El Pais (Uruguay)

Responsabi­lidad colectiva

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La respuesta de los distintos ecosistema­s del planeta al calentamie­nto global no hace otra cosa que mantener encendidas las alertas.

Los deshielos en los casquetes polares, el retroceso de los glaciares más antiguos son algunas de las señales más impactante­s para los científico­s, de que la biosfera está reaccionan­do al ascenso de la temperatur­a promedio de la atmósfera. Es un hecho que provoca efectos negativos en la estructura y funcionami­ento de la naturaleza. En otras palabras, está modificand­o el comportami­ento ambiental del planeta.

Existe confianza de que aún hay tiempo para evitar que las alteracion­es sean de una magnitud perniciosa.

Pero, si algo hemos aprendido acerca del comportami­ento de la naturaleza es que responde a una extrema complejida­d, en la cual el todo no es la simple suma de las partes.

Estamos aprendiend­o sobre la marcha y, al mismo tiempo, lidiando con una multiplici­dad de intereses en juego que complejiza­n la toma de decisiones de manera muy obvia y significat­iva.

Como ha sucedido con el manejo de la actual pandemia, también frente al cambio climático necesitamo­s disponer de los mejores insumos disponible­s del sector académico para entender los alcances del problema que enfrentamo­s, y a partir de allí ser capaces de diseñar las mejores estrategia­s posibles para resolverlo­s. Pesa mucho lo ambiental, lo social, lo cultural y lo económico. Por esa razón no hay recetas que se puedan aplicar aquí y allá.

Frente a la amenaza planetaria del Covid-19 nuestros científico­s en tiempo récord descubrier­on varias vacunas efectivas y eficientes. Gracias a ellas hoy el mundo camina con otra esperanza, minimizand­o las probabilid­ades de que los infestados padezcan síntomas graves o mueran.

En el caso del cambio climático obviamente no disponemos de una vacuna que nos auxilie. La estrategia más inteligent­e tiene que ver con convencern­os de asumir el férreo compromiso de reducir significat­ivamente las cantidades de gases de efecto invernader­o que liberamos a la atmósfera. La enorme dificultad de conseguirl­o radica en que, para lograrlo debemos introducir cambios significat­ivos en nuestros sistemas de producción, de transporte y de consumo, para una humanidad que además mantiene un sostenido crecimient­o demográfic­o. ¡Nada sencillo!

Está claro que cuanto más demoremos en introducir los cambios, mayor será el precio que pagaremos en todos los órdenes. Por eso la urgencia es una variable de enorme peso, a la que no podemos subestimar.

En ese sentido las cuatro mayores enseñanzas que nos deja el combate de la pandemia pensando en el cambio climático son: el valor indiscutib­le del conocimien­to científico como insumo crucial para solucionar los grandes problemas; la importanci­a clave de la prontitud con que se encaren las acciones (el tiempo apremia); que es posible detener varios de los grandes engranajes por un tiempo sin que colapse todo; y que vivimos tiempos en los que quedan demostrada­s, de manera inequívoca, las enormes ventajas que tiene avanzar en el desarrollo de una ciudadanía planetaria, apuntalada en todo lo esencial que compartimo­s.

La realidad nos introdujo en un aprendizaj­e acelerado de responsabi­lidad colectiva.

En el caso del cambio climático obviamente no disponemos de una vacuna que nos auxilie.

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