Miami: rescate y demolición
Los familiares esperan noticias; anoche eran 24 los fallecidos.
Los equipos de rescate se abren camino por el polvoriento paisaje lunar de los escombros. Las conferencias de prensa dan pocos ánimos. Hay fotografías de los seres queridos desaparecidos reunidas en un repentino santuario conmemorativo. Rabia. Dolor. Una esperanza vaga que cede ante la triste aceptación.
El derrumbe en la madrugada del edificio de apartamentos Champlain Towers South, situado la zona de Surfside, en el sur de Florida, la semana pasada, fue una tragedia distinta a cualquier otra, con sus propias circunstancias, su propia comunidad afectada. No se trataba de un ataque terrorista en el bajo Manhattan, sino de un aparente fallo estructural en Surfside, Florida.
En la pasada madrugada, por orden de las autoridades municipales de Miami-dade, se realizaba la demolición de la parte que queda del edificio que colapsó hace once días.
Fue un Día de la Independencia de Estados Unidos diferente a todos los anteriores en el condado Miami-dade, aún inmerso en un desastre del que las autoridades han confirmado que hay 24 personas muertas y 121 desaparecidas.
Las tareas de búsqueda y rescate entre los escombros están suspendidas desde el sábado debido a la demolición, por lo que hoy no hubo cambios en las cifras de muertos y desaparecidos.
La última víctima encontrada, el sábado, es Graciela Cattarossi, de 48 años, hija de la ex diplomática uruguaya Graciela Ponce de León y su marido, el argentino Gino Cattarossi, que residían en el apartamento 501 de la torre que se desmoronó. El viernes, los rescatistas hallaron el cuerpo de la niña Stella, nieta de la uruguaya.
IMPACTO. Al recordar los días inmediatos a la catástrofe del World Trade Center (de la que se cumplen 20 años el 11 de septiembre) los informes y las imágenes de Surfside resultan casi demasiado familiares, pese a que el edificio Champlain tuviera aproximadamente una décima parte de la altura de las torres gemelas de 110 pisos. Los dos acontecimientos están unidos por las acciones humanas y técnicas del desastre.
“Permítanme expresarlo de esta manera: pasamos por un proceso”, señaló Joseph Pfeifer, jefe adjunto jubilado del Departamento de Bomberos de Nueva York y director fundador del Center for Terrorism and Disaster Preparedness (Centro de preparación para el terrorismo y las catástrofes). Fue el primer jefe de bomberos en llegar al lugar de los hechos cuando cayeron las torres y ayudó a supervisar los inmensos trabajos de rescate.
Por ejemplo, narró, inmediatamente después de ambas tragedias, las personas sintieron la necesidad de reunirse, de expresar su dolor y empatía mediante la colocación de fotografías, flores y velas en espacios públicos. “Hay un deseo de estar conectados”, dijo Pfeifer. “Porque no queremos estar solos. El acontecimiento es abrumador”.
En ambos casos, se invitó a las familias a visitar el lugar de los hechos desde una distancia segura, ya sea para presentar sus condolencias, para sentirse cerca de sus seres queridos, o para mostrar su apoyo a los trabajadores de emergencias médicas que están haciendo todo lo que pueden.
Al mismo tiempo, es necesario explicar con delicadeza, pero con claridad, que las labores de rescate tras el derrumbe total de un edificio son más rápidas de lo que parece, y que se tiene cuidado de minimizar el peligro para los rescatistas y los posibles sobrevivientes.
Pfeifer, cuyo libro, “Ordinary Heroes: A Memoir of 9/11” (Héroes comunes: un recuento del 11S), se publicará en septiembre, consideró que los familiares estaban entrando en la etapa en la que la esperanza disminuye con cada tictac del reloj y aparece un asomo de aceptación.
“Tendrán la esperanza de recuperar una parte de un ser querido y, al mismo tiempo, temerán tenerla, debido al dolor”, afirmó Pfeifer, quien ha visto cómo se desarrolla la tragedia de Surfside desde una perspectiva doble: la de experto en preparación para desastres y la de miembro de una familia.