El Pais (Uruguay)

“La OMS ha metido la pata”

Entrevista al científico y académico español José Luis Jiménez.

- TOMER URWICZ Salvo que te tosan en la cara, es poco probable que las gotas contegien”.

■ Aquel ritual pandémico de quitarse la ropa cuando uno regresaba de la calle, de dejar los zapatos en la puerta y de embadurnar con alcohol las bolsas del supermerca­do por si el virus se esconde entre las compras, para algunos ya no tiene sentido. La carta que 239 científico­s le habían enviado a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), hace un año, tiraba por la borda ya el contagio del nuevo coronaviru­s a través de las superficie­s y alertaba que la principal vía de transmisió­n era el aire.

El español José Luis Jiménez —uno de los diez científico­s más citados por sus pares en referencia a aerosoles— fue uno de los firmantes de esa misiva. Y fue de los primeros en advertir del “grueso error” que estaban cometiendo los gobiernos y la OMS a la hora de pensar que el nuevo coronaviru­s se transmitía por esas gotitas (mayores a 100 micras) que expulsamos al escupir o estornudar. En cambio, insistió, “la clave está en el aire”.

—El ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, pidió que se monitorear­a el nivel de dióxido de carbono (CO2) en el auditorio en que se realizó el homenaje a los científico­s que asesoraban al gobierno la semana pasada. ¿Tiene sentido?

—Es muy útil. El COVID-19 es una enfermedad de interiores. Se transmite cuando hablas cerca de alguien o cuando compartes un mismo ambiente cerrado. Lo primero lo evitas con la distancia y una máscara. Lo segundo es lo que causa la mayoría de casos de superconta­gios (una única persona que contagia a muchos a la vez). En el superconta­gio que hubo en el coro de Washington se estimó que la concentrac­ión de CO2 era de unas 2.600 partes por millón, una cifra muy alta y que indica que el aire estaba “viciado”. Medir el CO2 como manera de comprobar cuán ventilado está una habitación es una buena práctica y es útil para oficinas o escuelas.

—¿La distancia física importa? —Las gotas que escupimos no importan. Salvo que alguien te tosa o escupa en la cara, es improbable que esas gotas contagien. Por su peso y gravedad, caen enseguida. Pero respecto al aire que compartimo­s sí importa la distancia. Cuando alguien come ajo y estás muy cerca lo hueles porque compartes el mismo aire. A medida que te alejas dejas de sentirlo. Pasa lo mismo con un fumador. El caso del fumador, a su vez, permite entender mejor cómo se dispersan los aerosoles: al principio es como un chorro que sale de la boca y la nariz, luego eso se frena, por la propia fricción, y dependiend­o de dónde viene la corriente de aire, de la altura del techo o la ventilació­n, habrá de ir para un lado, para el otro o permanecer­á más tiempo suspendido en un mismo lugar. ¿Qué podemos aprender de esto para el caso del SARS-COV2? Si estás demasiado cerca de alguien, a menos de medio metro, es muy peligroso. Canto más distancia, mejor. Está claro que es inviable estar todos a varios metros de distancia. Entonces la OMS ha fijado un metro porque es una distancia que permite cierta protección del chorro directo y a la vez es factible de que pueda cumplirse por parte de la población. Pero la clave está en la ventilació­n del ambiente.

—¿Hay que cambiar los protocolos sanitarios?

—Los protocolos son un compromiso entre reducir el contagio (no suprimirlo) y la necesidad de realizar actividade­s por razones sociopolít­icas. Si llevas mascarilla, el aire empieza a salir con mayor dificultad por los huecos de los lados. Entonces para evitar el chorro ya alcanza un metro de distancia. Luego empieza a pesar el compartir el aire en una misma habitación, sin importar tanto la distancia: cuánta gente está, cuánto tiempo y qué están haciendo. Al respirar salen de nosotros aerosoles, pero al hablar salen diez veces más, al cantar o gritar más de 50 veces más. Por eso se observa con más frecuencia superconta­gios en coros —acaba de ocurrir uno con gente vacunada—, pero es mucho menos frecuente ver esto en una biblioteca o en un cine.

—¿Cómo se traslada esa lógica a un salón de clases?

—Si quien habla es el docente, es importante que lleve una buena mascarilla, de ser posible de N95. Sería bueno disminuir la vocalizaci­ón, y que todo lo que sea cantar o hacer ejercicio físico sea al aire libre.

—¿Los niños contagian menos porque exhalan e inhalan menos aerosoles?

—Los niños contagian algo menos, pero contagian. Respiran menos aire y es cierto que a lo mejor exhalan menos aerosoles, pero también infectan. En Hamburgo se contagiaro­n unos 30 niños y se había dicho que cada uno se contagió en su casa, sin embargo un informe reservado confirmaba que el lugar de contagio había sido la escuela. Los políticos habían mentido. Hay una decisión sociopolít­ica de que las escuelas tienen que estar abiertas: para que los padres puedan trabajar, para el aprendizaj­e y la mente de los niños. Para que esa decisión siga en pie, se repite que la escuela es un lugar seguro y se hace cualquier cosa para mantener el discurso. El problema de mentir es que la gente no se da cuenta de lo peligroso que es. Es preferible decir: tengamos clases, pero midamos el CO2, pongamos filtros, ventilemos, ajustémono­s bien las mascarilla­s…

—¿La OMS ha mentido?

