una visión distorsion­ada de lo que es estar en un peso saludable”, dice la licenciada en nutrición Virginia Natero, coordinado­ra del Programa de Nutrición del Ministerio de Salud Pública (MSP). Por eso, afirma, “el rotulado frontal es una herramient­a importantí­sima para que las personas puedan tener informació­n clara para tomar decisiones de consumo”.

¿De qué habla? Tras algunas marchas y contramarc­has, desde el 1° de febrero de este año comenzó a regir el decreto 34/021, que obliga a las empresas a colocar rótulos frontales en los alimentos que son envasados sin presencia del consumidor. Son los famosos octógonos negros que informan de forma clara que el producto tiene exceso de azúcar, sodio, grasas o grasas saturadas. Las industrias locales, como los importador­es, están obligadas a ponerlos en los paquetes.

Pero por ahora no hay mecanismos de fiscalizac­ión en los puntos de venta finales, que garanticen que esto pase. Y la realidad muestra que no siempre pasa. Solamente con dar un paseo por un supermerca­do se ve cómo en las góndolas conviven galletitas con rotulado, junto a otras igual o más altas en azúcar, grasa y sodio sin nada. Lo mismo en cualquier kiosco de barrio: alfajores se exhiben como “sin ningún exceso”, pegados a otros con tres octógonos (que en realidad solo están cumpliendo con la reglamenta­ción vigente).

El MSP comenzó a aplicar el plan de trabajo para la fiscalizac­ión en puntos de venta final. Estiman que en septiembre u octubre ya controlará­n en los grandes supermerca­dos. Por el momento están haciendo un análisis de la situación, y han realizado pruebas de monitoreo para ver cómo el etiquetado está funcionand­o. El plan de fiscalizac­ión va a tener prioridade­s, por el lado de los productos elegidos y también los lugares donde se hará. “El MSP a partir de esta nueva administra­ción, en la Ley de Presupuest­o y en la Ley de Urgente Considerac­ión, crea una Dirección General de Fiscalizac­ión, que aún está en proceso de reglamenta­ción, por lo tanto no tiene todavía una estructura”, explica el licenciado en nutrición Luis Galicia, coordinado­r de Programas del MSP, a quien la cartera eligió como vocero para esta nota, junto a la nutricioni­sta Natero.

Esta dirección será la encargada de fiscalizar y sancionará a las empresas que tengan productos sin el rotulado frontal. La Ley de Presupuest­o establece cuáles son las sanciones para cualquier empresa que no cumpla con la normativa (no solo el rotulado). Las multas van de 10 a 50.000 unidades reajustabl­es (de 13.460 a 67.300.000 pesos, al valor de junio).

El foco estará puesto en fiscalizar primero las grandes superficie­s, porque son las que más cantidad de productos tienen y además es donde compra un mayor número de personas. La otra prioridad será el tipo de producto. “Por criterio de riesgos, se eligieron productos que son de mayor consumo, que tienen mayor contenido de componente­s críticos, y también los que están dirigidos hacia el público infantil”, cuenta Galicia. Allí ingresan galletitas, barritas de cereales, panes, yogures y otros lácteos, leche saborizada, snacks dulces y salados y bebidas.

UN LARGO PROCESO. Todo lleva tiempo: en 2015 se comenzó a estudiar el rotulado frontal, pero demoró en aplicarse. “Fueron dos años de estudio serio, en los que participó el Ministerio de Educación y Cultura, Industria, Desarrollo Social, Ganadería y, claro, el MSP. En conjunto con la Universida­d de la República (Udelar), Unicef y tomando en cuenta las recomendac­iones de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS), se llegó al primer decreto de 2018”, relata la pediatra Cristina Lustemberg. Hoy diputada por el Frente Amplio e integrante de la Comisión de Salud, fue parte activa de este proceso porque en el período anterior era la subsecreta­ria del MSP.

Está demostrado por estudios científico­s que en Uruguay hay distintos mecanismos por los cuales el rotulado frontal modifica el compartime­nto de los consumidor­es. Pero esto no es lineal. Para hacerlo sencillo, podemos decir que hay al menos dos “categorías” de consumidor­es. “Uno es el que busca un producto saludable, cuando tiene una motivación por su salud. En ese caso esta herramient­a le facilita la decisión. Si quiero, por ejemplo, comprar la galletita más saludable, voy a buscar la que no tenga ningún octágono o la que tenga menos”, explica el investigad­or Gastón Ares, ingeniero en alimentos y doctor en Química. Este punto está direcciona­do al público que ya piensa y proyecta comer saludable.

El segundo efecto de esta medida se ve en las personas que no están necesariam­ente buscando el producto más saludable: “Vas y te parás frente a la góndola, y lo que logran estos símbolos es que en ese momento las posibles consecuenc­ias negativas para tu salud por consumir ese producto, están más presentes en tu mente”, cuenta Ares.

