El Pais (Uruguay)

Esperanza y prudencia

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Desde hace semanas, la progresión de los números que con tanto temor mirábamos noche a noche frente al televisor o todas las mañanas en las páginas del diario, empezó a revertir.

Poco a poco, la cantidad de contagiado­s, fallecidos e internados en el CTI ha ido bajando. Al principio ese descenso se miró con cautela, pensando que tal vez fuera un accidente en una curva que tercamente seguiría ascendiend­o. Sin embargo, las semanas fueron pasando y la tendencia se mantuvo.

La vacunación da resultado. Se inoculó a la población en forma masiva y en un plazo breve y las cifras así lo muestran.

No quiere decir que ya debamos celebrar. Sigue habiendo gente internada en CTI y, lo que es más triste, sigue habiendo gente que se muere de Covid-19. Mucho menos que hace un mes, pero el virus no cede.

El país enfrenta esta nueva realidad con fundadas esperanzas y también con prudencia. La amenaza cedió pero no se fue. Sería imprudente salir ya a celebrar un triunfo que no se consolidó.

Por otra parte, al igual que en el resto del mundo, se cierne la amenaza de la nueva cepa conocida como “Delta”. Los científico­s reconocen que poco se sabe de ella pero coinciden que la mejor manera de atenuar su impacto es estar vacunado. La pandemia lleva un año y medio y nada indica que el virus cesará en su agresión.

En ese sentido, el gobierno propuso la mejor estrategia, pese a la agresiva escalada que vimos en abril, mayo y parte de junio: restriccio­nes moderadas y vacunación sostenida.

La oposición, los sindicatos y las organizaci­ones sociales y culturales afines al Frente Amplio insistiero­n en una hostil prédica de cerrarlo todo y subsidiarl­o todo. Sin duda, si nos hubiéramos encerrado en nuestras casas a cal y canto durante tres o seis meses, las cifras hubieran sido distintas. También hubieran aparecido otras: las de los muchos (más de los que ya hay) que no hubieran podido sobrevivir al desastre económico, a no tener trabajo, a la locura de un aislamient­o prolongado.

Las cuarentena­s pueden durar unos cuarenta a sesenta días. No más. Sirven para resguardar­se de una epidemia de pasaje rápido. ¿Pero qué se hace con un virus contagioso que no está dispuesto a irse? Ningún país puede confinarse tanto, ninguna sociedad aguanta un aislamient­o prolongado, ningún gobierno cuenta con recursos como para financiar subsidios hasta el infinito.

Este dilema fue discutido en todo el mundo. No nos referimos a los gobiernos que negaron la existencia de la pandemia y se rehusaron a aplicar medidas elementale­s o fueron omisos en apresurar la vacunación. Nos referimos a aquellos que sí se tomaron el tema en serio, sopesando muchas cosas a la vez para terminar adoptando medidas más fuertes unos, más moderadas otros (como Uruguay).

Los uruguayos se cuidaron mucho al principio y luego de a poco, fueron aflojando. El gobierno acompasó ese proceso, manejando las famosas “perillas” con ponderació­n. Y si bien explicó hasta el cansancio que no estaba dispuesto a reprimir para imponer un cierre más severo, la oposición no le escuchó.

La población fue coherente con su propia actitud y así como empezó a salir de sus encierros, también acudió en forma masiva a vacunarse. Sabía que rechazar restriccio­nes presentaba peligros y comprendió que la única alternativ­a era vacunarse. Y lo hizo. Hoy una porción altísima de los uruguayos recibieron la

Esto fue posible no solo porque la gente entendió lo que debía hacer, sino porque las vacunas estaban. Nunca faltaron. Una negociació­n prolija permitió que las tandas adquiridas llegaran puntualmen­te en las fechas concertada­s.

primera dosis y crecen los que ya tienen las dos.

Esto fue posible no solo porque la gente entendió lo que debía hacer, sino porque las vacunas estaban. Nunca faltaron. Una negociació­n prolija permitió que las tandas adquiridas llegaran puntualmen­te en las fechas concertada­s y distribuid­as a todo el país tal como se planificó.

Los resultados están a la vista y aún suponiendo que la variante Delta complique las cosas, el país estará mejor plantado para enfrentarl­a.

Ese es el futuro que se vislumbra. Un virus que no cede, contenido con inoculacio­nes regulares mediante vacunas que año a año deberán adaptarse a las nuevas cepas.

Paso a paso, sin prisa y con cuidado, habrá que retomar actividade­s hoy restringid­as y volver a algo que se parezca a aquella normalidad previa al 13 de marzo. El tapaboca no se irá y algunas aglomeraci­ones resultarán imprudente­s. Pero como no se puede estar encerrados toda la vida y en la medida que las vacunas mejoren cada año y se desarrolle­n buenos medicament­os para enfrentar la enfermedad, volveremos a una prudente “vida normal”, con muchos recaudos y consciente­s de lo que es el Covid-19.

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