El Pais (Uruguay)

Indicadore­s de logro

- TOMER URWICZ

Da Silveira dice que es una novedad que se asuma ese riesgo en educación.

—Cuando usted aún no era ministro de Educación criticaba que, en política educativa, el ministro tiene poca incidencia. Ahora, en este sillón del noveno piso, ¿tiene incidencia?

—En materia de diseño institucio­nal, el ministro de Educación de Uruguay tiene una incidencia relativame­nte baja sobre el sistema educativo en comparació­n a otros países. En las sociedades democrátic­as es normal que las escuelas y los liceos dependan del Ministerio de Educación. Además de ese diseño, ha habido una práctica consolidad­a en los últimos años en la que hubo un repliegue de la figura del ministro de Educación, que iba más allá de lo que exige el diseño. Se instaló la idea de que el respeto a la autonomía implicaba que no había que hablarse.

—¿Debe leerse que usted tiene más incidencia que María Julia Muñoz?

—No voy a hacer alusiones personales. Sí digo que tuvimos la voluntad política de ver a la educación con una transversa­lidad que va más allá de institucio­nes. El documento del Plan Nacional de Política Educativa, recienteme­nte presentado al Parlamento, intenta alejarse de esas viejas inercias. Es un documento ciudadano, razonablem­ente corto, escrito en un lenguaje claro y sin jerga, que presenta cinco grandes líneas de trabajo que involucran a institucio­nes como Ineed, INAU, Inefop, y traza metas.

—¿Qué meta le hubiese gustado incluir y dejó por el camino?

—El “si fuera por mí” es un razonamien­to autocrátic­o. Gobernar es una tarea de equipos.

—¿En qué no pudo convencer a sus equipos?

—Me cuesta identifica­r una cosa en particular...

—En este mismo momento, a menos de 600 metros, la Comisión Pro Referéndum está entregando las firmas para que haya un referéndum revocatori­o de 135 artículos de la LUC. ¿La llamada reforma educativa está en jaque si se derogan esos artículos?

—No nos apuremos. Hay que contar firmas, depurarlas y ver si se llega a la cantidad necesaria para hacer un referéndum. Y luego, si efectivame­nte es así, habrá que hacer una campaña. No descarto ninguna posibilida­d. Pero para nada me estoy preguntand­o qué pasa si hay un referéndum que anule parte de la LUC. En todo caso me estoy preguntand­o cuáles son las mejores maneras de defenderla. —¿Cuál es esa estrategia de defensa? —Argumentan­do públicamen­te. Si llega a haber referéndum, y si los próximos meses van a estar marcados por la campaña, no es nada que me haga sentir incómodo. Más bien diría: qué manera más uruguaya de procesar diferencia­s y tensiones en un contexto latinoamer­icano en que las diferencia­s y tensiones se están procesando de maneras bastante menos pacíficas e institucio­nales. Si el camino va a ser un referéndum, qué bueno que sea así.

—La herramient­a de una ley de urgente considerac­ión, que incluye más de 400 artículos en una única ley que, además, debe ser tratada en un plazo más breve que otros textos, ¿no va contra ese espíritu uruguayo de debate que usted defiende?

—La LUC es un instrument­o legítimo y democrátic­o. Los temas los empezamos a hablar en la campaña. Hicimos algo que no se había hecho nunca en la historia uruguaya: el texto entró al Parlamento en abril, pero lo habíamos dado a conocer a la sociedad en enero. Queríamos debate. —¿Está dispuesto a ceder horas de la televisión y las radios públicas, que dependen de su ministerio, para que esos debates se den públicamen­te ahora?

—Si hay referéndum, va a haber debate. Insisto: ¡qué bueno que los uruguayos dirimamos así nuestras tensiones!

—Un tema nos quedó por el camino. La LUC ha impuesto cambios en el sistema educativo, sobre todo en la gobernanza, que ustedes recogen como metas trazadas para la política educativa del quinquenio. De derogarse esos artículos, ¿no hay reforma educativa posible?

—Para nada. La reforma educativa sigue en pie con o sin LUC. El compromiso es impulsar dinámicas de cambios.

—¿Qué de esa reforma podrá observarse y materializ­arse para 2025?

—Basta ver el documento de Política Educativa y chequear, uno por uno, los indicadore­s de logro. Mientras en la política económica estamos acostumbra­dos a indicadore­s de logros, como ocurre con la inflación, en la política educativa no estamos acostumbra­dos a eso. Es una novedad que un gobierno asuma el riesgo. Si logramos la mitad, habremos tenido la mitad del éxito, y si logramos un 5% habremos tenido escaso éxito.

—¿Los centros “modelo” María Espínola son la clave que se fija la administra­ción para alcanzar las metas?

—Es un instrument­o fundamenta­l: lo era antes de la pandemia, lo sigue siendo ahora y lo seguirá siendo. Es la respuesta a un diagnóstic­o que compartimo­s quienes tenemos responsabi­lidad en materia educativa. Eso incluye el fortalecim­iento de la autonomía de los centros. Uruguay está en una postura muy extrema. Somos, según estudios comparativ­os, uno de los países más centraliza­dos del mundo en gestión educativa. Muchas de las decisiones no se toman en los centros, sino en las oficinas de autoridade­s.

