El Pais (Uruguay)

“Una buena historia siempre obliga a replantear las cosas”

- FERNÁN CISNERO

La primera vez que el escritor peruano Santiago Roncagliol­o estuvo en Montevideo aún no había publicado una novela. Pero ya se sentía un escritor. Fue en 2001, dice, en el Centro Cultural de España, donde dictó un taller de periodismo y estrenó una obra, Tus amigos nunca te harían daño. Con ese dato probableme­nte haya sido en 2003.

No importa. Desde entonces Roncagliol­o vino muchas veces a Uruguay, ya sea para presentar algunas de sus novelas o pasar un mes investigan­do para su libro El amante uruguayo, donde habla del vínculo entre el salteño Enrique Amorim y Federico García Lorca. “Me quedé como un mes en un apartament­o a la vuelta del Tinkal”, le dice, vía Zoom, a El País demostrand­o la importanci­a en su recuerdo del tradiciona­l chivito uruguayo.

Desde aquella primera vez, Roncagliol­o se volvió uno de los escritores latinoamer­icanos más reconocido­s. Lo demuestra su premio Alfaguara en 2006 por Abril rojo, por ejemplo.

Nada mal para alguien que dice tener un récord mundial: “mi primera novela fue rechazada por 14 editoriale­s en cuatro países”. Eso ya no le pasa.

Nacido en 1975 en Lima pero con una vida transhuman­te que hace años lo radicó en Barcelona, Roncagliol­o recibe periodista­s para hablar de Y líbranos del mal, su nueva novela.

Es la historia de un adolescent­e que vive en Brooklyn y debe volver a Lima para estar con su abuela (Mama Tita). Allí va a descubrir una historia de horror que refiere a los abusos sexuales en la Iglesia.

Sobre algunas de esas cosas y con el compromiso de compartir un chivito cuando pueda volver a visitar Montevideo, El País charló con Roncagliol­o.

— ¿Cómo han cambiado la figura del escritor y lo literario en estos 20 años?

—Lo que más ha cambiado en América Latina es que este siglo es el primero en que casi todo el mundo ha ido al colegio y eso transformó lo que uno hace como escritor. Antes se hacía para Europa y hoy hay un público en América Latina que consume libros como consume películas, por ejemplo. Y no le interesa mucho cuáles son tus ideas políticas o cómo es tu vida. Antes lo que se leía de un libro era su autor, ahora debe ser lo que menos interesa.

—¿Y qué quieren esos lectores? —Una buena historia. Hace 30 años cuando todo era más experiment­al, la historia era lo menos importante: contarlas era vergonzoso. Pero mi fascinació­n siempre fue contar historias. No me interesa la literatura en particular, sino todas las opciones de la narrativa.

—¿Y cómo es la fama de un escritor así de consagrado?

—(Se ríe) No sé. Vivo en Barcelona por lo que para el catalán yo soy de Saturno. Hay países, sí, donde se me puede acercar gente a saludarme (Perú, México, Colombia, que es donde tengo más lectores) pero son tan poquitos que nunca es un agobio. No hay escritores famosos, incluso los que se creen que son famosos, no lo son en realidad.

—Ha dicho que sus novelas son thrillers, libros de terror. Y eso está en Y líbranos del mal... —Siempre me interesó ese género, quizás por haber crecido en un lugar muy violento. Me preguntaba por qué alguien me mataría. Y así es una constante en mis novelas explorar a gente normal que hace cosas horribles, pero partiendo de algo muy humano. En Y líbranos del mal el mal surge de la necesidad de amor, de algo tan noble y tan hermoso que se pervierte y se destruye. Me interesan mucho las zonas más sombrías. Crecí un poco confinado por la violencia y en mi casa había libros y tele. Entonces pasaba entre la literatura supersofis­ticada de la década de 1960 y las sitcoms. Y las películas de terror se

Y LÍBRANOS DEL MAL parecían mucho más a mi vida que la gran literatura latinoamer­icana. En mi mundo no había personajes con cola de cerdo o que pudieran salir volando sino gente que podía matarte.

—¿Es ahí donde está la “peruanidad” en su literatura, teniendo en cuenta que vive en España hace tanto?

—Está en el pasado. Mi país es un lugar del pasado. Cuando discuto de política, por ejemplo, me mandan a mi país tanto los españoles como los peruanos. Hay algo raro en no ser percibido en ningún lado como

“uno de los nuestros”. Esa extranjerí­a es muy buena para un escritor pero un desastre para tu vida personal. Muchos de mis personajes son extranjero­s que no encajan en su realidad.

—Y líbranos del mal habla de los casos de abusos sexuales del clero. ¿Cómo decidió contar eso a través de una novela? —Hubo un caso parecido al que narra la novela muy cercano a mí y que cubrieron periodista­s amigos. Me impactó pensar que esto había ocurrido durante años a mucha gente y muy cerca y nadie haya dicho nada. Y nadie consiguió una declaració­n de los abusadores. Y eso sigue siendo para mi el gran misterio: ¿Qué imagen tienen de sí mismos? ¿Creen que son mentiras? ¿Que es culpa de los chicos? ¿Qué composició­n moral se crearon? Y eso es lo mismo que antes me había preocupado cuando escribí sobre Sendero Luminoso o de los torturador­es de los 70. Acá había algo donde explorar. Un sitio donde la realidad ya no te da las respuestas. Y ahí aparece la ficción como un mecanismo para explorar lo que ha ocurrido debajo de las alfombras, detrás de las cortinas. —¿Cree que solo la ficción llega a lugares que no puede llegar la no ficción?

—No, porque una buena historia te deja mucho, siempre obliga a replantear las cosas.

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