Las momias de hielo del Everest
Más de 200 montañistas fallecieron en la cima del mundo y sus cuerpos permanecen allí
Conquistarlo es el deseo de muchos. Son cientos los hombres y mujeres que cada año buscan escalar los 8848,86 metros del Everest, la montaña más alta del planeta. Pero no lo logran. Algunos desisten en el camino y otros perecen en el intento y quedan, para siempre, durmiendo su sueño eterno en esas hostiles laderas.
Según diversos historiadores del llamado “techo del mundo”, ubicado en la cadena del Himalaya, —que actúa como frontera natural entre Nepal, India y la región del Tibet—, hay más de 200 cadáveres repartidos en distintos puntos en las alturas del Everest. Algunos perdidos en grietas, otros cubiertos por la nieve y otros, más expuestos y a la vista, que incluso son usados por los escaladores como mojones o marcas de referencia en su camino a la cima.
De hecho, existe una zona en el lado norte de la montaña, que supera los 8.000 metros de altura, que es conocida como “el valle del Arco Iris”. Esto se debe al color que le imprimen las coloridas camperas, pantalones y calzado de los aventureros muertos en sus intentos de alcanzar el extremo más alto del lugar. Son montañistas que quedaron tendidos allí para siempre, víctimas de una caída, de una avalancha, una tormenta de nieve, de su propio agotamiento, del mal de altura o simplemente del hecho de no saber o no querer regresar cuando el cuerpo ya no puede más.
Bien conservados, casi momificados, por el gélido clima del lugar, algunos de estos cuerpos de aventureros fenecidos se convirtieron en una leyenda para los que tuvieron ocasión de pisar el Everest.
Posiblemente el más célebre -tristemente- de todos ellos sea el cadáver del indio Tsewang Paljor, que murió por causa de una tormenta de nieve cerca de una cueva a más de 8500 metros de altura. Ocurrió en mayo de 1996, pero su cuerpo permaneció por años recostado boca abajo en la misma posición en la que dio su último aliento.
El joven, de 28 años de edad a la fecha de su muerte, llevaba en su postrera escalada un par de botas color verde fosforescente. Tras su muerte, ese calzado le daría al muchacho indio su apodo. Es que, para todos los montañistas que pasaban, en su viaje a la cima, cerca de él, Paljor pasó a ser conocido, simplemente, como Green Boots (”Botas Verdes”).
Cuando los cuerpos de los montañistas muertos se encuentran a una altura superior a los 6.400 metros, es prácticamente imposible rescatarlos de allí. Es que, un cadáver congelado puede llegar a pesar hasta 130 kilos por el hielo que se le adhiere y retirarlo o simplemente moverlo en un ambiente inhóspito y escarpado puede convertirse en un riesgo alto de vida para quienes lo intenten.
“En la montaña todo se sopesa contra el riesgo de muerte”, comentó Ang Tshering Sherpa, expresidente de la Asociación
Nepalesa de Montañismo, al New York Times. “De ser posible, es mejor bajar a los cadáveres, pero los alpinistas siempre deben priorizar la seguridad”, agregó. Un operativo de rescate de un cuerpo puede costar varios miles de dólares, agregó.
Francys Distefano-arsentiev se convirtió en otro de los cadáveres famosos del valle del arco iris. Fue conocida por los montañistas como “la bella durmiente”. La escaladora fue la primera mujer estadounidense en alcanzar la cima del Everest sin usar bombonas de oxígeno. Pero en su descenso, sufrió una caída y falleció. Estuvo varios años y su familia logró luego rescatarla.