La virtualidad y la amenaza de la calle
La pandemia trajo buenas y malas noticias para la familia de Amalia y Miguel, y la educación virtual fue de las peores. De los nueve hijos, cuatro aún estudian, y debieron compartir un escaso espacio (hay tres cuartos para 11 personas) y una conexión que ni siquiera era propia, sino prestada del vecino, hermano de Amalia. “Entrar a (la plataforma) Crea era un caos. El internet de la maestra andaba mal, y con el de acá se podían conectar solo dos”. Al principio intentaban entrar a las “reuniones” con las maestras; luego desistieron. Amalia decidió entonces pedirles a las educadoras que le mandaran las tareas por Whatsapp. Después ella se las enviaba a un vecino del barrio que hace impresiones, pero cada tarea implicaba decenas de copias. Igual ella lo quiso afrontar. “Lo voy pagando porque es una forma de incentivarlos”, dice. Algunos de sus hijos están “muy frustrados” por los meses sin clases presenciales. “Esto va a traer secuelas peores al Covid. Uno cuando mira a los hijos los conoce”, dice. “Se sientan a hacer una tarea y no la entienden, y mamá no la entiende porque no es la maestra”, relata. La ausencia de clases alteró las rutinas. Los niños empezaron a habituarse a la noche, y el hermano mayor les compró un Play Station que los tenía despiertos hasta la madrugada. Al menos “los sacaba de la calle”. Dice Amalia: “De eso los tenés que proteger”.