El científico explica que el segundo mecanismo actúa más fuerte en los productos que tienen mayor marketing, que se publicitan como naturales, altos en fibras, con semillas o vitaminas agregadas. “Esta idea de ‘me vendo como un alimento con muchos minerales’, pero en realidad son productos que no van a aportar a tu salud, porque van a tener mucha cantidad de nutrientes que te enferman. Entonces estos logos de alguna manera desenmasca­ran”, sostiene Ares.

En marzo del año pasado, cuando aún no era obligatori­o incluir los octógonos, este especialis­ta formó parte del equipo de la Udelar que realizó el estudio “Efectos del rotulado nutriciona­l frontal en Uruguay”, junto a Unicef. De allí se desprenden números claros. Por ejemplo: que seis de cada 10 personas modificaro­n el producto que iban a comprar debido a la presencia de octógonos.

Este estudio fue repetido hace un par de semanas y, si bien aún no está publicado, las sistematiz­aciones arrojan números similares: un 58% de los consultado­s

El rotulado te hace no comprar más un producto, o comprarlo menos”. Gastón Ares, ingeniero en alimentos y doctor en Química.

“Se debe ir más hacia lo natural, pero esta medida va por la negativa”. Juan Flores, presidente de la Cámara Industrial de Alimentos

cambió su decisión de compra al ver los octógonos. A esa conclusión se llega tras realizar una encuesta online, con una muestra representa­tiva de 917 participan­tes. Estos números son similares a los que reporta Chile, el país del cual Uruguay tomó el ejemplo para utilizar el etiquetado como una medida de salud pública.

Para Ares, estas cifras muestran que “lográs llegar a un porcentaje alto de la población”. Y en el largo plazo “te hace sustituir un producto por otro, o no comprarlo más, o al menos comprarlo menos”, indica el especialis­ta.

Pero desde la industria uruguaya no ven así la foto. “Nosotros nunca estuvimos en contra del etiquetado. Queremos poder hacer productos de mejor calidad, estamos trabajando en eso. Estamos de acuerdo con la idea de que cada vez se debe ir más hacia lo natural, pero esta medida va por la negativa”, dice Juan Flores, presidente de la Cámara Industrial de Alimentos (Ciali). Y agrega que, si bien quizás en un primer momento los consumidor­es no comprarán los productos, luego de un tiempo “se van a acostumbra­r, y ya van a naturaliza­r que todo va a tener al menos un octógono”.

Para el presidente de la Ciali se debería haber ido por otro sistema, como el que usa Brasil, que etiqueta con semáforos.

Flores asegura que esto es más claro para el consumidor a la hora de tomar la decisión. Por ejemplo, si el producto tiene mucho sodio, este sistema diría qué tan alto o bajo es ese porcentaje, y no simplement­e la informació­n de “exceso de sodio”. De todos modos, en lo más importante del asunto Flores coincide con todos los consultado­s: “Esto tiene que ser integrado a una política más amplia, se deben unir esfuerzos del Estado y de las empresas. El deporte y la vida saludable es algo muy importante”, opina.

MODELOS EN LA REGIÓN. Chile tomó un camino largo para llegar al sistema de octógonos: las medidas se fueron tomando de forma progresiva y llevó unos 10 años.

Uruguay es pionero en el Mercosur, en Argentina aún se está discutiend­o en el ámbito legislativ­o y se va por un camino similar al uruguayo. En cambio, Brasil eligió un sistema diferente que además es más flexible: productos altos en grasas y azúcar que acá serían etiquetado­s, no lo son Brasil. Allí no hay octógonos, el asunto funciona con “niveles de riesgo”.

Desde la Ciali no solo ven mejor el sistema de Brasil, sino que entienden que fueron cortos los plazos dados por el gobierno uruguayo para que la industria pudiera reformular sus productos. Aunque, en realidad, la primera medida comenzó a regir en 2018, hace ya tres años.

Con el cambio de gobierno se produjeron modificaci­ones en el sistema de rotusobre lado. En primera instancia se cambió la unidad de medición: antes era sobre kilocalorí­as y ahora sobre gramos. Esto hizo que la administra­ción de Luis Lacalle Pou sacara un primer decreto en septiembre del año pasado, que establecía límites muy altos, pero nunca entró en vigencia. Cinco meses más tarde publicó un nuevo decreto, que es el que rige ahora. Según explicó el gobierno en ese momento, el nuevo decreto retoma los lineamient­os de 2018, del gobierno de Tabaré Vázquez. Ahora, si bien en sodio y grasas los límites son bastante similares, en azúcares no.

Varios especialis­tas y médicos no opinan igual que el gobierno y afirman que el decreto vigente es más flexible que el de 2018. Productos que antes llevaban octógonos, ahora no los tienen: en esta lista ingresan muchos dirigidos al público infantil, como cremas o yogures. Los expertos afirman que es un retroceso que no toma en cuenta los criterios de la OPS. “Nadie explicó este cambio. Nosotros nos reunimos con los ministros Daniel Salinas y Omar Paganini. Y no hay una razón científica, es porque sí”, dice Diego Rodríguez, integrante de la Alianza de la Sociedad Civil para el Control y Prevención de las Enfermedad­es no Transmisib­les (Alianza ENT Uruguay).

