La sobreviviente que entregó su vida a la selva
La bióloga alemana Juliane Koepcke alerta sobre la protección del pulmón del planeta
La historia de Juliane Koepcke es una lección de supervivencia y superación, de desafío a los límites, que tiene como denominador común un escenario hostil y cautivante que ha ejercido sobre ella una especial fascinación, a punto tal de haberle dedicado toda una vida de investigaciones: la selva amazónica. La misma que cinco décadas atrás la tragó y devolvió nuevamente al mundo de los vivos tras un accidente aéreo del que fue única sobreviviente.
El producto de esa fascinación heredada fue lo que le permitió salvarse, porque, como ella misma dice, “si hubiese sido una niña de ciudad no habría logrado volver a la vida como lo hice”. Ya había vivido algunos años en ese entorno que la mayoría considera hostil, y sabía de qué se trataba. O casi. Porque Juliane, hija del biólogo alemán Hans Wilhelm Koepcke y de Marie, ornitóloga, quienes se dedicaban al estudio de las especies que habitan la selva amazónica peruana, no solo sobrevivió en 1971 a la caída de un avión en esa región, sino que además, herida como estaba, caminó sola –tenía 17 años– durante 11 días rodeada de insectos, alimañas y peligros de todo tipo, hasta ser rescatada, odisea que describe minuciosamente en su libro Cuando caí del cielo.
La selva amazónica era parte indivisible de su vida. Defensora acérrima de su conservación, con 66 años, su voz suena aún más fuerte en esta realidad marcada por la pandemia de covid, donde el retorno a la naturaleza y el cuidado del medio ambiente cobran renovada vigencia.
“Ya se conoce desde hace mucho tiempo el hecho de que un ecosistema perjudicado y el cambio climático favorecen las pandemias y la propagación de diversas enfermedades infecciosas, pero a nadie le interesaba”, dice Koepcke a LA NACION desde su casa en Múnich, donde trabaja junto con su esposo Erich en sus proyectos de conservación, tras haber ocupado los cargos de subdirectora y jefa de biblioteca de la Colección de Zoología del Estado de Baviera. “Ahora lo tenemos presente, y creo que seremos mucho más cuidadosos con nuestro entorno”.
Para ella, la pandemia ha puesto en primer plano la necesidad de hacer algo contra el calentamiento global, ha crecido la voluntad política de actuar más rápido y se escucha más a los activistas medioambientales. Y que son muchos los que han advertido que hay muy pocos espacios verdes en las ciudades y es necesario integrar más a la naturaleza en nuestra vida urbana, para reducir la contaminación atmosférica. Una “sanación” que es posible y de la que fue testigo en la estación biológica de Panguana, en la selva amazónica peruana, donde realiza investigaciones de campo sobre la flora y la fauna: allí vio cómo, al abandonarse momentáneamente por la pandemia el lavado ilegal de oro en el río Yuyapichis, las aguas se pusieron más claras y los peces que habían desaparecido regresaron.
“Ahora sabemos y discutimos públicamente que personas sanas solo pueden vivir y sobrevivir en una naturaleza y un entorno sanos. Si la naturaleza se enferma, los efectos en la salud de seres humanos, fauna y flora son inevitables”, sostiene.
No obstante, Koepcke, nacida en Lima y de nacionalidad peruano-alemana, reconoce que las reacciones ante esta emergencia sanitaria han sido distintas en cada continente. “En Europa, las generaciones mayores han aprendido a prescindir de ciertas cosas por las guerras mundiales, han vivido tiempos de privación y saben que nuestra vida actual no puede darse por sentada. Pero las generaciones más jóvenes nunca han experimentado nada realmente limitante. Para ellos es muy natural que siempre tengamos de todo y que podamos comprar todo lo que queramos. No conocen el hambre, no suelen tener angustia existencial y piensan que su libertad es un hecho. Antes de la pandemia no habían enfrentado verdaderos desafíos. Eso ha cambiado radicalmente. La gente de pronto no podía hacer lo que quería, y después de muchos meses sin ingresos reales, conoció la angustia existencial.
Acostumbrada a una vida austera como investigadora en la selva, tiene clara su postura al respecto. “A los descontentos que encuentro aquí en Alemania siempre les describo la situación actual en Perú y muchos otros países sudamericanos, donde la pandemia produce restricciones mucho más fuertes y amenazantes, y ha arrebatado el último resquicio de supervivencia a todos los que viven por debajo del nivel de subsistencia y dependen del trabajo diario como vendedores ambulantes, por ejemplo. Es muy instructivo saber que hay millones de personas para las que no es cuestión de renunciar a la diversión y a la compañía, sino de morir por el virus o de hambre”.
Otro efecto de la pandemia que advierte es que la gente “ha aprendido a hacer algo útil con su vida durante el período de toque de queda o de severas restricciones”. Es decir, son muchos los que han empezado a verse como parte de un todo mayor.
Koepcke (que ahora prefiere utilizar su apellido de casada, Diller), tiene una mirada muy crítica del gobierno de Bolsonaro y su postura frente al cambio climático. “Brasil es el país número uno en destruir los bosques amazónicos y no veo que esto cambie rápidamente. La protección de la selva amazónica debe ser resuelta a nivel internacional, y la humanidad
–sobre todo los países ricos– necesita cambiar urgentemente su comportamiento de consumo. Especialmente hay que bajar el alto consumo de carne y de otros productos que vienen de los países amazónicos, como soja, aceite de palma y madera tropical. Sin un replanteamiento rápido, la selva tropical quedará irremediablemente destruida muy pronto”.
En esto, aclara, la Comunidad Europea tiene su cuota de responsabilidad, no solo por la cantidad de emisiones que produce en sus países sino como principal consumidor de aquellos productos. A su juicio, la CE tiene que actuar con la mayor firmeza y formular restricciones más efectivas contra los países que son principales contaminadores. “Un diseño más considerado del sistema económico mundial es crucial, y la protección de la Amazonia debe ser parte de esto. Debe valer la pena dejar la selva en pie, pero sin ventajas para los países sudamericanos no funcionará, y como en todas partes y siempre se trata de dinero, el aspecto financiero también es básicamente importante, especialmente en Brasil. Y hay que luchar contra la desigualdad social, porque la gente que está mal pagada y apenas puede ganarse la vida nunca dará prioridad a la protección del medio ambiente si no mejoran sus condiciones de vida”.
Sostiene que no hay que cansarse de repetir la importancia de Amazonia como pulmón verde del planeta.
De todas maneras, Koepcke mantiene una mirada esperanzadora en los adolescentes y jóvenes que estudian y se capacitan. “Aprender cómo funciona el ecosistema amazónico es el mejor camino para reconocer la importancia fundamental de este espacio vital para todos”.
El libro Cuando
caí del cielo cuenta al detalle la odisea que vivió en plena selva.