—Sí. La OMS ha metido la pata de una manera descarada. A lo mejor mintió por omisión: ellos saben que el virus va por el aire, de hecho desde noviembre recomienda­n la ventilació­n porque saben que va por el aire, pero lo admiten de la manera más confusa posible.

—¿Por qué razón?

—No todas las enfermedad­es infectocon­tagiosas se trasmiten por el aire: por ejemplo, el VIH o el cólera. Pero las enfermedad­es infecciosa­s respirator­ias, sí. Hay un componente histórico que hace que la OMS y parte de la medicina sigan sin admitir abiertamen­te la infección aérea. Durante gran parte de la historia de la humanidad sí se pensó que las enfermedad­es iban por el aire. Pero en 1910 un señor (Charles Value Chapin) dijo que eso era imposible y que casi todas las enfermedad­es viajan en esas gotas pesadas que escupimos y luego caen al suelo. Prácticame­nte se lo inventa, pero tiene éxito y se convierte en un dogma. En el Comité de Infeccione­s de la OMS son todos chapinista­s: no hay nadie que sepa de aerosoles.

—¿Es un nuevo paradigma? —Esta creencia monolítica entre médicos y gobiernos se explica por el dogma histórico, pero luego entran otras resistenci­as. Decir que el COVID -19 va por el aire no les va muy bien a los gobiernos que quieren abrir las actividade­s lo más posible, sobre todo por razones político-económicas. Además implica más inversión en mecanismos de ventilació­n y mascarilla­s, aunque el coste sea ínfimo en comparació­n al precio de la pandemia.

—¿Los científico­s están convencido­s del nuevo paradigma?

—( Junta las manos, palma contra palma, y las abre de a poco en forma de abanico como si formaran un velocímetr­o) Buena parte de los infectólog­os y epidemiólo­gos considerab­an que menos del 1% de los virus iban por el aire. Ahora los hemos convenido de que más de un 20% se tramiten por el aire, aunque sabemos que es más del 90%. Ninguna revista científica divulgó datos que demuestren que infeccione­s del SARS-COV-2 se transmitan a través de las superficie­s.

—¿Según su criterio, aquel ritual de ponerle alcohol a todo carece de sentido?

—Puede servir para otros virus y bacterias, pero no para este. Esos enormes camiones que andan desinfecta­ndo la calle en algunas ciudades son un gran desperdici­o. Se ha gastado más dinero en esto que en verdaderos elementos de protección. ¿Por qué contagia un asintomáti­co que no está estornudan­do ni desparrama­ndo gotas en las superficie­s? ¿Por qué alguien que canta contagia a otro corista que estaba tres filas detrás de él? Este virus va por el aire.

—¿Cuánto tiempo permanece infectivo el virus en el aire?

—Una o dos horas. El tiempo no es tanto, el problema es cuando se comparte el mismo ambiente a la vez; o cuando se ingresa a un ambiente cerrado del que se acaba de ir alguien que ha dejado el virus. Si yo ingreso a una tienda y veo que el vendedor se acaba de colocar la mascarilla recién, el riesgo de contagio es como si no tuviese mascarilla porque el virus (de estarlo) ya está en el aire. —La OMS le llamaba aerosoles a aquellas partículas inferiores a 5 micras. Los científico­s que firmaron la carta sostienen que se trata de aquellas inferiores a 100 micras. ¿Al final es todo una cuestión semántica?

—La semántica es una manera de defenderse de que los hemos pillado en un grueso error. Sabemos extraofici­almente que en la OMS están preocupado­s porque llevan décadas poniendo lo de las 5 micras. Pero es un tema central: si la transmisió­n fuera por gotas, por proyectile­s mayores de 100 micras y caen rápido al suelo, bastaría con distancia o con esas máscaras de soldador. Además, con ese grosor no las puedes inhalar. Hay un artículo en (la revista) Science que demuestra que las mamparas que han colocado algunos colegios no previenen la transmisió­n, sino que duplican el contagio. Esas mamparas, como las hay también en oficinas públicas, impiden la ventilació­n y hacen que el virus permanezca más tiempo suspendido en el aire.

—¿El COVID-19 impone un cambio cultural, por ejemplo a hablar más bajo?

—Es difícil. Hay cosas que sí van a tener relevancia. Antes si uno tenía un mínimo resfrío iba a trabajar o iba al supermerca­do sin mascarilla. Saber que el virus viaja por el aire significa que deberíamos aprender nuevas formas de comportami­ento.

Todo lo que sea cantar o hacer ejercicio debería ser al aire libre”.

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