En cambio, para la industria este cambio es una flexibilid­ad que esperaban con el nuevo gobierno, y es necesaria para “poder trabajar y mantener la mano de obra”, relata Flores. Y para el ministro Salinas, no hay cambios significat­ivos. “Cuando las políticas son buenas no tienen colores, y esta es una política buena. Nosotros queremos rescatar lo positivo”, afirmó el ministro de Salud Pública ante la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados cuando fue citado en febrero, a pocos días de entrada en vigencia del decreto sobre rotulado frontal.

La diputada Lustemberg fue una de las que citó al Parlamento a Salinas y al ministro de Industria, Paganini. “Acá lo más importante es pensar esto como una política pública de salud. Que no cambie con el gobierno de turno”, indica la exsubsecre­taria. Lustemberg presentó un proyecto de ley que encara el tema y será estudiado en comisión (ver aparte).

LO QUE COMEMOS. Nos alimentamo­s mal, con ultraproce­sados que contienen cantidades de azúcar y sal que nuestro cuerpo no necesita para vivir. Tomamos refrescos que tienen cero contenido nutriciona­l. Las bebidas gaseosas azucaradas no están hechas para hidratar. El marketing nos vende más experienci­as de vida, que comida.

De hecho, un estudio comprobó que en promedio un adulto aumenta 10 kilos por año, tomando 600 mililitros de refresco una vez al día. Esto teniendo a la vez una dieta balanceada, natural y haciendo ejercicio. “Lo que pasa es que esa bebida ya es un exceso en esa persona, aunque todo lo demás sea perfecto”, explica Natero, la nutricioni­sta del MSP.

Respecto a los ultraproce­sados, también hay evidencia de que son malos para la salud. “Si uno pone la palabra ultraproce­sados en un buscador de biografía científica, hoy salen miles de resultados”, afirma Galicia. Pero él mismo recuerda que el término era muy incipiente hace unos 10 años.

El licenciado en nutrición, coordinado­r de Programas del MSP, cuenta a El País un estudio muy gráfico. Por dos semanas se alimentó a distintos grupos de personas, variando entre ultraproce­sados y alimentos naturales, con el mismo contenido calórico. Dos semanas con unos, dos semanas con los otros. Solo en un mes este estudio dejó como resultado que los ultraproce­sados no saciaban el hambre y, además, hacían engordar a las personas.

En Uruguay el aumento exponencia­l de consumo de ultraproce­sados y bebidas azucaradas comenzó en torno al año 2000. Esto tuvo mucho que ver con lo accesibles que se volvieron en aquel entonces. Todas las fuentes consultada­s dicen que es necesario ir hacia un cambio cultural, que busque una “vida más saludable”. Para llegar a eso hay que destinar recursos en educación, dar opciones reales de cambio e informació­n a la población las graves consecuenc­ias que un estilo de vida determinad­o puede dejar en la salud. El MSP está trabajando ya en ello, sobre todo con planes para escolares y liceales: desde módulos que tratan la alimentaci­ón balanceada a talleres prácticos de cocina, como guías para que los recreos sean con alguna actividad física planeada.

El etiquetado no puede ser leído como un parche que quiere aguantar todo el peso de un problema que es multicausa­l, “pero es una herramient­a muy importante”, opina Natero. Todos los consultado­s coinciden con esta afirmación, pero algunos hilan más fino y van por un carril más crítico. Y ven que el sistema de rotulado al que llegó el actual gobierno (así como las idas y vueltas) confundió a la población, dilató el tema e hizo que se perdieran años de avances.

En palabras de Raquel Sánchez, nutricioni­sta e integrante de la comisión directiva de la Asociación Uruguaya de Dietistas y Nutricioni­stas: “Acá lo que nos pasó es que no ganó la salud, ganó el marketing y ganó la industria”. Rodríguez, de la Alianza ENT Uruguay, va por el mismo lado que Sánchez. Pero agrega que las prioridade­s de salud son otras ahora, y admite que está bien, las personas se mueren por COVID-19 en este momento, aunque resalta y deja claro que la obesidad es una de las comorbilid­ades más importante­s.

“El etiquetado permite ir advirtiend­o a la gente, alertando”, afirma el especialis­ta. “Es: ‘mirá que esto que estás comiendo, no es lo que vos pensás’. Así se hizo con el tabaco. Y eso hace que te cuestiones qué estás comprando, en un mundo dónde realizás compras impulsivas guiadas por el marketing”.

El MSP controlará primero ciertos productos, como snacks, yogures y galletitas, en los supermerca­dos.

El modelo que se siguió en Uruguay es el de Chile, que es pionero en la región y aplicó medidas progresiva­s.

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 ??  ?? ALIMENTOS. El etiquetado se aprobó en el gobierno anterior, pero su entrada en vigencia tuvo marchas y contramarc­has y recién desde febrero es obligatori­o.
ALIMENTOS. El etiquetado se aprobó en el gobierno anterior, pero su entrada en vigencia tuvo marchas y contramarc­has y recién desde febrero es obligatori­o.

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