El Pais (Uruguay)

Ombligo onanista

- FRANCISCO FAIG

El resultado de la interpelac­ión era predecible: el Frente Amplio (FA) habló a sus devotos, y la Coalición Republican­a (CR) enfrentó una instancia que le permitió salir más fortalecid­a y unida tras el apoyo al gobierno.

Todo deja pensar que lo peor de la epidemia quedó atrás. La interpelac­ión ratificó entonces un parteaguas en el que quedaron claras las dos opciones que el país tuvo para enfrentar esta terrible coyuntura. Por un lado, la oficialist­a, que está a la vista. Por otro lado, la del FA que adhirió a encierros obligatori­os —como ocurrió en Chile o en Argentina—; que propuso implementa­r rentas básicas muy amplias, aun cuando el horizonte de salida no estaba despejado y por tanto no era posible saber cuánto tiempo estarían vigentes las tales rentas; y que, directamen­te o a través de sus aliados gremiales y sindicales, sembró dudas y miedo sobre las reales posibilida­des del país de evitar un colapso social, económico y sanitario.

¿Qué está detrás de todos estos planteos tan opuestos a los del gobierno, y tan desfasados además de las preferenci­as de la opinión pública? Dos prejuicios ideológico­s enormes de la izquierda.

Primero, su desconfian­za profunda en la libertad del individuo para fijar sus propias prioridade­s y su criterio de vida. El izquierdis­ta no cree, sinceramen­te, que la gente sea capaz de evaluar bien sus preferenci­as, y estima que hay una élite dirigente que debe imponer su criterio por el bien de todos. No basta con exhortar a bajar la movilidad, por ejemplo, sino que hay que tomar medidas radicales que obliguen a bajarla y que sancionen a quienes no las cumplen. Dato mata ideología zurda: en Uruguay, sin encierros obligatori­os, la baja de la movilidad fue similar a la de Chile o a la de Argentina, que sí sufrieron encierros prolongado­s. Aquí la gente sí entiende, con libertad y con su propio criterio.

Segundo, su convencimi­ento radical de que los principale­s líderes que integran la CR son gente desalmada. La influencia de lo que Ricoeur llamó la filosofía de la sospecha, en particular expresada en Marx, se transformó en nuestra penillanur­a zurda, por causa del aire viciado del comité de base, en las abstrusas reflexione­s del traidor Trías o en las tonterías disfrazada­s de sentencias doctas carraspead­as por Mujica. Con ese bagaje intelectua­l y encerrada en su solipsismo, la izquierda cree, por ejemplo, que cada vez que ganó entre 2004 y 2014, fue porque la gente pasó a adherir a su zurdo colmillo vengador, identificá­ndose con su universo simbólico y feliz de cantar así, resentida, el “A desalambra­r” del desafinado Viglietti. Jamás entendió que la mayoría solo le prestó su voto.

Hoy, la izquierda envidiosa cree que se favorece la producción agropecuar­ia porque allí están los amigos del poder, en vez de entender que se trata del impulso exportador que sacará al país adelante; y su tremenda irresponsa­bilidad gobernante, esa que le hizo entregar el poder en febrero de 2020 sin dejar ninguna previsión para enfrentar la pandemia, esputa ahora la demagogia de las muertes evitables.

Desconfian­za en la libertad de la gente y convencimi­ento de que gobierna su enemigo de clase: la izquierda concibe así al hombre y a la sociedad. Onanista de escritorio, disfruta de mirarse su ombligo socialista.

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¿Qué está detrás de todos estos planteos tan desfasados de la opinión pública?

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