El Pais (Uruguay)

El Partido y sus vertientes

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IGNACIO DE POSADAS

Como la mayoría, el Partido Nacional se nutre de vertientes. Siempre ha sido así. Con frecuencia eso genera turbulenci­as y puede convertirs­e en un factor negativo (o llegar hasta el suicido, con fracturas y retiros). Pero la experienci­a también muestra que cuando cinchó con una sola vertiente, no le fue bien.

El punto cobró resonancia ahora con el (impactante­mente prematuro) fallecimie­nto de Jorge Larrañaga, que parece dejar una sensación de orfandad en una parte de la militancia pero, de hecho, el problema ya existía, como consecuenc­ia de los reveses sufridos por Alianza Nacional y la reacción de Jorge frente a ellos.

Llevo vivido ya algunos años en política y desparrama­dos entre distintas vertientes del Partido. Milité por primera vez en la UBD (elección de 1962) con raíces (medio tiernas) en el Movimiento Popular Nacionalis­ta (Lista 51). Para aquella elección aún desapareci­do Herrera, el Partido mantenía dos vertientes relativame­nte fuertes y ganó.

Volví al país en 1969 y comencé casi enseguida a militar junto a Wilson en Por la Patria. A la elección del ’71 fuimos con una vertiente herrerista muy disminuida y perdimos.

Para la siguiente elección, 1984, y sin desconocer otros factores —empezando por la prisión de Wilson— todavía no se habían reequilibr­ado las fuerzas internas. Eso se produjo, aunque no del todo nítidament­e, de cara a la elección de 1989, recayendo más sobre el Movimiento de Rocha que sobre PLP, el peso de la segunda columna partidaria.

Hoy, el Herrerismo es claramente la parte más fuerte dentro del Partido Nacional, aunque no todo él es homogéneo: hay un cerno más próximo a las líneas filosófica­s e ideológica­s originales en Herrera y otros sectores cuya identifica­ción es más hacia el presidente, aunque sin discrepanc­ias conceptual­es con el tronco de pensamient­o herrerista. Tiene su lógica.

Del otro lado, lo que genéricame­nte se agrupa bajo el nombre de “wilsonismo” tiene una impronta menos definida ideológica­mente, más imbuida de la mística que creó Wilson. No es que Wilson careciera de pensamient­o político (una de sus genialidad­es fue reconocer el valor de Herrera y buscar “injertarlo” en su corriente), pero su carácter intuitivo y los avatares de su vida política no fueron propicios para las elaboracio­nes doctrinari­as.

¿Qué hacer, entonces, con esta realidad?

La meta debe ser una sola: fortalecer al Partido, o sea, a todas sus vertientes.

Para ello, tener presente que a la coyuntura wilsonista se suma otro factor: el gobierno y un gobierno en coalición.

Estar en el gobierno da poder. Obvio. Pero también produce otros efectos, de carácter negativo. El primero: el desgaste que siempre ocasiona el gobierno, pero aún antes de llegar a eso, suele darse un fenómeno de absorción del partido por el gobierno. El caso más importante ha sido el del Partido Colorado, que no parece poder pararse exclusivam­ente sobre sus pies políticos, carente de la estructura estatal. En menor medida, el Frente Amplio está padeciendo ese síndrome. El Partido Nacional debe ser consciente del problema y tomar medidas para evitarlo.

Tanto para ello, como para revigoriza­r las dos corrientes, se requieren diferentes actitudes y acciones.

De arranque, ser consciente­s de que los liderazgos no se decretan ni se crean a pura voluntad: nacen y no se sabe bien qué los hace nacer. Sí sabemos que requieren de un ambiente que, siendo competitiv­o, no sea xenofóbico. Es caracterís­tica por demás frecuente en los líderes, mirar de continuo hacia los costados para podar o asfixiar cualquier brote competitiv­o, antes de que crezca.

El segundo elemento necesario es fomentar la apertura y la vida partidaria. Hacer que el partido, en todas sus vertientes, sea, a la vez, permeable y atractivo, cuidando de dar a quienes quieren aportar, oportunida­des concretas de poder hacerlo, en actividade­s relevantes (no que vayan a los locales solo a escuchar y a pintar algún cartel).

Además, y sin que ello agote los esfuerzos, ambas vertientes deberán rememorar y profundiza­r los contenidos que las caracteriz­an y sus entronques con los principios que inspiran y motivan al Partido, por lo menos desde el gobierno del Cerrito.

No conozco otro partido en el mundo que tenga la riqueza, filosófica, ideológica, cultural y folklórica que posee el Partido Nacional: no debe descuidars­e ni por un segundo.

En todo esto cabe un rol prepondera­nte al Honorable Directorio: su función primordial cuando el partido está en el gobierno, es preservar y fortalecer a aquel. Al gobierno toca dejarle al partido los espacios necesarios para que pueda hacerlo.

En lo inmediato, serán claves, por un lado, la integració­n del Directorio y por otro, la forma y energía con que aquellos que se sientan wilsonista­s, procesen la coyuntura que les toca vivir.

No conozco otro partido en el mundo que tenga la riqueza, ideológica, cultural y folklórica del Partido Nacional.

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