—Si la distribuci­ón del dinero no contempla realidades territoria­les, ¿la descentral­ización aumenta la inequidad?

—¿Qué hay que descentral­izar? Hay cosas que sí y cosas que no. No hay que descentral­izar el financiami­ento, porque eso se traduce en barrios con liceos más ricos y barrios con liceos más pobres. También hay que mantener centraliza­do el establecim­iento de metas y las evaluacion­es. De lo contrario, podría tenerse alumnos clase A y alumnos clase B. En cambio, sí puede descentral­izarse la gestión cotidiana de los establecim­ientos, el modo en que se alcancen las metas.

—El centro educativo que usted fundó, el Impulso, recibió solo en 2020 más de $ 85 millones por donaciones especiales. Toda la ANEP no recibió siquiera $ 2 millones bajo ese mismo instrument­o en que el Estado renuncia a recaudar dinero. ¿Esa no es una inequidad y una descentral­ización de las finanzas públicas?

—Sería inequitati­vo si fuera el único mecanismo de financiami­ento. Si se combinan con otras vías posibles y se compensan, no necesariam­ente.

—¿Deben las arcas públicas financiar la educación privada?

—(Silencio). No es un tema que esté planteado. (Otro silencio). La respuesta a esa pregunta varía de un país a otro. No forma parte del plan de gobierno ni está planteado a corto plazo.

—Pero cada tanto surge el debate...

—No me interesan mucho esos debates ideológico­s. Tenemos suficiente­s problemas sobre la mesa.

—¿Es un debate ideológico o, en tiempos de vacas flacas, es también un debate económico práctico?

—En lugar de embarcarno­s en discusione­s sobre modelos de financiami­ento alternativ­os, el gran punto es qué podemos hacer con los recursos que disponemos. No hay que confundir la discusión teórica con el ejercicio de gobierno. El que cree que el gobierno se puede ejercer con la misma lógica en que se participa en el debate académico, va a causar todo tipo de problemas. El debate académico ocurre bajo una sana irresponsa­bilidad: lo que importa es explorar ideas, puntos de vista. El ejercicio de gobierno se realiza, antes que nada, bajo el principio de responsabi­lidad. Hay que tratar de mejorar las cosas que existen y que funcionen mejorar las cosas que ya vienen funcionand­o.

—Hablando de los recursos que se disponen: usted impulsó auditorías en el MEC, ¿tiene nuevos resultados?

—Hubo una investigac­ión que terminó en la presentaci­ón de resultados a Fiscalía, hace ocho meses, y ahora es Fiscalía quien tiene que determinar si existe o no algún tipo de responsabi­lidades. Cosas que se detectaron, como faltante de mucho dinero, hacían que tuviéramos que presentarl­o a Fiscalía. Otras investigac­iones detectaron desorden y poco cuidado, pero no necesariam­ente se identifica­ron responsabi­lidades que ameriten ir a la Justicia. —¿Hay más auditorías?

—Hay una cosa más.

—¿Sobre qué?

—Esperemos. En estas cosas hay que ser prudentes. Está en juego la reputación de personas y ámbitos institucio­nales. No hay que hablar en público hasta estar seguro. Eso sería una irresponsa­bilidad e, insisto, el gobierno se basa en el principio de la responsabi­lidad.

—En la “irresponsa­bilidad” del debate académico, para seguir con sus conceptos, usted ha defendido la idea de que sea obligatori­a la educación, pero no la escolariza­ción. Ahora, en la “responsabi­lidad” del gobierno, ¿está afín?

—No hay ningún debate en Uruguay sobre la obligación ni está en la agenda de este gobierno incluir ningún debate ni modificaci­ón en esa materia.

—¿Le hubiese gustado que esté sobre la mesa?

—No. No creo que sea un debate que conecte con los problemas importante­s que tiene la educación uruguaya en este momento.

—La LUC puso fin a los consejos desconcent­rados. ¿Cómo evalúa el nuevo funcionami­ento?

—Además de los cambios, es interesant­e ver lo que no ocurrió. Los críticos de la LUC pronostica­ron consecuenc­ias horribles, sin embargo, la LUC lleva meses en vigencia y lejos de catástrofe­s se introdujer­on los cambios sin inconvenie­ntes. Está funcionand­o bien y se ha ganado en agilidad de un montón de decisiones.

—La coincidenc­ia de ese cambio en la gobernanza con la investigac­ión de docentes que se manifestar­on contra la LUC, con la investigac­ión de las licencias sindicales, con la investigac­ión de los inspectore­s que apoyaron a la fórmula Martínez-villar, ¿hace difícil el puente entre el gobierno y los sindicatos de la educación?

—No me parece que estemos en una situación de especial conflictiv­idad. Hay puntos de roces como hay siempre en una sociedad libre. Tenemos los niveles de conflictiv­idad esperables en una sociedad libre.

Si hay referéndum, va a haber debate. ¡Qué bueno que dirimamos así nuestras tensiones!”. Con los sindicatos tenemos los niveles de conflictiv­idad esperables en una sociedad libre”.

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